miércoles, 28 de junio de 2017

Capítulo 19 de la novela 82/79 Los diarios del alquimista


Diecinueve

Propiedades de los materiales



Los materiales tienen diferente propiedades mecánicas, las cuales están relacionadas con las fuerzas que se ejercen sobre ellos. Así, los que existen en la naturaleza o los creados por el hombre pueden ser tan frágiles como el vidrio, elásticos como el caucho o dúctiles como el cobre. Lo verdaderamente raro en este mundo es el amor.
Éstas son algunas propiedades o cualidades:

La elasticidad es la cualidad que presenta un material para recuperar su forma original cuando cesa el esfuerzo que lo deformó.

Yo pensaba que el amor tenía la propiedad de cambiarnos, que después de conocernos y amarnos, ya no seríamos iguales.

La plasticidad es una cualidad opuesta a la elasticidad. Es la capacidad de mantener la forma que adquiere un material al estar sometido a un esfuerzo que lo deformó.

Que seríamos como niños, me dijo y guardamos en secreto nuestro amor.

La ductilidad: Los materiales dúctiles son aquellos que pueden ser estirados y conformados en hilos finos.

Dijo también que hilos mágicos nos atarán más allá del tiempo y la distancia.

Maleabilidad: Se refiere a la capacidad de un material para ser conformado en láminas delgadas sin romperse.

Que no se romperán, que estaremos unidos para siempre. Yo no me voy a romper, porque te espero. Y para estar con vos tengo que estar entero.

Tenacidad: Es la resistencia a la rotura de un material cuando está sometido a esfuerzos lentos de deformación.

Es tenaz el amor, permanece inalterable, me pregunto si será oro la materia que lo constituye.

Dureza: Resistencia que opone un cuerpo a ser penetrado por otro. Esta propiedad informa sobre la resistencia al desgaste contra los agentes abrasivos.

El amor sale a buscarnos y nos abraza, pero lastima. Estoy herido y si me rompo, ni te vas a enterar. Te fuiste, me dejaste con este amor y yo no duermo porque tengo que velar mi alma en pena. Ahora sé algo que antes no sabía: El amor golpea y rompe, aunque hay amores que se diluyen y son sólo material descartable, olvido.

Fragilidad: Es la facilidad con que se rompe un material sin que se produzca deformación elástica.

La primera vez que te vi, sentí un ardor en el centro del pecho; después en tu cama, tuve una sensación de muerte –deliciosa muerte- y al final, cuando te fuiste, un nocaut me derribó. Sé que un hombre íntegro no puede mostrase frágil, pero soy una árbol derribado y sin fe.

Resiliencia: Resistencia que opone un material a un golpe brusco e intenso (choque), se refiere a la capacidad de un material para recobrar su forma después de haber estado sometido a altas presiones.

Por qué el amor insiste en habitarme. La casa está vacía.


Me desarmo, me armo, se cae a pedazos el abandonado éste en que me he convertido y me reinvento, sin remedio. Sí, sí, ya sé, soy un estúpido. Un hombre de verdad no anda llorando por los rincones. Aunque no haya nadie que lo espere a uno, un hombre se traga el dolor y sigue.  

jueves, 15 de junio de 2017

Capítulo 18, 82/79 Los diarios del alquimista

Dieciocho

SOLA


La viudez le trajo soledad y calma. Mientras Marianne crecía, debía hacer frente a los negocios de Hugues en el país, su cuñada se había hecho cargo de la bodega en Burdeos; más tarde, prefirió dejar los asuntos comerciales en manos de los socios de Hugues. Transitaba por un terreno desconocido de vinos, aceites de oliva, aceites naturales importados, quería continuar sus estudios. El mundo real la recuperaba, aunque se abstraía en el estudio.
A pesar del tiempo transcurrido, el amor no se iba. No es cosa fácil dejarlo ir, pensaba. Había hecho todo lo posible por arrancarlo, pero Obdulio volvía a ella una y otra vez. Eran como soplos de vida que se iban con cada pensamiento. Llegaban para irse.
Cada noche, durante unos minutos recordaba algo, las caminatas, el río, las noches y las escapadas de amor, después la atrapaba el sueño o el llanto de su hija. Esos instantes eran pequeñas fugas. Fugaba hacia el pasado feliz para seguir. Hubo días en los que la confusión la paralizaba; otros, salía a pelear con alegría. Así fue tejiendo la vida.
Ya no se sacrificaba para responder a las peticiones de Hugues, de algún modo le resultaba más fácil sobrellevar la situación, le producía alivio la pérdida.
-En qué me he transformado, en una malvada sin corazón, se horrorizaba por sus sentimientos.
Cuando la culpa la ahogaba, se aferraba al luto, lloraba por el hombre muerto. Morir por su patria, nada menos, se muere la gente de tuberculosis, del corazón o de tifus, pero por la patria, no cualquiera m'hija, le decía Gardenia, que elogiaba al difunto. Debía demostrar respeto y dolor. Vestir de negro riguroso al menos por un año, si no dos.
Ella lloraba cuando una situación la superaba, se tiraba en la cama y daba unos alaridos sanadores, después se componía; también lo hacía por Obdulio, porque lo había abandonado para ser infeliz con otro.
Las amistades la visitaron, poco a poco, fue recuperando la vida social, si bien la hija consumía su tiempo y energías.
Recobró la paz por aquellos días, hasta que uno de sus primos, Anselmo Moroni, le propuso casamiento. Había comenzado a frecuentarla en el verano, una vez por semana la invitaba a cenar, iban a La Florida, la estancia de la familia, donde le enseñó a cabalgar, llevaban a Marianne. Disfrutaba de la vida otra vez.
Anselmo un día se atrevió y le propuso un trato. Yo sé bien que no me querés, le dijo. Unirían sus propiedades y fortunas, podrían vivir en Buenos Aires o en la estancia, donde ella quisiera. Pero prefería desprenderse de los vinos y de los negocios del finado.
-Eso te da pérdidas, mientras que tus socios se hacen ricos.
Marianne debía ir a estudiar a otro colegio, uno de monjas, donde estuviera todo el día entre religiosas. Eso dijo Anselmo.
-Es una chica muy caprichosa, necesita rigor, con las monjas aprenderá a ser una buena chica, es lo mejor para todos.
Mariagrazia, enmudeció; después de la muerte de Hugues, sus parientes la llamaron otra vez tal como la habían bautizado sus padres. Pensó en reírse a carcajadas, luego decidió hablar con tranquilidad. Le dijo que lo había aceptado en su casa porque eran parientes.
-Somos de la familia, Anselmo, cómo se te ocurre.
-Vos me diste calce, ahora te hacés la virgencita...
-Anselmo, no te enojés, yo estoy criando a la nena, no me interesa tener ninguna relación... Menos casarme...
-Si nos casamos, nos conviene a los dos, así te dejás de hacer la loca por la calle, qué tenés que ir a la escuela, para qué, cuando seas mi mujer, la vas a dejar.
-Anselmo, no quiero ser la mujer de alguien. No quiero tener nada con nadie, no es algo en contra tuyo, sabés. Quiero estudiar y educar a mi hija en casa.
Cuando él se acercó y la apretó contra su cuerpo, trató de alejarlo. Pudo sentir su aliento Estaba acostumbrada a percibir aromas frescos, florales o frutales, el olor fétido de su boca le dio asco, sintió el cuerpo prepotente que la enlazaba y el sexo apoyado a su pierna; entonces, se deshizo de él como si hubiera sido una alimaña, lo empujó con fuerza. Él trastabilló sorprendido. Desarticulado, Anselmo pensó que era parte de un juego. Ella le recordó que era una mujer y que le debía respeto.
-Sí, seguro que andás viendo a alguno. ¿Quién es, qué, es más que yo?… Un medicucho es más que yo, no me hagás reír...
-¡No quiero casarme. Y basta!
-Como si yo no supiera que te casaste preñada y lo embaucaste al francés con una piba que no era de él. Todos lo sabemos y vos te hacés la santa…
¡Disgraziato! La mujer se ahogaba en su rabia, las palabras la cruzaron como un rayo, pero no las dijo: Que yo voy a casarme y a dejar a mi hija pupila con las monjas. No, sin el padre y sin la madre… Este infeliz se la quiere sacar de encima, como si mi hija fuera la empresa... Por qué me casaría… un matrimonio por interés. ¡Maledetto!
No dijo lo que pensaba, sólo pudo articular unas pocas palabras: ¡Andate, Anselmo y no se te ocurra volver!.
-¡Vaffanculo!
Anselmo no volvió a hablarle. Los tíos Rosita y Alfredo Moroni, tampoco. Se habían perdido un buen negocio.
Después de ese hecho tan desagradable, dejó de salir. Aceptó que lo suyo no era el comercio de importación. Así que vendió la empresa a los socios y, en poco tiempo, estuvo en la ruina. Algo sabía Anselmo, la había prevenido y ella no lo escuchó.
Para terminar la carrera universitaria y no pedirle nada su familia, despidió al personal de servicio, se mudó a una casa más austera y entró a trabajar en una droguería.
Chela se quedó con ellas, la mujer había estado desde el nacimiento de Marianne, iba a cuidarla y además se ocuparía de las tareas de la casa. No la despidió, tampoco le pagó salario. Era una mujer joven, servicial y afectuosa. Se ayudaron, Mariagrazia trabajaba para resolver las cuestiones domésticas y vivían en una casona de Palermo como hermanas. Ese sentimiento ella no lo había conocido. Con esfuerzo, crió a Marianne y terminó la carrera en la Universidad de Buenos Aires. No aceptó ayuda de sus padres, ni sus consejos, sí los de Chela, su única amiga.
Como empleada de la droguería, comprendió que el trabajo no era jugar a ser alquimista, era algo más serio que fantasear creando fragancias y cremas. Dejó de lado los sueños para poder salir adelante. Las utopías se suicidan cuando uno tiene que llevar el pan a la mesa, le decía irónica a Chela.
Ya no existía Lila, ahora era una mujer madura y escéptica.
-En la juventud uno se ilusiona, vive en la luna de Valencia y si se tiene algo de suerte, sobrevive.
La herencia de Hugues de Baux modificó de nuevo el estado de Mariagrazia, clausuró una etapa de su vida y dejaron de llamarla “la viuda”.
La noticia de que habían finalizado la sucesión de los Baux, hizo que Mariagrazia, Chela y la niña viajaran por primera vez a París, fue decidida a vender todo. Visitó a la familia en el châteuax de Burdeos y las tres juntas pasearon unos días. Cuando regresaron Marianne cumplió diez años.
En general, el agradecimiento no sigue al amor, sin embargo, ella se lo debía a los dos hombres que la habían amado, a Obdulio por el amor honesto y a Hugues por su generosidad.


sábado, 10 de junio de 2017

Capítulo 17, 82/79 Los diarios del alquimista

Diecisiete
LA GUERRA


Hughes de Baux, había nacido en la región de Burdeos a principios del siglo XX, dentro de una familia de dudosa aristocracia. Los de Baux eran dueños de un châteaux, que producía vinos de mesa y otros para exportación, aunque la familia escapó del trabajo rural y prefirió establecerse en París para disfrutar de la vida. Durante la Belle Époque, gastaron más de la cuenta, sin embargo mantuvieron sus propiedades, la bodega y los viñedos en la provincia.
La infancia de Hugues estuvo atravesada por la Gran Guerra, entre 1914 y 1918. En 1930 había viajado a la Argentina por negocios y decidió quedarse, vivía entre Buenos Aires y París, aunque después de su casamiento con Marì no había vuelto a su tierra. El nuevo conflicto bélico cambió su historia y la de todos. Regresó para asistir a sus padres, según dijo, que estaban sufriendo las consecuencias de la ocupación alemana.
-El deber me llama, le dijo a Marì.
Y se despidieron sin tristeza, llevaban poco más de un año de casados. Marì tenía a Marianne, él seguía siendo un devoto enamorado, aunque ella seguía gélida.
Además de dedicarse a Marianne como una buena madre, asistía a clases. En la Universidad de Buenos Aires muchas mujeres se dedicaban a la medicina, algunas a la obstetricia y otras a enfermería o farmacia. Eran carreras en las que se desempeñaban sin padecer los prejuicios sociales del patriarcado. Hugues le había permitido hacer lo que más le gustaba, estudiar farmacia y tener un laboratorio.
Cuando él regresó a París, tuvo el presentimiento de que no lo volvería a ver. Aceptaba que la guerra era motivo suficiente para que se ocupara de la familia y de sus negocios. Le dijo que si él quería ella también iría a Francia con la niña, más tarde, cuando todo terminara, porque un día esto va a terminar, querido.
Hugues era un hombre comprensivo y generoso. Nunca le preguntó por el padre de su hija, no le hizo reproches. Esperó a que ella lo aceptara por cariño y durmieron juntos después de tres meses de casados.
Marì se había prometido quererlo, para eso debía olvidar a Obdulio. Después de todo, si no hay dos, no hay amor. Un amor partido al medio no es amor y nadie es feliz, decía ella por aquellos días.
No tuvieron noticias de Hugues de Baux hasta que le llegó a su casa una citación de la Embajada de Francia. Ella debía comparecer a declarar por las actividades subversivas del francés.
En el tiempo de la ocupación alemana, muchos lucharon en la clandestinidad. Charles de Gaulle era el líder de la Resistencia y se había instalado en Londres fundando la Francia Libre, en contra del gobierno de Vichy. Hugues de Baux estaba en la Resistencia.
Las relaciones y contactos de sus parientes, los Ricciardi, le facilitaron las cosas. Ella fue visitada por dos agentes en su casa y todo terminó bien para Marì, que dijo no saber de qué hablaban. Y no mentía.
Volvió a saber de su marido al año siguiente, en 1944. Después de la liberación de París, Hugues no festejó con el pueblo en las calles. Lo encontraron junto a otros civiles caídos, había muerto en una escaramuza en la Plaza de la Concordia.
El Gobierno Provisional francés le reconoció su desempeño en la Liberación de París, envió las condolencias y una medalla al heroísmo. Ella guardaba luto riguroso. Marianne cumpliría tres años y estaban solas.