Y la vida ínfima convive despreocupada
Con rocas cercenadas hace siglos,
marcadas
Por rezos estremecidos.
Gestos y palabras horadan
Lo íntimo de la divinidad,
Flores enarboladas por amor al
sol.
El agua del Vilcanota abajo
Viene andando en el tiempo
Carga la herencia del pueblo
andino,
Elevados amautas y aguerridos hombres
Vienen cantando en el río.
Espectros en movimiento lamen los pedruscos
Avaros de lunas y de soles,
Y un caracol, allí
Adherido a un nicho dentro del templo inca.
Es la vida, digo,
Minúscula partícula entre despojos
De lo bello y sagrado.
La roca labrada guarda memoria
De ritos funerarios y de ofrendas devotas,
Del poder, la fuerza, el agua,
La tierra, el oro, lo divino.
El río también.
La tierra, el oro, lo divino.
El río también.
Una amalgama arcaica
A salvo de la avaricia,
Oculta quinientos años por la selva.
Y abandonado, en el espacio
Donde se han dejado en los
solsticios
Las ofrendas,
Sólo él.
Caracol olvidado. Vivo.
A salvo.
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