Marianne
de Baux
Mariagrazia
y Marianne, madre e hija, instalaron la farmacia y perfumería en una
casona de tres plantas de Alta Córdoba, allí había espacio para el
laboratorio, la farmacia y la casa familiar. Después de vivir tanto
tiempo en la capital, alejadas de la familia, decidieron volver, para
estar más cerca de los abuelos y de la vida natural, en las
sierras.
Ahora,
Don Antonio estaba muy viejo para dar órdenes y Gardenia se había
apagado por los años y la falta de voluntad. Mariagrazia se los
llevó a vivir a su casa. La fábrica de embutidos y el campo estaban
en manos de los encargados. Habían trabajado tanto, que ahora se
merecían un descanso. A regañadientes se establecieron con ellas,
tenían la promesa de que todos pasaran un tiempo en Colonia Caroya
también.
En
Buenos Aires, tuvo su primer laboratorio y volvió a soñar como en
los viejos tiempos. Más que al comercio, se dedicó nuevamente a
probar fragancias, destilar flores, hacer recetas. Tantos años de
estudio para ser farmacéutico y después uno se convierte en un
almacenero vendiendo aspirinas, tónicos y pastillas, decía. Por
eso decidió retomar su pasión juvenil.
A
Mariagrazia le hubiera gustado que su hija siguiera su vocación,
pero eligió la pintura. Ella fue quien más había insistido en
volver a las sierras. Quiero pintar esos paisajes, oler esos yuyos,
bañarme en esos ríos, decía. A la madre los recuerdos le
amargaban la vida, sobre todo cuando decía quiero encontrarme con mi
historia, necesito armar la historia familiar.
Entonces,
Marianne la convenció, después de ponerse en contacto con pintores
cordobeses y con perfumistas de Traslasierra.
-Vamos,
mamá, tenés que tener tu fragancia… Es cumplir con un sueño…Te
dedicaste a mí toda la vida, tenés que hacer algo para vos…
Volvé a los perfumes… Ya pensé cómo se va a llamar: Marì
de Baux Eau de toilette,
o si no, Eau
de parfum,
como sea que se llame. Si querés, lo llamamos Eau
sacreé or
(Agua de Oro Sacro).
-
Sos terrible... Ay, mi nena querida, siempre logra lo que se
propone...
Marianne
era bella y delicada y tenía gran poder de persuasión.
Volvieron
a Córdoba, lo hacía por ella, como todo. Desde que Marianne nació,
se había olvidado de sí.
Habían
transcurrido dieciocho años del casamiento impuesto con Hugues y la
separación de Obdulio aún tenía gusto amargo.