Algunas veces
nosotras salimos en defensa de las otras mujeres por solidaridad, por convicción o piedad. A Lucía nadie la defendió. Lucía está sola en un cuarto de
mala muerte. Se la ve como una
mujercita frágil, pero algunos dicen
que es mala como una arpía. Otros, que fue el sufrimiento lo que la llevó a este
desastre. Hay quien afirma que con la madre también era mala y esto algún día
iba a suceder.
El marido era violento,
usted sabe, uno de esos tipos que toman y hacen locuras, aunque en el fondo la
quería… él andaba con la otra, eso la
volvió loca, pobre… ésa se va a arrepentir
toda la vida de haberle quitado el marido a Lucía. Juan, pongámosle un
nombre, la maltrató al poco tiempo de conocerla, primero cuando no la dejaba
salir con las chicas del taller, se
ponía como loco si hablaba con un compañero o
acusaba a su hermana, la Gladys,
de llenarle la cabeza o a la madre de querer otro candidato para casarla. La
humillaba frente a los hijos, usaba palabras degradantes que los hijos repiten, aunque
ahora menos, quizás porque la ven poco y también por miedo. Lucía tiene una
mirada dura, un poco extraviada y eso y el hecho criminal la hacen temible.
Trabajó mucho. Durante años lo mantuvo pese al descontento familiar. El comía,
dormía, ordenaba qué había que hacer y
qué no, desde el principio. Decidió casarse con ella antes de que la
suegra lo echara a la calle. Embarazo de por medio se casaron y tuvo que buscar trabajo y empezar a trabajar. “Boluda, no servís para
nada”, “tarada, no ves lo que hacés”, “vos no hacés nada bien” “si me sirvieras
en la cama” “salí de acá dejáme de joder
sos una vaca”. Ella callaba y hacía todo
lo que podía para conformarlo. No quería verlo enojado.
Lucía no hacía nada bien y eso se lo recordaban a cada rato. No era como la
otra en la cama y se lo decía, no cocinaba como su madre y le tiraba la comida
al tacho de basura, no era prolija como la Gladys. “No hacés nada bien”, “estos
se portan tan mal por tu culpa no sabés criarlos” cuando les pegaba a los chicos, se ponía en el medio, le pegaba a ella. El día en que la vio hablando con el Sergio le
dio la paliza de su vida. Después siguió como acostumbrado. Fue un camino sin retorno y ella
tuvo mucho miedo; espiaba sus gestos, esquivaba los ademanes, medía sus pasos,
controlaba las miradas, se aflojaba para suavizar la intensidad de los
golpes, lo dejaba hacer en la cama, se esforzaba para no llorar, no gritar de dolor cada vez que la sometía. Lucía no camina, vuela. Con la velocidad de su andar se escapa de esta
vida que le ha tocado, piensa. Los pasos
ligeros, el corazón en la boca siempre que llega él, dice en voz baja porque
cree que la puede escuchar aún cuando no está en la casa. Esta Lucía es un
animal en acecho, frágil y temeroso.
El dolor se transformó, se pudrió de a poco, la arrastró
como un viento feroz, la degradó. Cada día, durante largas noches en las que no
dormía por temor a que volviera a
pegarle, pensaba en morir o matarlo.
Un día, mientras llovía y los chicos estaban en la escuela, aprovechó el momento para hablar, para decirle que tenían que
separarse, que la casa era de ella y que era lo mejor para los chicos, pero no
pudo soportar los golpes y se calló;
otras veces se hubiera humillado y le hubiera pedido perdón por haberlo hecho
enojar, hubiera suplicado de rodillas, lo hubiera dejado hacer lo que más le
gustaba en la cama aunque la lastimara, qué
te pasó quién te hizo esto qué animal, decíle a tu marido que no te lastime más si no lo tengo que
denunciar. Ese día fue hasta la pieza, lo llamó, escuchó una puteada por
respuesta, escuchó los gritos sin
entender qué decía, lo vio levantarse como un loco, amenazarla con la mano
derecha en alto, le oyó elevar la voz más y más sin comprender nada y salió de ella lo
que había estado sofocando, eso que no quería sentir y que tenía adormecido, la
ferocidad del animal herido, maltratado,
saltó sobre él con el odio reventando sus venas, atormentada, gritando con el
cuchillo en alto.
Lucía ahora está
sola, desde el día del crimen duerme en la celda de dos por dos sin compañía.
Es peligrosa, dicen. Dicen que no se sabe con ella, que puede atacar así como
así en cualquier momento. Casi no habla. Tiene mucho frío, sobre todo cuando
llueve y extraña a sus hijos.
Espera en silencio la decisión de un juez.