sábado, 22 de febrero de 2014

Juan Muraña de Jorge Luis Borges. Una lectura posible

Juan Muraña, el cuchillo




Análisis del cuento de Jorge Luis Borges.

“Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente.” Jorge Luis Borges


En el cuento Juan Muraña, el narrador sujeto del enunciado, es el personaje Borges que comienza diciendo: “Me crié del otro lado de una larga verja de lanzas (...) Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) por las esquinas.” El verbo impersonal desde el principio da cuenta de otras voces que se suman a la de Borges y alimentan muchos de sus textos.
“En 1930 consagré un libro a Carriego”. En este caso, el personaje mimetizado en el escritor, alude a la obra del Borges real, a los fines de establecer una relación con el otro personaje que presentará, su condiscípulo Trápani.
Cuando aparece  Emilio Trápani, el personaje Borges no manifiesta emoción o alegría por el reencuentro, más bien frialdad y distancia. Es evidente que pertenecen a mundos diferentes, pero el otro conoce ese mundo que él vio desde el límite, tiene entonces  autoridad para contar la historia de Muraña y la cuenta.
Trápani le dice: “Yo conozco a esa gente (...) Soy sobrino de Juan Muraña”. Es así como introduce al protagonista del cuento, Juan Muraña, un cuchillero famoso que es evocado con admiración. El narrador le cedió la palabra a Trápani, pero antes había caracterizado su estilo: “Algunos énfasis de tipo retórico y frases largas...” Este es un aspecto de la transtextualidad, la metatextualidad, o un fingido comentario sobre el (fingido) discurso de Trápani, creado por Borges para borrar su presencia, su propia voz.
Sin embargo, este nuevo narrador recurre también a otras voces para referirse a ese tío desconocido, soñado y admirado por ser un hombre de coraje, de quién no se sabe a ciencia cierta cuál fue el destino final: “Sobre mi tío corrieron muchos cuentos (...) Se tiró del pescante y se rompió el cráneo... o lo buscaba la ley y se fugó al Uruguay”. Aparecen, además de las otras voces, algunas marcas de imprecisión:
No faltó quien dijera, (…)
También se dijo, (…)
Mi madre no me explicó la cosa, (…)
Yo era muy chico y no guardo memoria de él, (…)
La casa de un tal señor Luchessi. (…)
¿Quién o quiénes hablan? Puede ser ésta quizá una primera hipótesis de lectura.

Ante la muerte de un surero insolente que mató Juan Muraña dice Trápani:
“No sé si la historia es verdad, lo que importa ahora es el hecho de que haya sido referida y creída”. En primer lugar, dice que es una historia, está definiendo el tipo de texto (architextualidad). En segundo lugar, podemos plantear otra hipótesis de lectura, no menos interesante que la anterior, ya que instala la escritura o el acto de narrar por sobre la realidad. A partir de esta premisa, nos preguntaremos si es el enunciado lo que hace posible la realidad. Este tema lo retomará al final el personaje Borges.

Volvamos ahora al sujeto del enunciado, ya dijimos que un Borges le cede la palabra a Trápani, que usa la primera persona gramatical: Yo me veía, me tentaba; pero que también suele jugar con la imprecisión, porque conoce al personaje a través de los otros, porque era chico cuando ocurrieron los hechos y transcurrió mucho tiempo. Aparece el concepto de tiempo. “No sé cuánto duró la zozobra”. “Tu padre nos dijo que no se puede medir el tiempo por días...” Sería interesante, entonces, que los alumnos sepan de la influencia que ejerció en Borges su padre a través de las lecturas o de las ideas. Sería valioso descubrir algunos aspectos de la historia familiar, de sus lecturas en la biblioteca, para dirigir la mirada sobre las huellas que dejaron algunos autores en él, a fin de reconocer su filiación literaria y, no tanto, su biografía o su prosapia aristocrática para explicar la obra.

La acción de Juan Muraña se centra en el problema familiar, el desalojo. Éste será el conflicto que llevará al desenlace trágico. Alguien mató a Luchessi, el dueño de la casa donde vivían Trápani, su madre y la tía Florentina, antes de que fueran desalojados. Y, a la manera del género policial, conocemos al asesino al final y es el personaje menos pensado: la tía Florentina.
La mujer de Juan Muraña, tía Florentina, merece nuestra especial atención. Certeramente el narrador la muestra indefensa y débil, un poco loca por la desaparición del hombre amado, pero es en realidad brava como un tigre para defender lo que ama. El amor como tema es poco frecuente en Borges escritor, al menos el amor romántico. ¿Podría ser ésta otra hipótesis para abordar otras obras de Borges?
Tía Florentina encarna a su hombre, es él. En la primera lectura creemos que Juan no ha muerto y volvió para matar a Luchessi o que estamos leyendo un cuento fantástico y el fantasma del muerto es el homicida. El narrador ha creado un clima de incertidumbre propia del género. Sin embargo, nos enteramos de la verdad por la confesión de la mujer.
El Trápani niño descubre al autor del crimen, se lo dice la misma tía Florentina. Es Juan, el puñal. Como en otros textos de Borges, por ejemplo en El encuentro de El informe de Brodie, o In Memorian J. F. K. de El hacedor, los hombres son instrumentos de las armas. Y el hombre fue un cuchillo. La tía Florentina toma el lugar del hombre-tigre y mata en defensa de su familia. Desde ese momento es el otro, es Juan, es el cuchillo.

En el final, Borges retoma la palabra para develar los símbolos y algunos de los temas recurrentes de su mundo: el tiempo, la memoria. “Juan Muraña fue un hombre (...) y que después fue un cuchillo y ahora la memoria de un cuchillo y mañana el olvido, el común olvido.” Daremos cuenta de este magnífico encabalgamiento. Juan Muraña en vida fue un cuchillero famoso, un cuchillo vengativo o redentor en las manos de tía Florentina, la memoria de un cuchillero y de un cuchillo en la voz de Trápani y mañana, dice Borges personaje, el común olvido. ¿Por qué el común olvido? ¿Qué o quiénes están destinados o son dueños del común, del ordinario olvido? ¿Todo lo que no entre en el sistema literario, lo que no tenga status académico, lo que no sea producto del arte o de las ciencias pasará al olvido? ; quienes no tengan ni una lápida serán olvidados, se pregunta. Juan Muraña -no lo sabemos con certeza- no tuvo epitafio, ya que se ignora su destino final. Entonces, el común olvido sería inevitable para él. Pero la palabra escrita, todas las voces que lo nombraron, lo seguirán nombrando quién sabe hasta cuándo y, cuando se silencien, como fue predicho, sobrevendrá el olvido; aunque ya no será común, porque, mientras la obra aceche desde un estante de alguna biblioteca o guardada en un byte de una biblioteca virtual, estará viva, expectante y podrá nuevamente ser dicha. Será el Verbo.
En ese final, en una síntesis perfecta Borges ha recuperado todo el texto. Reconocemos que los adverbios temporales articulan los tiempos de la narración (pasado, presente y futuro). Así, en el pasado vivió y mató Juan Muraña, en otro más próximo mataron a Luchessi. En el presente de la narración, Borges recuerda el encuentro con Trápani, quien refiere los hechos y guarda la memoria de aquel tío mitológico y del oscuro crimen de Luchessi. Y en el futuro, el olvido, el común olvido.
¿Pero, insistimos, cree Borges realmente que Juan Muraña pasará al olvido después de haber contado la historia? Si releemos el texto, descubriremos que no, porque antes nos había dicho que no importaba que el hecho fuera verdadero, que lo importante es que la historia haya sido referida y creída. La historia debe ser referida. Esa realidad, según él, existe si se pone en palabras. Una idea clave en la obra de Jorge Luis Borges.
Creemos en la palabra, que no sólo salvará del olvido a la figura del cuchillero, el arrabal, aquel Palermo que Georgie miró desde el jardín detrás de una larga verja de lanzas... en la palabra que también, por obra y gracia de la escritura, y a pesar de lo que él dijo desear, impedirá que Borges caiga en el olvido.



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