Veinticuatro
I
Las
cartas de Obdulio
Villa
Oro Sacro, domingo 2 de Octubre de 1960
Sra.
Mariagrazia:
He
decidido escribir esta misiva para saludarla, después de que su hija
visitara mi casa, en la villa. Señora, me ha sorprendido gratamente
ver a esa criatura tan graciosa, llena de vida y alegría. Me ha
parecido un buen hombre su yerno, conversamos durante dos horas y él
estuvo acompañándola y cuidando con amor a su querida mujercita. Es
casi una niña y será madre.
Señora,
permíteme que deje de tratarla así, es extraño después de la
confianza que hemos tenido mantener distancia, como si fuéramos
desconocidos. Aunque es cierto, ha pasado el tiempo y debo ser
caballero. Te decía, me permito el tuteo, debo confesarte que la
presencia de la muchacha me trajo tantos recuerdos, se parece mucho a
vos, sobre todo porque tiene una clara intención de llevarse el
mundo por delante, pero no es soberbia y tiene voluntad, ya que me ha
confesado que, a pesar de las dificultades para educar a cuatro
niños, será pintora. Claro, tiene a quién salir, ¿verdad?
La
niña me ha recomendado que no te llame Lila, pero no puedo llamarte
por tu nombre de pila. Para mí, sigues siendo Lila. Espero que no te
moleste que te envíe esta carta, han pasado muchos años. Mi vida
sigue igual en todo, claro que te he echado de menos, fuiste el ángel
que orientó mi camino, mi trabajo. No perdí nunca la voluntad de
buscarte y de volver a verte. Te busqué, Lila, por toda la provinca.
Recorrí la capital calle por calle, creyendo que estabas allí, como
habías dicho; después viajé por los lugares posibles, fui a todas
las direcciones que me dieron, llamé por teléfono y visité a todos
los perfumistas de Córdoba, de San Luis y hasta del Norte. Como no
te encontré, seguí aquí con mis recuerdos y el agujero en el
pecho. El día que vino tu hija, el ángel perdido volvió a tener
rostro.
Mi
vida ha sido más o menos feliz, cristalizada en una noche y en mil
días, sabes bien que te he amado como un loco y, aún cuando no has
estado conmigo tal como lo planeamos, has sido lo más importante
para mí. No quiero ser inoportuno al aparecer ahora en tu vida, no
le he preguntado nada a ella, sólo dijo que has enviudado. Lo
siento, de verdad. ¿Estará abierta la puerta de tu corazón esta
vez para un viejo amor?
Espero
que respondas a ésta, con ansiedad leeré tus palabras. Con todo
respeto, de tu querido amigo.
Obdulio
Quesada
Villa
Oro Sacro, jueves 27 de Octubre de 1960
Mariagrazia:
Te
envío esta carta saludándote con inmensa alegría y dicha por
haberte encontrado, al fin. Espero que vos y tu familia gocen de
buena salud y ánimo. No sé si te habrá llegado la misiva anterior,
tal vez no, porque en vano he esperado tu respuesta.
Como
suele andar mal el correo, te escribo nuevamente para informarte que
ha venido a visitarme tu hija, bella muchacha. Se parece bastante a
vos, hasta he creído verte otra vez caminando por mi jardín, como
hace veinte años.
Te
recuerdo Lila, no he podido olvidarte. Tu hija me ha roto el corazón
también, pero de alegría, es tan bonita y graciosa. Las cosas de la
vida, ella es madre y tú, abuela, tan jóvenes, ella es apenas una
niña que criará a cuatro chicos.
Lila,
ella me ha pedido que te llame Mariagrazia, como todo el mundo, pero
no puedo, para mí nada ha cambiado. Un abrazo, espero tu respuesta.
En otra carta te contaré más cosas y me contarás lo que has
vivido.
Un
amigo que te quiere siempre.
Obdulio
Oro
Sacro, domingo 27 de noviembre de 1960
Lila:
Voy
a dejarme de preámbulos y de saludos de cortesía, espero que estés
bien. No creo que no hayas recibido mis cartas; entonces debo
interpretar que no querés responderlas. Está bien, vos lo decidís,
como antes decidiste hacer tu vida sin que te importara nada de mí.
Cuando
te fuiste, no dijiste que me abandonarías, claro, nadie dice eso,
sin embargo no tenías derecho a mentir, a engañarme como lo
hiciste. Qué manera es ésa de jugar con los sentimientos de
alguien que te amaba con total honestidad. Cómo has sido tan cruel.
Supe que al poco tiempo de dejarme te casaste con un hombre rico,
bien por vos, y a mí que me parta un rayo.
Eso
no se hace, no se hace, dejar a alguien con semejante gesto de
cobardía, qué te costaba afrontar los hechos, qué te costaba decir
no te quiero más, sos un muerto de hambre, no te quiero, te dejo por
alguien mejor, te dejo porque me gusta tener otra clase de vida.
Fuiste un pasatiempo, te dejo por estúpido.
Sí,
fui un idiota, te creí, creí todo cuanto decías sobre nuestro
fututo, el trabajo y los hijos, de la vida en la villa tranquila, sin
lujos, hasta creí que podíamos hallar oro. Oro, qué infeliz he
sido; fuiste a buscar oro pero no en la alquimia, sino en las arcas
de un millonario. Oro, no querías el prodigio del descubrimiento, el
sabor del trabajo duro y el pan en la mesa, sino la fortuna de un
extranjero. Mujer ambiciosa, creída, superficial. Sé por los
chismosos que es el tipo del Ford negro que una noche casi me mata,
debe ser cierto. Alguien más estaba en tu vida y yo no lo supe
antes.
No
te molestes en contestar esta carta, no querré saber nada de vos.
Pasé los últimos veinte años buscándote. Y cuando no caminaba
buscándote, te estaba esperando en casa. Ya no me importa nada.
Mejor digo adiós. Me has ofendido, ahora sí.
Obdulio
Oro
Sacro, domingo 18 de diciembre de 1960
Lila:
Ante
todo deseo que vos y toda tu familia tengan la mejor Navidad y un
próspero Año Nuevo, en estas fechas uno debe poner las cosas en
orden y sobre todo debemos perdonar. Te pido disculpas, he sido
grosero y vulgar en mi última carta, seguramente tendrás tus
motivos para no escribirme.
Sabés,
fui a verte el sábado pasado para saludarte por las fiestas,
aproveché que iba para la capital don Cosme. ¿Te acordás de él?
Es mi vecino, el que tenía un carro, con el tiempo, dejó el carro,
alquiló el caballo y los burros para que saquen fotos los turistas y
compró una chata vieja, hasta hoy es la misma, pero anda bastante
bien. Te decía que fui con él, que tenía que hacer una diligencia,
y me llegué hasta tu botica, o farmacia, como le dicen. Para mí el
boticario tenía otro color, era un maestro, un alquimista, pero
bueno, los tiempos cambian todas las cosas, incluso a vos, que sos
doctora.
Entré
a la botica esperando verte, me atendió un mozo de unos veinte
años, como no estabas por ningún lado, me atreví a preguntarle. Me
dijo que habías salido. Entonces compré una tableta de geniol, que
siempre es bueno tener en el botiquín, y me fui. Me quedé sentado
dos horas en el bar que está junto a tu casa y no llegaste. Después
caminé por la cuadra unos minutos, debieron ser muchos, porque se
acercó un policía y me preguntó qué buscaba por el barrio. Le
dije que estaba haciendo tiempo hasta tomar el tren, me dijo:
Circule, circule. Y me fui.
Después
volví con don Cosme a la villa y llegamos cuando anochecía. Una
pena no haberte visto, podríamos haber hablado como antes. Te debo
una disculpa, no, mil disculpas por la otra carta. Me pone
neurasténico, esta incertidumbre. Qué es lo que pasa, Lila, por qué
este silencio, ahora que podemos encontrarnos e intentar ser felices.
Bueno,
cuando te decidas, me escribís y listo. Yo te voy a esperar un poco
más, pero no sé hasta cuándo. No, es broma. Me imagino que hablar
conmigo, explicar lo que sucedió no debe ser fácil, si lo fuera, ya
lo hubieras hecho. Una cosa me tiene mal, tu hija dice que busca al
padre, cómo es ese asunto, de qué habla la muchacha. No es que
debas darme explicaciones, no, a ella se las debés dar. Me parece lo
más justo. En qué lío estás metida, Lila. Y si son chismes, con
más razón, siempre hay una lengua larga que arruina la vida de los
demás.
Y
a mí qué me importa dirás, sí me importa, porque esa chica, tu
hija, me cautivó con su simpatía, es bonita e inteligente y, por lo
que vi, tiene a su lado un hombre que la ama.
Lila,
ya no te pediré que me escribas, al menos pienso que me lees, y eso
hoy es suficiente para mí. Un abrazo de quien no te olvida.
Obdulio
Veinticinco
Ella leía
Cada
vez que llegaba una carta de la villa, la doctora corría a
encerrarse en su dormitorio y allí, como una adolescente, leía las
cartas que guardaba con todo su amor en un sobre que había usado en
la Embajada de Francia hacía veinte años, justo cuando dejaba a
Obdulio para casarse con Hugues. Leía cada carta pero no las
contestaba. No quería ilusionarlo otra vez. Sin embargo, percibía
que había algo mágico en toda la situación, todavía se amaban. De
otro modo, pero era amor. Se preguntaba cómo hacer para expresar lo
que pasaba por su cabeza, qué decirle a ese hombre, cómo enfrentar
la situación con su hija y sobre todo con sus padres. Hasta que no
resolviera esos interrogantes, pensaba que era mejor no contestarle.
Obdulio
siguó escribiendo una carta por mes, a veces, dos. Eran largas
conversaciones, daba por hecho las respuestas, como cuando uno se
habla en el espejo. Había encontrado una nueva faceta de su amor. Al
tiempo de búsqueda y espera, le sucedió este otro, hecho de
palabras y silencios. ¿Acaso no son las palabras las que organizan
el mundo?, decía Obdulio. ¿No son las palabras los símbolos que
usamos para dar sentido a las cosas del mundo, para explicarlo, qué
haría el hombre sin la palabra? Entonces, escribía, había renovado
la conexión con el ser ausente, más presente cada día en su
imaginación, tanto que cuando no escribía, hablaba con ella. La
comunicación triunfaba sobre la indiferencia y el olvido. O quizás,
sobre la muerte.
Así,
la mente infatigable de Obdulio se ocupaba en retenerla. La escritura
era una estrategia de supervivencia, él lo sabía bien, no era
locura y en todo caso, si estaba loco era como siempre había sido,
por ella.