sábado, 29 de abril de 2017

Capítulos 13 y 14

Trece
PEPERINA


Cómo preparar Agua de menta del campo

Caminar, subir cuestas, andar entre las piedras nos aleja del caserío y de las quintas, y apartarnos del resto del mundo nos acerca a lo íntimo. Por eso desde niño subo una colina en la que hay un árbol solo. Un eucalipto. Nunca sabré cómo llegó hasta allí, pero creció robusto; descanso y pienso a su sombra, cuando la confusión no me deja ver claro. También el agua de menta me ayuda, cuando no puedo dormir y el nerviosismo me acosa.


Para preparar el agua de menta, hay que mezclar 50 g de peperina seca con 32 g de alcohol puro y 160 g de agua. Dejar hervir la mezcla durante 15 minutos a fuego lento, tratando de que el fogón sea bajo.

Las hojas de peperina se consiguen en las sierras. Hay que subir, recorrer senderos esquivando molles y talas, si uno quiere, puede descansar a la sombra de algún árbol de algarrobo o mistol (como hacíamos Lila y yo) y, entre las piedras, debajo de espinillos, romerillos o chañares aparece la peperina; también hay menta, albahaquilla, salvia y tomillo que son buenas para preparar tisanas o para cocinar. Es como encontrar oro entre las piedras.

Al final, se añade al agua unas gotas de esencia de heliotropo, que es una planta de perfume muy intenso, de flores pequeñas blancas o violetas que también crece por acá.


Uso terapéutico

Es ideal para las mujeres.
En el caso de las embarazadas, pueden tomar esta infusión para aliviar el mareo y las náuseas matutinas. Se recomienda que la infusión sea liviana y la mujer no debe tener antecedentes o riesgos de perder el embarazo.
El té estimula la menstruación, cuando existen retrasos, y suele también aliviar los dolores menstruales. Esta clase de menta es antiespasmódica, tónica, estimulante, colagoga y también afrodisíaca, en dosis elevadas. Se puede usar y recomendar en casos de nerviosismo, insomnio, dolores espasmódicos y jaquecas.
Cada vez que preparo esta infusión pienso en nuestras mañanas en las sierras, en las breves excursiones, en tu aroma a menta, en mi impaciencia por tenerte. Esas búsquedas a menudo nos revelaban algo desconocido. La nuestra era una cosecha reducida de peperina, menta y poleo para agregar notas a los jarabes o para hacer las recetas que nos pedía el boticario; era más importante explorarnos.
Tomo el té de menta para dormir, por el nerviosismo del posible encuentro; te busqué tanto sin éxito hasta ahora. Mejor me voy a dormir. Ya es muy tarde, creo que las tres. Mañana será otro día. Espero que la información que me pasó el gallego Souto en el Correo sea útil, ojalá pueda hablar con alguien de tu familia o encontrarte en Colonia Caroya.


Catorce

COLONIA CAROYA

El viaje en tren a Colonia Caroya fue bueno. Obdulio bajó en la estación, debía caminar hasta la plaza central, después dos cuadras por la calle 11 de septiembre y doblar a la derecha por la 25 de mayo, en el número 843 estaban la casa de familia y el negocio de chacinados, tal como le había indicado su amigo Souto.
Delapietra Hermanos” leyó en el cartel y vio un cerdo feliz pintado debajo de las letras góticas del apellido. A Obdulio le pareció simpático el cerdito.
En el local había excesiva lejía para disimular el olor a verraco. Obdulio recordó que el hipoclorito de sodio diluido en agua había sido desarrollado por el francés Claude Berthollet, el alquimista de la lejía, y cien años más tarde Louis Pasteur comprobó su poder para combatir gérmenes y bacterias. Más lejía, menos hedor a chancho. ¡Qué grandes hombres! Alquimistas, sentenció.
Preguntó por el dueño y el dependiente le respondió que estaba de viaje, que se había ido a Buenos Aires a la casa de la hija. Obdulio quiso saber cuántas hijas tenía Delapietra.
-Por curiosidad, si no le importa...
-Una hija, se llama Mariagrazia, es muy linda.
Obdulio miraba cómo el otro envolvía los salames que había comprado.
-La verdad que tuvo suerte don Antonio, la casó bien… con un francés de plata.
El muchacho le cobró. Y él no quiso seguir hablando, no se atrevió a preguntar más y salió del negocio. Se fue sin saludar, no podía creer lo que había oído. Lila, a quien había buscado con obstinación esos años, estaba casada y vivía en la capital con un extranjero. Lila estaba con un francés, lo había olvidado. Lila lo había engañado.
Obdulio dejó la chanchería, el olor a verraco se fue con él, como la herida.





domingo, 16 de abril de 2017

Capítulos 11 y 12 de 82/79 Los diarios del alquimista

Once


El núcleo



Otras anotaciones para la clase del viernes, segunda hora, cuarto año.

¿Quién puede decir qué representan estos números? Ochenta y dos… setenta y nueve…
Protones, son protones. El plomo tiene en su composición química sólo tres protones más que el oro, sí oro, el setenta y nueve representa los protones que componen el núcleo del oro. ¿Podrá transformarse el plomo, material pesado y tóxico empleado en cañerías, tubos y otros menesteres menores en reluciente oro? ¿Es esto cierto?
La verdadera obsesión de los alquimistas era hallar oro, pero no como hicieron los hombres del far west que ven en las películas de Hollywood, no, descubrir oro a partir de la piedra filosofal, creación que convertiría el plomo en oro. A ellos les consumió la vida la pasión por obtener el secreto de la transformación de las sustancias. Y a los químicos actuales, igual. Deben examinar la estructura y composición de las sustancias.
Eran pensadores, como los filósofos, empleaban su razón en conocer la naturaleza de las cosas haciendo pruebas, por medio de la destilación y la extracción desarrollaron técnicas en el laboratorio que les permitieron descifrar o aproximarse a la composición de la materia. ¿Para qué se preguntarán? Querían alcanzar la gran obra, la Piedra filosofal. Opus magnum.
Isaac newton, Roger Bacon, Santo Tomás de Aquino se iniciaron en la alquimia o se aproximaron a ella. Pero a ellos se los recuerda por otros motivos, claro.
Muy bien, cuál es ese material plateado, que se torna azulado y gris más tarde, que está presente en la mayoría de los minerales. El plomo.
Escribir en las carpetas y resolver el cuestionario:
¿Qué procesos se emplean en la extracción del plomo y de otros metales?
¿Qué metales se obtienen separados del plomo?
¿Es posible obtener oro a partir del plomo como creían los alquimistas?
¿Se ha logrado alguna vez?




Doce


HUGUES DE BAUX



Srta. Mariagrazia Delapietra:
Hugues de Baux la invita a la celebración que se llevará a cabo en la Embajada de Francia, en ocasión de la cena de gala que ofrecerá el señor Embajador. H. B. espera contar con su grata compañía.
La pasará a buscar el sábado a las veinte horas por la casa de sus tíos.
H.B. su fiel amigo, como siempre rendido a sus pies.


Lila guardó la esquela y salió al patio de la casa de su tía. Necesitaba aire, ése era el espacio de las criadas, del lavado y de la limpieza. Quería estar sola para organizar sus ideas, era el único lugar donde no estaban sus primas. Pensaba que, por darle el gusto a su padre, perdería el año en la Escuela de Medicina y no vería a Obdulio; sin embargo, ese tiempo en la ciudad le añadiría otros conocimientos, nuevas relaciones. Aunque a él no lo puedo reemplazar por este ganso. Si no fuera por hacer amigos, no iba a soportar a este francés pedante que se rinde a mis pies, dijo en voz alta.
-Señorita Mariagrazia, el señor Hugues de Baux la espera en el hall.
Miró su pequeño reloj, eran las veinte. Y él la esperaba sonriendo. La vida es increíble, un misterio, pensó. Salí de Oro Sacro para comenzar mis estudios, me traen a la capital por una semana y ahora voy como invitada a una cena de gala nada menos que a la Embajada de Francia. En esas cosas pensaba Lila, mientras se acercaba a Hugues; pensaba que ya no era ella, sino la señorita Mariagrazia, como querían sus parientes.
Desde la villa serrana había viajado con sus padres a Buenos Aires. Los Delapietra eran familiares de los Ricciardi, italianos ricos que tenían buenas relaciones en la provincia y se emparentaban con empresarios radicados en la capital y en el extranjero, sobre todo en Italia. Antonio y Gardenia regresaron a Colonia Caroya al día siguiente y ella se quedó con sus primos.
Lila quería estudiar, pero también dedicarse a la creación de perfumes y la producción artículos de tocador. Antonio la había sacado del pueblo y de la casa de los Aguirre. Si bien ellos ya no estaban, le decía a Gardenia que la hija seguía atada al pasado. Es joven, hermosa y la podemos casar muy bien, afirmaba muy convencido. La perfumería era el motivo perfecto.
Con el francés se habían conocido un año antes, en una fiesta en la casa de los Ricciardi, habían sido presentados por uno de sus primos y desde ese día nació una relación que era más que amistad para él, pero no para ella, Lila deseaba sacárselo de encima. Hugues no se daba por aludido, seguía como un perro fiel a la joven dama. Esa idea tenía del cortejo el hombre. Ella, no.
En algunas oportunidades, Hugues había ido a visitarla a la villa serrana en su Ford negro, la sorprendía con regalos y novedades del mundo de los cosméticos. Ella pensaba que era un estúpido si creía que de esa manera iba a conquistar su amor. No la conocía bien. La trataba como a una mujer frívola y ella odiaba eso.
En ciertas oportunidades, consideraba agradable su compañía; asistía con él a conciertos, al teatro para ver ópera, había conocido el Teatro Colón invitada a su palco. Tanto despliegue de belleza la conmovía, pero eran las manifestaciones del arte las que hacían estallar su espíritu. El afecto por Hugues no era amor. El amor perfecto eran ella y Obdulio.
-No, él, no, de ninguna manera, no mamá, le había dicho un día, no quiero un hombre así, parece hecho de manteca de cerdo, tan blanquito, tan arrogante y estúpido, el muy creído piensa que me muero por la plata que tiene, por vivir en un palacio; ay mamá, ni debe ser hombre…
-¿Y desde cuándo usted sabe qué es un hombre?
- ¡Uf!. Cuántas explicaciones, ve, por eso no me gusta venir a visitarlos, parecen de la gestapo ustedes dos.
La estadía en Buenos Aires se prolongó más de la cuenta y los tíos la invitaron a viajar por Europa con sus primos, así conocería París, la Provenza, Roma, Venecia y cuanta ciudad quisiera, eso le habían dicho.
Antes de partir le escribió una carta muy larga a Obdulio explicándole por qué no se verían en la ciudad de Córdoba, como habían acordado.
Ese último mes había sido extraño para Lila, por la compañía permanente de sus primas ella no pudo escribir las cartas que le había prometido a Obdulio. En realidad, le pedía disculpas porque cada vez que lo intentaba, aparecían sus perros guardianes, como llamaba a Rosita, Nelita y Donatella.
Las primas sabían que ocultaba algo y actuaban como espías, entonces les confesó que estaba enamorada, que por eso no le importaba Hughes, y nada más.
-Guarden el secreto, se dice el pecado pero no el pecador.
En un mostrador del Correo Central, le estaba escribiendo a Obdulio para explicar su silencio. Le decía que lo extrañaba y que se verían en cuanto regresara del viaje a Europa. Estimaba que en un mes o en cuarenta días estarían juntos otra vez en Oro Sacro. Que los estudios quedarían postergados.
Los jóvenes ricos fueron a Europa a pasear y a divertirse, como era costumbre, pero había guerra. Las salidas turísticas de los primos y primas estuvieron limitadas, pasaron más tiempo en casa de parientes y amigos tratando de esquivar las zonas de conflicto.
-Ha sido una locura viajar en este momento, decía Lila.
-Querida, no seas desagradecida.
Sus padres querían alejarla de las sierras a toda costa. Algo sabían. Tanto que la guerra les parecía un mal menor.
Los acontecimientos se precipitaron. De regreso del viaje a Europa, fue a visitar a sus padres, en lugar de ir a las sierras como le había prometido a Obdulio. En esos días, Lila supo que estaba embarazada. Tenía un atraso de tres meses; tomó la infusión de peperina que tantas veces había preparado para otras mujeres, aunque no le dio resultado. Pensó que debía contarle a Obdulio con urgencia, viajar para verlo, sin embargo no pudo. La encerraron en la casa, no la dejaron sola ni un minuto, porque Gardenia lo había sabido antes de hablar con Mariagrazia.
-Rosita, ¿qué tiene Grazieta? La noto rara.
-No sé tía, no nos dijo, pero me parece que está gruesa.
-¿De quién es?
-Del francés, no… hay otro, nos dijo que está enamorada en secreto…
Los Delapietra actuaron con celeridad. La reunión familiar se convocó esa misma noche, ella no dijo quién era el padre. Lo llamaron a Hugues, quien viajó desde la capital para estar con ella, arreglaron el matrimonio y la casaron.
-No se hable más del asunto, dijo Antonio Delapietra. El padre es el que le da el apellido.
Lila le mandó otra carta a Obdulio, diciéndole cuánto lo amaba, le explicaba que se casaba por un acuerdo familiar, que lo había decidido el padre, pero no le contó lo del embarazo. Para qué, se va a volver loco, pensó Lila, mejor que no lo sepa. Los matrimonios se arreglan así, por conveniencia, y él me va a comprender.
-Qué amor ni qué ocho cuartos, ¿usted sabe si todos los que se casan tienen amor? No, esto es otra cosa, acá hay que solucionar el problema; usted no habla, entonces deje que decida su padre lo que le conviene. Y mucho cuidado con andar escribiendo cartitas y esas pavadas. Gardenia Aguirre tenía la costumbre de resolver los problemas haciendo lo que decía Antonio. Y él había decidido que se casara cuanto antes, que fuera con un buen partido y que no se hablara más del tema.
Comprendió en ese momento que había llegado el final para ella y Obdulio, se quebró por dentro. El amor golpea y rompe. Cuando Mariagrazia estaba con sus abuelos, ellos la llamaban Lila y siempre se había sentido más cómoda y amada, ahora comprendía por qué, la dejaban ser ella misma.
Mariagrazia no estaba en situación de poner condiciones y sintió que no era una mujer, sino un país arrasado por la guerra, devastado por el fuego. Rendida y sometida, no podía pensar en el hijo, todo su ser estaba ocupado por la pena. Había perdido a Obdulio. A pesar del dolor, obtuvo consuelo en la promesa de su esposo: Le permitiría estudiar en la Universidad. Y Hugues cumplió.
Las dos cartas que ella le había escrito a Obdulio nunca le llegaron, porque en el Correo de Oro Sacro don Antonio tenía un amigo que las tomó y las reenvió a su fábrica, en Colonia Caroya.
¡Si devi fare quello che dico!, decía Antonio Delapietra. O bien: ¡Stai zitto!


martes, 11 de abril de 2017

Capítulo 10, 82/79 Los diarios del alquimista

Diez


EL BESO

La vez que fuimos todos al río y se largó a llover, terminamos en la copa de un árbol de molle. Es común que se armen las tormentas, se descuelgue el cielo y el agua de las sierras baje haciendo escándalo. Nada hacía sospechar que iba a pasar algo así.
Habíamos salido el Gato, Angelito, Juanjo que se había incorporado al grupo ese verano y yo, las pasamos a buscar a Mina y a Lucía. Los otros vendrían más tarde, también se agregaron las melli Rosini, que iban con nosotros a tercero. Nos habían dado permiso para hacer un picnic en el río. Llevábamos todo lo necesario para pasar buena parte del día y no tener que ir y volver buscando cosas. El Gato hizo de las suyas, nos reímos de lo lindo, hasta que se vino la tormenta y corrimos a refugiarnos.
Lucía y yo quedamos solos, teníamos que bajar un poco más para llegar al camino que lleva al puente. Nos protegimos entre las ramas del árbol que nos quedaba de paso, sobre el sendero; había crecido medio en el aire, a unos tres metros de altura y la copa estaba a los pies del caminante. Siempre me sorprendieron algunos hechos de la naturaleza, los caprichos de la vida que cuando quiere ser, es, aún en las condiciones más extrañas o complejas. Eso le pasaba al árbol, existía a pesar de todo. Recordé al profesor Neurus que a veces decía cosas así.
Estar tan cerca, con el viento que balanceaba las ramas, temerosos de irnos a pique hizo que nos acercáramos más de la cuenta y nos besamos.
-¿No te vas a enojar como el otro día, no?
-No, estúpido.
-¿No les vas a decir a tus hermanitos que me caguen a trompadas, entonces?
Cuando pasó la tormenta, bajamos, nos reunimos en el puente con los chicos, pero no dijimos nada. Era nuestro secreto.

Ese verano del 74 fuimos novios y soñamos con estudiar, tener nuestro laboratorio y vivir juntos. Faltaban dos años para todo eso. Una eternidad.

lunes, 3 de abril de 2017

Capítulo 9

Nueve

LAS CARTAS









Lucía y yo éramos inseparables. Cada año en diciembre, cuando terminaban las clases, regresaba de la capital y nos encontrábamos en el mismo lugar, el puente. Por supuesto que allí estábamos todos, éramos una banda. Pero para mí sólo importaba ella.
Ya teníamos quince, pensábamos seguir en la misma facultad, al menos tres de nosotros. Lucía, Juanjo y yo queríamos estudiar bioquímica o farmacia. Para ella era más fácil, su abuela vivía en la capital. Además la familia no tenía problemas económicos, en cambio, yo tendría que trabajar.
Después de las doce, en Navidad, nos reunimos como siempre debajo del puente para fumar y contarnos cosas. Lucía estaba muy callada. Después me dijo la verdad: Su abuela estaba muy delicada de salud.
-Se muere, dijo.
-Dejá de hinchar, cómo se va a morir, si estaba bien hasta ayer.
-Hoy no. Pero viene arrastrando una enfermedad en los pulmones desde el invierno. Se agravó en estos días, parece que se va a morir, concluyó.
Cuando empezó febrero, la abuela de Lucía resucitó. Y yo no supe qué decirle.
Antes de volver al colegio, Lucía se apareció en mi casa, traía cartas atadas con una cinta azul. Se las había pedido la abuela, habían estado guardadas por años en una cartera de fiesta que ya no usaba, entre cajas de fotos y recuerdos. Acostumbraban a dejar en la habitación del fondo lo que no querían dando vueltas, es un gran arcón con vista al arroyo, decía Lucía.
A veces íbamos a la pieza-arcón, a pasar el rato, a ella le gustaba revolver entre las cosas antiguas y armar historias. Traía a la vida los objetos viejos, inventando relatos, quién, cuándo se usaron, por qué los abandonaron, qué habría pasado para que cayeran en el gran basurero. Se reía, mientras se colgaba collares de la abuela de los años ’50 o caminaba con zapatos pasados de moda y faldas que le llegaban a los tobillos. Cosas de chicas, pensaba yo, pero le seguía la corriente para verla reír y jugar.
La abuela le había pedido que buscara un sobre blanco con detalles nácar y un broche dorado, allí había recuerdos de su juventud. Los quiero tener y no le digas a tu madre, me lo traés este fin de semana, cuando vengas a casa, le había dicho. Nadie tiene que leer esas cartas, dijo. ¿Será un gran secreto?, se preguntaba Lucía y me las trajo.
Estábamos los dos con las cartas sobre la mesa, dudábamos. Sin embargo, no pudimos con nuestra curiosidad y las desatamos. Podía ser una falta de respeto, pero Lucía amaba tanto a la Abu y ella la conocía tan bien.
-Es tan buena, que no se va a enojar conmigo si leemos las cartas.
-Dale, ¿las abrimos o no?
Desatamos el lazo, las cartas se desparramaron sobre la mesa del patio, las volvimos a acomodar una junto a la otra y las abrimos. Eran cartas escritas por el profesor Obdulio Quesada.
-Guau, ¿Neurus le escribía a tu abuela?
-Neurus, no, es un error, seguro que ella se las guardaba a una amiga.
-Esperá. Es sencillo: ¿A quién están dirigidas?
-Lila, dice ésta, y esta otra también. No es mi abuela, Lila no es mi Abu.
-De tanto decirle Abu, no sé cómo se llama tu abuela.
-Mariagrazia Delapietra.
-Jodéme, qué nombre, pobre. ¿No le hizo juicio a los padres?
-¿De qué te reís, vos quién te creés que sos, pibito?
-Yo soy Isaac Newton, para servirle, a usted.
-¿Quién te conoce a vos?, Larguirucho te dicen.
-No te enojés, linda.
-No me digas linda, que no soy nada tuyo.
-Hasta ahora, pero... ya tenemos edad…
-Edad para qué, idiota… dejá de decir gansadas o le digo mis hermanos que te agarren y te den una paliza.
-¿Tas nervioshita?
-Mejor guardo las cartas y me voy a casa.
-¿Te acompaño?

-¡No!