domingo, 27 de abril de 2014

El verbo


El verbo no es cualquier cosa,
Domina el universo,
Es la creación misma,
Voluntad creadora,
Motor,            
Fuerza  viviente,
Expulsa y multiplica 
Acción.
Sin embargo,
Esta vida que tengo conjuga mal los tiempos.
Los presentes duelen siempre más
Que los pasados perfectos y perfectibles.
Inacabados  pretéritos imperfectos
Aún siguen tratando de perfeccionar a destiempo.
Malogrados futuros
Se conjugaron con anticipación,
Por eso,
Añoro lo que no fue, como la mayoría.
Sobrevendrá algún día incierto
(O no tanto)
Lo insospechado del verbo
Para corregir los equívocos
Temporales.



No te asustes

No te asustes
Vivo enredada en invisibles
Madejas que tiran y retuercen
Las horas y los días.
Que no se nota, dices,
Ves sólo
Las máscaras.
La soledad y el frío apuran
Las copas
Que están vacías o rotas,
El vino se derramó
Y quemó las entrañas.
El corazón, a salvo,
Gime aún,               
Sigue latiendo
Por  inexplicables
Razones que no puedo descifrar.
.







sábado, 26 de abril de 2014

Hoy me morí otra vez

Hoy me morí otra vez.
Muero yo,
Muero  ser,
Muere la risa.
Descolgadas margaritas se deshojan
Una a una,
Caen,          
Las pisan.
Vuelvo a buscar la sombra,
Huyo del sol porque no se puede
Estar muerto al sol.
La oscuridad es eterna en la muerte.
Me muero todos los días,
Morí tantas veces
Ya
Que la muerte no quiere ni verme
Y muero
Por eso.
Muere
La muerte de antojadiza.
Cuando me muera, al fin,
Quién me va a creer
Si ya morí antes,
 Muerta de muertes naturales,
Asesinada de desamor,
Golpeada por otros muertos de miedo.
Cuando llegue la muerte,
No me avisen
Que me sorprenda muriendo.
Ahora
Me tiene cansada de tanto morir
Con insistencia.

viernes, 25 de abril de 2014

Cállense todos


Cállense  todos
Que es hora de escuchar
El llanto de la tierra.
No debimos alejarnos tanto de la vida
(Como si no fuéramos  animales,
Iguales a los otros).
Por ser los elegidos
¿Nos autorizaron a matar acaso?.
No es nada nuevo.
La temible semilla se expande
Desde el comienzo de los tiempos.
Cállense todos para escuchar el grito,
Están matando la vida,
La tierra llora y llora de modo irremediable,
Y  no puede parar.
Hay que oírla:                                                 
Desangran las llanuras en semillas estériles,
Ríos  oscuros transitan
Infectados de asquerosas sustancias.
Crecen las olas en tsunamis de ira,
Contracciones gigantes expulsan lo podrido
Desde la matriz, arrasan y destruyen.
No es el fin,
Es un grito.
Tiene que detenerse el hombre.

miércoles, 23 de abril de 2014

Relincho


 Nos despertamos asustadas por los gritos de doña Genoveva que estaba en la puerta de casa y lloraba. Tanto llanto y desesperación era extraño en una mujer silenciosa y mesurada. No comprendíamos qué ocurría aquella mañana.  Las personas mayores sabían que él la maltrataba, era gritón, tenía mal carácter, decía ella en voz baja, por si la escuchaba, pero a los más chicos no nos contaban nada. Para qué envenenarnos el alma con dolores ajenos. El barrio era tranquilo, los ancianos aún hablaban idiomas alegres, musicales, cantaban en italiano, conversaban en catalán, discutían en gallego. Nosotros sólo usábamos el español y nos creíamos privilegiados por conocer y dominar la lengua del país.
  El olor a pan recién horneado, las veredas con el pasto húmedo, las calles de tierra que, si llovía, se volvían intransitables, el perfume suave de las rosas, los jazmines y las madreselvas en el camino hacia la escuela son recuerdos de la infancia. Si hacía calor, muy temprano doña Genoveva abría la ventana de su dormitorio y veíamos  el dorado de la cama de bronce, el mármol rosado de las mesas de luz, el alabastro de la araña que tenía unos pocos caireles de vidrio y parecía un caleidoscopio que giraba lento al ritmo de la brisa. Las ventanas pintadas de color verde claro entreabiertas y las cortinas de hilo tejidas al crochet creaban sombras y reflejos en la habitación de techos altos y ladrillos rústicos. Yo soñaba con tener un cuarto así. Cuando atravesábamos el campito donde cultivaban habas, arvejas, papas o zapallos, según la estación y las necesidades, sabíamos con los ojos cerrados y el corazón expectante que el caballo viejo de don Tomás relincharía a nuestro paso. Siempre lo mismo. El pan, los yuyos, las rosas y el relincho del caballo que nos miraba detrás del alambrado.
  Mi hermana y yo íbamos juntas todas las mañanas a la escuela, cuando me quedaba dormida, corría detrás de ella que siempre fue más puntual y madrugadora. En la esquina nos encontrábamos con otras compañeras para ir al colegio de monjas, estricto y disciplinado, como todos en aquella época. Algunas salían más tarde, porque las llevaban en auto, pero a nosotras, no. El regreso era animado, planeábamos las salidas a la hora de la siesta o los deberes y trabajos escolares con otras de nuestra clase.
  Había llovido, recuerdo, durante un mes seguido. Interminable la lluvia apagaba los sentidos, adormecía, estrangulaba la ilusión de jugar o de salir a tomar un poco de sol. Nada que hacer, el agua era de nunca acabar. Los olores habían cambiado, se veía el humo del horno de la panadería, pero no alcanzaban a oler tan bien las levaduras. Era otoño, pisábamos agua barrosa, caminábamos entre las huellas hechas por los vehículos, esquivábamos los charcos, las ahogadas enredaderas se fijaban a los muros para que el agua no las arrancara de un tirón, los cercos de tuyas se doblaban pesados con la carga de agua. El carro del lechero seguía pasando aún debajo de la lluvia o de la llovizna,  una gran capa negra  cubría  al hombre alto y fornido de cara rosada que sonreía afable, acomodaba y tapaba los tarros de leche espumosa con  gran cuidado, con amor de madre podría decir. Otros aromas nos llevaban y traían por las calles en esos días, el olor a barro, a pasto mojado, a caldos y a guisos a la hora del mediodía.
  La ventana de la casa de doña Genoveva estuvo cerrada unos días por la lluvia o por el dolor de la mujer. La humedad y la lluvia cierran y encogen las casas y hasta que no sale el sol no se abren puertas ni ventanas,  porque hacerlo con la sensación de frío  penetrante que imprimen  no deshumedece.
  La casa había permanecido cerrada durante el mes de la lluvia. Después vimos que abrieron los postigos de madera, se habían corrido las cortinas y alguien estaba en la hermosa cama de mis sueños. Era ella, Genoveva, parecía la abuela de los cuentos con el cabello blanco, un rodete caído en la nuca y la sonrisa dulce. Lo que no tenía nada de idílico era la vida que soportaba. Como muchas mujeres de la época, sufría con resignación los gritos, el malhumor y la violencia del marido. Hasta  la mañana  en que apareció llorando, nunca habíamos pensado que la golpeaba, “le levanta la mano” escuché y supe que ese rostro angelical ocultaba una pena infinita. Algunas tardes la vimos sentada en el patio tomando sol, dándole de comer a las gallinas o cortando lechugas en el terreno donde hacían la huerta. No se la veía bien, caminaba con dificultad, no sonreía. Estaba triste o enferma.
  Al  final del invierno,  personas ajenas a la casa iban y venían. El médico, los hijos, las nueras, todos llegaban silenciosos, algunos se quedaban un momento hablando en la vereda y entraban, poco después se marchaban.  El invierno había sido duro, la ventana permaneció con los postigos entreabiertos hasta la primavera. Ella estuvo en cama. Mientras, el viejo Tomás se pasaba el día entero hasta las últimas horas de luz en la quinta. Casi no iba a la casa. Trabajaba con obsesión, más que un trabajo parecía un castigo lo suyo; pasaba frío, calor, no levantaba la cabeza de los surcos, silencioso empuñaba el arado tirado por el caballo, le daba latigazos para que marchara,  le ordenaba con voces breves y firmes, o hundía la pala en la tierra con todas las fuerzas que le quedaban, aunque no era viejo, a mí me lo parecía. El único que lo acompañaba era el caballo. No hablaba con nadie, apenas si saludaba  a los vecinos, sobre todo después de que la mujer corriera a mi casa para ser auxiliada. Ella  contó que la quería matar, que la había amenazado. Estábamos aterrorizadas.
  Esa mañana, como siempre, salimos para la escuela con mi hermana, atravesamos el campito y no oímos el relincho habitual, al llegar al poste donde  ataban el caballo, tampoco lo vimos. Había poca luz. Entonces, al llegar a  la esquina nos dimos cuenta  de lo que sucedía, estaba parado con la cabeza erguida como esperándonos y relinchaba airoso. Alguien lo había soltado y, con la tranquera abierta, caminó hasta la vereda, vacilaba, inseguro cruzó la calle y, aunque no se atrevía a trotar, tomó coraje y se perdió detrás de los hornos de ladrillo.
  Doña Genoveva se fue en primavera, volvieron a abrir la casa para el velorio, fueron los parientes y algunos conocidos a despedirla; de mi familia, nadie. Los dos partieron el mismo día. El caballo eligió ser libre; nadie lo supo excepto nosotras dos, porque pasó trotando aquella mañana por las calles del pueblo y desapareció entre los lotes sembrados y los hornos.



jueves, 17 de abril de 2014

RETIRO VOLUNTARIO Hace un tiempo creía que ya no tenía sentido recordar la situación que describo. En la Argentina no dejamos de sorprendernos.

Después de los ’90, Argentina.

Algunas veces hay que escuchar y acompañar. En un bar, dos mujeres, dos tazas de café, cigarrillos y un monólogo:




"Pobre Juan, hace tres años y veinte días que perdió el trabajo. Primero creyó que lo tomarían de nuevo. Ya se sabe, te llaman para ocupar otro puesto y no tener que pagar todo lo que te corresponde, te pagan menos por la antigüedad, te borran la antigüedad, claro, te contratan por dos o tres meses y no te aportan nada… en negro estás si te gusta, si no, otro  toma el laburo…
Se quedó sin trabajo por no ser el alcahuete del gerente, dice, pero hoy estaríamos mejor. En realidad, si hubiera hecho los cursos del banco y me hubiera hecho caso…
Ahora, Juan ya no es el mismo y yo tampoco. La casa no es la misma, las paredes están sucias, habría que pintar, hay humedad por las filtraciones, las cortinas son viejas, lo que se rompe no se repone. Vivimos con lo justo. Eso sí, él sale todos los días, recorre dos o tres bares del centro, lee los diarios buscando trabajo y a la noche me cuenta las noticias más importantes, lo peor es que yo hago un esfuerzo grande para prestarle atención, pero el cansancio me gana y antes del segundo comentario, estoy dormida.
Cuando alguien le pregunta por el trabajo, dice siempre lo mismo: “Ese hijo de puta de Salcedo me jodió”; yo ya no lo escucho, porque la historia de Salcedo, al que sí ascendieron por “chupamedias”, dice mi marido y se le hincha la vena, “Por soplón” él, Salcedo, Alfredito, antes lo llamábamos Alfredito, se quedó con el puesto que le correspondía a mi marido.  “Subgerente de la Sucursal del centro”. Salcedo había hecho un trabajo fino y este boludo de Juan picó.
“No te podés perder la guita del retiro voluntario”… “yo ni loco me quedo,  acá nos están chupando la sangre”… “Se nos va la vida en estos papeles, Juancito”. “Acá  te vuelven loco y después te echan con dos pesos, ya pasó en otros bancos”. Y Juan, mi marido, el pelotudo éste, renunció. Aceptó la plata del retiro voluntario.
 Le pagaron en seis cuotas, seis meses mientras se cerraban fábricas, mientras crecía la desocupación y la gente iba al laburo por monedas. Las cuotas, la inflación creciente,  la huida del presidente De la Rúa de Casa de Gobierno a finales de 2001, los cinco presidentes que siguieron después, la salida de la convertibilidad (un peso/ un dólar), todo eso hizo que se esfumaran los únicos pesos que teníamos para poner un negocio. Nos comimos todo sin darnos cuenta. Ah, me olvidaba, parte del dinero se lo dio a González, el dueño de la remisería,  para invertirla y ser socios, así saldríamos adelante. El tipo, un vecino de toda la vida, cerró el  negocio, se fue a vivir a Necochea  y no lo volvimos a ver; qué querés que te diga nos robó más el banco que González.
Ahora trabajo en dos escuelas, atiendo alumnos particulares, cocino los fines de semana para cumpleaños o fiestas en el barrio y espero que Juan se reponga de la depresión, que consiga trabajo, algo que le guste, que traiga un peso a casa, que se ocupe un poco de los chicos, porque está siempre ausente o triste. Los chicos lo necesitan y yo también".




martes, 15 de abril de 2014

Irrespirable

La contaminación en las aulas

Ocurre en muchas escuelas rurales, ubicadas cerca de campos donde hay plantaciones de soja. En algunas provincias hay legislación que pone límites, pero muchas veces no se cumplen. Reclaman mayores controles
 “Paren de fumigar escuelas”, es la campaña en la que intervienen asambleas socioambientales, gremios docentes y padres de alumnos. Dan cuenta de miles de escuelas rurales rodeadas por cultivos transgénicos, donde llueven agroquímicos sobre niños y maestros. En Córdoba denuncian que al menos 400 escuelas padecen fumigaciones y, en Entre Ríos, un relevamiento sobre tres departamentos reveló que el 70 por ciento de las escuelas rurales fue fumigada. El único informe oficial del país sobre escuelas y agroquímicos se realizó en Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires: 41 establecimientos educativos fueron fumigados. Solicitaron la intervención de autoridades provinciales y nacionales, pero aún no obtuvieron respuesta."  Por Darío Aranda


 http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-244133-2014-04-15.htmlIrrespirable.
Irrespirable

Irrespirable.
Peces con cuatro ojos,
Treinta y dos mil genes compartimos
Con otros seres indefensos,
Cucarachas, sapos, plantas y humanos
Comparten también el exterminio.
Están fumigando.           
Están multiplicando
Cáncer  cáncer cáncer,
(Chernobyl aquí
Y allí, Hiroshima.)
Cáncer,
Más y más venenos
Para hacer dinero.
Bombas invisibles en cada lote verde
Dólar dólar dólar
Hongos exterminadores,
Cámaras de gas a cielo abierto.
(Money dólares dólares dólares).
Entre montañas de huesos,
Se pasean los sepultureros,
Cuentan monedas y patean calaveras.
Los humanos se mueren por zarpazos químicos
Que matan al respirar,
Al beber el agua,
Al caminar debajo de los aviones
En las siestas  bucólicas.
Si los tumores multiplican la muerte,
Es sólo
Por   dinero.





sábado, 12 de abril de 2014

Semántica del eco


              
Toda palabra resigna en el eco
Su significado,
Médula,
Columna vertebral que se construye.
Canta una voz oscura y replican
Sonidos guturales.
El otro escucha.
La semántica equivoca el tiro,
Salen disparados los fonemas,
Chocan las vocales confundidas.
Nadie se responsabiliza por la tragedia
De la estafa perpetrada
Por el oído humano.
Cuando la verdad atormenta,
El silencio
Tranquiliza al receptor.

viernes, 11 de abril de 2014

Canción de la desterrada



Los zapatos rotos pisan el destierro.
Ella va con su hijo a cuestas,
Su cansancio a cuestas,
Sus verduras frescas,
Coloridas prendas de una chola joven.
Va
Cantando bagualas,
Cuidando las llamas,
Llevando el rebaño,
Cortando las rutas,
Lavando la ropa,
Juntando la leña,
Pariendo los hijos.
Ella va  
Torciendo el destino
De quinientos años,
De los que sembraron el odio y la peste,
De los que murieron,
De los homicidas
Que son los abuelos de otros abuelos
Que violaron antes a  otras  como ella
Y parieron hijos más blancos que ellas,
Que estudiaron letras, estudiaron leyes,
Usaron las armas y mataron primos
Oscuros y pobres. Muy solos,
Tan desamparados.
Ella va
A estudiar la letra,
A leer la ley.
La letra
Que la tiene atada,
Que le niega el pan,
La  ajena a su tierra
Y la ha desterrado
En su  propio rancho.
Ella lleva 
un cansancio ilustre,
Por eso va
con su hijo a cuestas.
Por eso eligió seguir.






jueves, 10 de abril de 2014

Bolero





Henri Matisse: Lydia
Tenía los ojos de color de las avellanas, eran pequeños, algo saltones y brillantes. Había sido graciosa, divertida, fresca. Me cuesta recordarla riendo.
En algunas fotografías se la ve menuda, en los ’60 con pescadores ajustados, anteojos de sol oscuros, pañuelo en la cabeza para sujetar los rulos negros y largos, sonriente en las típicas fotos del verano. Las vacaciones en familia, los chicos sobre los burritos, ella en una roca apoyando el codo en la rodilla y la mano en la cara, el laberinto de Los Cocos, la calle techada. Las tardes en los ríos de Cosquín y Capilla del Monte o de La Falda. Caminatas en los cerros, la cosecha de berros en las orillas, entre las piedras y el agua clara. Es fácil ver las fotos, recordar y asociarla con los motivos más ricos de la infancia. El río, las sierras, el olor a menta o  a peperina. Las mañanas amasando pastas y el olor a salsa de tomates y cebollas, el estofado de los domingos, la radio dando canciones a todo volumen.
En un momento, algo se rompió en su matrimonio y en la vida, no pudo separar una cosa de la otra. Después, quedó tan vulnerable que se hizo trizas cuando también perdió la fantasía que la había sostenido. No supo vivir con el dolor a cuestas. Tuvo años  sumida en los  sentimientos de fracaso y en los recuerdos de la juventud. Hasta que un día se encontró en la calle con una amiga con quien solía ir a los bailes del club; después de casadas  dejaron de verse, sobre todo, porque la otra se había ido a vivir a Santa Fe con el marido. Ahora era viuda, alegre, vital, a pesar de sus setenta  años, andaba paseando y visitaba a la familia.
En ese encuentro descubrió  que su primer amor había sido  un engaño, puras mentiras, él me quería a mí, pero yo lo dejé, decía una y otra vez. Que ella había sido la mujer de  su vida,  que no  lo había elegido, pero siempre la había estado esperando,  aunque ella se hubiera casado con otro. Frases tranquilizadoras, palabras como sones repetidos, recuerdos de la juventud. Fugaba hacia el pasado.
Siempre dijo con sinceridad que podría haberse casado con Juan Carlos y hasta que hubiera sido mejor eso que lo que le había tocado en suerte, que hubiera tenido una vida más fácil, que él la quería, que siempre la buscaba cuando volvía de Córdoba, donde estudiaba medicina, que la familia era muy buena y la aceptaban, sobre todo Clarita porque eran amigas. Pero no se dio. Ella quiso a otro y se casó con el otro.
Todas las veces que era traicionada, cuando rumiaba penas por el marido, pensaba que casarse había sido un error, lo recordaba a Juan Carlos, él sí era el hombre que ella merecía. Era doctor. Se había quedado soltero. Creía que por ella había elegido la soledad, ella o ninguna otra. Era un raro privilegio que le daba felicidad,  pero era también una dualidad, se sentía feliz porque él no la había olvidado, porque no pudo reemplazarla con otra mujer, no hay otra, se decía, pero es triste que pase la vida en soledad.  Eso la consolaba, sin embargo no se animó a buscarlo en tantos años, para sacudir un poco su vida o para dejar al marido. Las dos se encontraron casualmente, ya había pasado tanto tiempo y se pusieron a contar historias, a recordar, a compartir cómo les había ido a cada una, después de un rato largo llegaron a nombrar al hermano de Clara, Juan Carlos, yo estaba presente y pude ver el vendaval que produjo la verdad revelada.
“Te acordás, dijo Zulema, está en Córdoba, es un doctor muy conocido, nosotros fuimos novios, antes de que yo me casara él quería que yo me fuera para allá, siempre que venía iba a casa a visitarme, mis padres estaban felices, casi me caso con él, por esas cosas de la vida José apareció un día que había venido de Santa Fe a pasear de sus tíos y me enganchó, chau Juan Carlos, pobre, yo sé que sufrió mucho, me quería, pero nunca más lo vi, creo que no se casó. Él estaba loco por mí. ¿Vos te acordás, no? Si íbamos juntas a los bailes, vos sos más chica, pero igual como yo me casé de grande, bah, no tanto, igual pude tener a las chicas y ver a mis nietos. Vos cómo estás que no me decís nada”.
Un puntazo le rozó el corazón (las coronarias, el ventrículo izquierdo, una isquemia de amor).
De a poco se fue apagando. Yo la vi con menos luz. No sabría decir si era por la vida que llevaba siempre amarga o bien por lo que había soñado tanto tiempo. Entendía tarde que tampoco  el  sueño habría podido ser. Ahora, ni la vida que le había tocado,  ni lo que había construido en su fantasía con el primer amor  le daban felicidad.
Hay un destino para cada uno de nosotros y, como en la tómbola, te toca el número y ¡bingo! Ella pensaba así, que era cuestión de suerte, que la vida no le pertenecía, sino que te toca o no te toca y a mí me tocó esta vida, decía a veces con resignación, cansada.
El encuentro con Zulema  produjo un cambio. Comprendió que no era afortunada, eso era evidente, que al fin de cuentas no había sido su decisión dejar a Juan Carlos, ponerse de novia y casarse con otro, sino la traición (triste es la verdad y más cuando es demasiado tarde). Él le había mentido siempre, las veía a las dos cuando venía al pueblo o quizás habría otras. Se desplomó el sueño romántico.
Allí estaba maltrecha su pobre fantasía, algún día tal vez con suerte me pueda ir mejor y hasta volver a verlo y preguntarle, si todavía no se casó por algo fue, aunque ya somos grandes, pero era tan bueno, siempre me trató tan bien, era fino y educado, ni me tocaba, era todo un señor, Juan Carlos. Eso de la Zulema es un cuento de ella, si siempre fue mentirosa, como cuando le dijo a la Negrita Lezama que el novio le había tirado los galgos y los hizo pelear, después se amigaron y  la Zulema, no nos saludó más, claro, fue por eso que no fuimos más a los bailes con  ella, por eso, no por Juan Carlos, cuentera, siempre armó líos, si él estaba en Córdoba y estudiaba de doctor y se recibió y no se casó nunca, prefirió quedarse soltero, porque yo lo rechacé, ese domingo  vino a casa y yo le dije que no me tocara, que así no quería estar con él, que nos van a escuchar mi mamá o mi hermano que están en la cocina y se escucha todo, porque dejan la puerta abierta del comedor para ver qué pasa y te enojás, nunca te había visto así, tan enojado, Juan Carlos, no parecés un doctor. No lo vi más, aunque después  yo sé que le preguntaba a Clarita por mí y pasó el tiempo, no venía o no se hacía ver, porque yo sabía que le duraba el enojo, pobre, y, claro, me puse de novia y me casé; un poco antes, la Zulema se había casado y se fue a vivir a Santa Fe, pero Juan Carlos no se casó nunca, nunca que yo sepa  y Clarita no me contó nada más sobre su hermano.



miércoles, 9 de abril de 2014

El juego de contar historias

Teníamos la costumbre de jugar a inventar historias. Éramos niñas, pasábamos muchas horas en la única habitación que constituía toda la casa y cuando estábamos aburridas o cansadas mamá nos hacía jugar al veo - veo o a contar: números o historias. A mí siempre me gustó narrar. Mi hermana se cansaba y me dejaba sola, hasta que volvía para ver y contar o escuchar mis relatos.
Las dos hermanas de Pierre Auguste Renoir
El juego consistía en esperar  que pasara alguien por la vereda, otro que viniera doblando la esquina en bicicleta o un auto, lo que era más raro en aquellos tiempos. La que lo veía primero, empezaba. Había algunas historias ya iniciadas, por ejemplo, la de la señora gorda que hacía las compras con una bolsa azul. Solía usar un vestido verde floreado en verano, con  pequeños ramos de violetas y un canesú con puntillas diminutas,  un pañuelo claro en la cabeza o el pelo recogido en un rodete muy apretado. En invierno,  un tapado beige de piel de camello con martingala, bolsillos interiores profundos con tapas pespunteadas y botones forrados. Cuando pasaba frente a nuestra casa, estudiábamos sus movimientos, sus gestos, el vestido. Si el cabello estaba más o  menos arreglado, los zapatos limpios, las medias de nylon con las costuras rectas, torcidas o corridas. Todo podía servir para empezar el relato: un marido enojado, los hijos enfermos (habíamos determinado arbitrariamente que tenía tres hijos), el cansancio por haber aseado la casa sola     con lo que eso me cuesta  cada vez es más difícil con estos chicos que se ensucian jugando a la pelota y una tiene que lavar a mano     digan que mi marido me regaló la tabla de lavar     en la tabla de madera es más fácil refregar hasta sacar la mugre que traen estos tres cuando vuelven de la canchita     tres varones     no es fácil, vea    todo tiene que estar impecable así cuando llega él no se enoja     eso de pasar el dedo por el aparador para ver si hay tierra  y mostrarlo como un trofeo es muy de la madre     pero yo no le voy a dar el gusto a esa vieja  que seguro le llena la cabeza     estoy segura  que nunca me quiso   desde que fui la primera vez a la casa     me sirvió unos fideos lavados y como le dije que mi mamá los hacía muy ricos  me hizo la cruz     y el Fernandito que siempre se me enferma     ya ni el tónico le sirve  por eso se lo llevo a doña Rina que me lo cura en un santiamén     así vuelve a la escuela     pero yo no le digo a él porque si  se lo cuenta a la madre empieza con que el cura dijo que son brujerías eso de la tira  en nombre del señor o  de la virgen es sacrilegio y que no tengo que ir más     no      mejor lo sigo llevando y le cura el empacho     o es por la envidia me dijo     debe ser la flacucha ésa mi vecina que me envidia la familia que tengo     y está vieja flaca y sola     se le nota la amargura     no como yo que cuido a mi familia y estoy feliz de la vida.
Era una mujer joven y agradable, aunque no podíamos definir su edad, siempre andaba con gesto adusto, no se la veía feliz. En cambio, el muchacho de la bicicleta negra, sí.
A él lo imaginábamos enamorado de una linda chica, era dichoso con ella. Delgado, usaba pantalones oscuros planchados con rayas impecables, camisa de mangas largas también planchada con pulcritud y una corbata gris; cuando refrescaba, agregaba al atuendo un chaleco tejido de color café o el gabán azul con botones dorados, en el invierno. Pasaba todas las mañanas puntualmente a las siete menos diez, lo veíamos  ágil como si pedaleara en una competencia, tal vez, decíamos, piensa que corre una carrera, pudo despegarse del pelotón, es el ganador, por eso va feliz. Al mediodía regresaba con ánimo diferente y a la tarde corría algo sudado nuevamente al trabajo; algunas veces hacía piruetas en la bicicleta al ritmo de la canción que iba silbando o cantaba. Sin duda iba al trabajo -el banco o una oficina-  era bachiller o perito mercantil     no cualquiera tiene un trabajo de oficinista en esta época en este pueblo     si no lo cuidás te van a echar     mejor dejá de salir con esa chica     te estás acostando muy tarde     qué clase de chica es     no le dicen nada los padres a ésa     nada bueno te va a pasar     no le digas a tu padre que estás enamorado de ésa     parecés un idiota últimamente     no sé qué le viste     no vale nada     no es de buena familia     no tienen dónde caerse muertos     todos se criaron juntando maíz en la estancia de los Vanoni     lo sé muy bien por tu abuelo     mirá  no sé si no es hija del patrón ésta     había una historia media rara entre esta gente.
Inventar historias nos entretenía. Teníamos la mirada puesta en  el otro, creíamos adivinar qué le podía suceder en ese momento, sentíamos ternura por nuestros personajes, creábamos la vida que vivían  o  el conflicto que llevaban a cuestas, era una  mirada que construía identidades ficticias, aunque supe después, por circunstancias casuales, o no tanto,  que algunas veces habíamos acertado con los relatos imaginados.
Jugábamos con la imaginación en tiempos en que no existía la televisión y no sabíamos leer muy bien, aunque el de construir historias es un vicio que no me ha dejado nunca.


                          

martes, 8 de abril de 2014

Amarremos el amor




André Masson, El hilo de Ariadna
Amarremos el amor.
Sabemos bien lo que es andar
Por senderos sombríos,
Perdidos.
Al fin,
Descubrimos
El hilo de Ariadna y lo seguimos
A corazón abierto.
Te vi, me viste.
El laberinto se derrumbó
Y nos encontramos.

sábado, 5 de abril de 2014

La gracia


Retrato de Lidia, Henri Matisse


  Llegué al mundo un día lluvioso. En aquella habitación húmeda mi madre me dio a luz en una cama deslucida de hierro, ahorrando gemidos para no atemorizar a la niña que la acompañaba, pujaba entre las sábanas y los trapos que acostumbraban a usar en tales ocasiones.
Había estado sola con mi hermana  hasta que comenzó a sentir el dolor, una punzada aguda y fina que subía desde la cintura como una serpiente y la mordía. La vertical de calor anunciaba la proximidad del parto y  llamó a doña Celina, la vecina.
  Era costumbre  preparar el agua caliente, las ropas blancas y perfumadas.  Llevaba un camisón de bombasí estampado con pequeños ramos de flores rosadas y amarillas, la cama parecía más ancha y limpia. Estaba sola. Los vecinos llamaron a la partera. Cuando llegó la vieja, cada cosa estaba en su lugar, la palangana y la jarra enlozada, una fuente de bordes ondulados, las toallas, las telas de lienzo blanquísimas. La pobreza y la soledad de una madre joven en su segundo alumbramiento estaban a la vista.
  Llegué con prisa, era una mañana de junio, muy temprano y llovía, quería ver el mundo. Me cubría el manto de la virgen, que decían  traería buenaventura. “La gracia” entonces  vendría de un mantillo que cubre el torso del recién nacido. Tal es el  origen. En el ámbito rural  les atribuyen a los niños nacidos con el velo o manto de la virgen, esa inusual envoltura  que unos pocos traen al nacer, poderes sobrenaturales. Una pátina blanquecina que, según mi madre,  era por comer muchas manzanas de Río Negro.
  La gracia es signo de sensibilidad y de dones. Pese al pensamiento mágico, lloré como todos los niños, hacía mucho frío en la sencilla habitación que olía a lejía y a alcanfor. Fui envuelta con amoroso cuidado y depositada en los brazos de la joven para que me amamantara. Mi madre, Delia.
  Durante toda la historia se tuvieron a los seres con habilidades psíquicas como elegidos, santos, sacerdotisas, magos, no fue mi caso. Excepto  porque puedo conocer a la distancia a las personas y desconfiar de los mentirosos y estafadores. Mucho no me ha servido. La adivinación no es lo mío, de ser así, habría sido muy distinta la vida; aunque sí he sentido la presencia de lo sobrenatural, de la muerte. Lejos de asustarme, con más asombro que temor, he sabido con anticipación de partidas. Aclaro que no creo en el más allá ni en juramentos, pero si no fuera así,  juraría para que me creyeran.  
  Fue un aviso cuando recibí la visita de mi querida abuela, sentí la serenidad de su abrazo, su cálida caricia y un alivio intenso, justo en el momento en el que  moría mi madre. Este dato nos diría que sí hay más allá y que los muertos siguen conectados a nosotros y, además,  que vienen a buscar a sus seres queridos, a su hija, en el caso que refiero, o que llegan hasta este mundo para consolarnos. 
Ella, mi abuela Rosa Mérope, había partido muchos años antes. También cuando nos dejó pude anticiparlo. Estaba enferma,aunque  no esperábamos que su deceso ocurriera ese día, tan pronto;  mientras ella se preparaba para dejar este mundo, me asaltó  un poema de Gustavo Adolfo Bécquer. Caminaba con la mente en nada y el verso aprendido hacía tantos años se empeñaba en darme golpecitos en la espalda, "Dios mío que solos se quedan los muertos", decía el poeta y me lo repetía desde el más allá. ¿Por qué vino a mi mente ese verso? Esa noche, la abuela falleció.
   No sé si es un síntoma de conciencia superior o de gracia, pero otra vez mientras  dormía, pude oír gritos desgarradores -como de perros salvajes con su presa- (un sueño, me dije, para esquivar los pensamientos de muerte). En aquel momento  nos dejaba  una persona de la familia. Era de madrugada y supe al instante que nos había dejado. A los pocos minutos, sonó el teléfono. Había fallecido. 
Podría seguir contando pequeñas historias, pero mucho no creo en ellas y son tristes.                          

jueves, 3 de abril de 2014

Cuando se acerca la hora

                                                                        A Griselda, mi hermana



Federico García Lorca
Cuando se acerca la hora
Agrede el olor frío de las camillas,
Apestan las salas de espera,
Maldicen los moribundos
El alivio de los que no sufren.
Vos y yo juntas otra vez.
Entonces,
Un beso surca el aire,
Una sonrisa, consuelo.
Yo sé y vos también
Qué es eso.
Ninguna de las dos quiere admitirlo,
Ese beso es el último.
La proximidad  de la muerte
Te anuda la garganta.
Te digo que sí, que vamos
A hacer todo como vos quieras.
Él
Se pierde entre la gente.
Vos y yo 
Mintiéndonos por piedad.
Vos 
Para que yo no sufra tanto,
Yo 
Para que creyeras que te ibas a curar.
Tu promesa fue  inútil y lo sabías
Como yo.
Eras un colador por donde
Se escapaba la vida.
Trama abierta de tejidos,
Huesos roídos por la tristeza,
El perdón no llegó a tiempo
Y te carcomió la espera.
El abrazo tardío alivió tu dolor,
La sonrisa y el beso, el último,
En el aire.
La ambulancia nos trajo de vuelta.
Otra vez solas como antes,
Como tantas veces.
Yo con vos,  
Hasta el final.




miércoles, 2 de abril de 2014

No no y no

        Desde Rosario

"Tendido en medio de la calle, ensangrentado y “semiinconsciente”. Así se pudo ver en una filmación casera a David Moreyra, el pibe linchado en barrio Azcuénaga, cuando todavía era pateado ferozmente por dos jóvenes que lo dejaron desvanecido en el suelo, en lo que se cree que fue el desenlace de la brutal paliza. Esos fueron los últimos minutos de vida del chico de 18 años, según la escena de diez segundos filmada en el momento exacto del linchamiento al que fue ilegalmente condenado el sindicado autor del robo de la cartera a una joven madre, minutos antes. La grabación –que se viralizó luego en YouTube– llegó al fiscal Florentino Malaponte y está en peritaje. Las patadas “de puntín” en la cabeza de David se repiten en la imagen tomada hace diez días, cuando Moreyra murió a causa de un “traumatismo encéfalo-craneano grave”. Para los investigadores, “está claro que hubo dolo” por parte de los agresores. En tanto, se pidieron informes al 911 para dar cuenta del pedido de la ambulancia que luego habría sido cancelada y que llegó una hora después." Por Lorena Panzerini
 http://www.pagina12.com.ar/diario/principal/index.html
 No no y no

Linchamiento ajusticiamiento paliza justicia por mano propia,
Fuenteovejuna sin comendador tirano,
ni feudalismo, ni reyes.
Torturas hogueras cadalsos horcas picanas,
Torturados.
Negros apaleados
Sumisos.
Mujeres apaleadas.
Silencio.
Mujeres apedreadas
Sometidas.
¿Quién puede arrojar la primera palabra
Para amordazar
La alimaña del odio?
No matarás
No matarás
No.
¿Qué bestia recorre las cavernas oscuras
Donde nace el espanto?
¿Dónde ir a buscar la flor para darle al soldado?
¿Cómo quitar las esquirlas de la cobardía?
Es delgada la línea que separa
La muerte de los otros
(Si son pobres, si son negros, indios, mujeres, niños
Sucios, ignorantes, vagos)
Y nosotros.