Dieciocho
SOLA
La
viudez le trajo soledad y calma. Mientras Marianne crecía, debía
hacer frente a los negocios de Hugues en el país, su cuñada se
había hecho cargo de la bodega en Burdeos; más tarde, prefirió
dejar los asuntos comerciales en manos de los socios de Hugues.
Transitaba por un terreno desconocido de vinos, aceites de oliva,
aceites naturales importados, quería continuar sus estudios. El
mundo real la recuperaba, aunque se abstraía en el estudio.
A
pesar del tiempo transcurrido, el amor no se iba. No es cosa fácil
dejarlo ir, pensaba. Había hecho todo lo posible por arrancarlo,
pero Obdulio volvía a ella una y otra vez. Eran como soplos de vida
que se iban con cada pensamiento. Llegaban para irse.
Cada
noche, durante unos minutos recordaba algo, las caminatas, el río,
las noches y las escapadas de amor, después la atrapaba el sueño o
el llanto de su hija. Esos instantes eran pequeñas fugas. Fugaba
hacia el pasado feliz para seguir. Hubo días en los que la confusión
la paralizaba; otros, salía a pelear con alegría. Así fue tejiendo
la vida.
Ya
no se sacrificaba para responder a las peticiones de Hugues, de
algún modo le resultaba más fácil sobrellevar la situación, le
producía alivio la pérdida.
-En
qué me he transformado, en una malvada sin corazón, se horrorizaba
por sus sentimientos.
Cuando
la culpa la ahogaba, se aferraba al luto, lloraba por el hombre
muerto. Morir por su patria, nada menos, se muere la gente de
tuberculosis, del corazón o de tifus, pero por la patria, no
cualquiera m'hija, le decía Gardenia, que elogiaba al difunto. Debía
demostrar respeto y dolor. Vestir de negro riguroso al menos por un
año, si no dos.
Ella
lloraba cuando una situación la superaba, se tiraba en la cama y
daba unos alaridos sanadores, después se componía; también lo
hacía por Obdulio, porque lo había abandonado para ser infeliz con
otro.
Las
amistades la visitaron, poco a poco, fue recuperando la vida social,
si bien la hija consumía su tiempo y energías.
Recobró
la paz por aquellos días, hasta que uno de sus primos, Anselmo
Moroni, le propuso casamiento. Había comenzado a frecuentarla en el
verano, una vez por semana la invitaba a cenar, iban a La Florida, la
estancia de la familia, donde le enseñó a cabalgar, llevaban a
Marianne. Disfrutaba de la vida otra vez.
Anselmo
un día se atrevió y le propuso un trato. Yo sé bien que no me
querés, le dijo. Unirían sus propiedades y fortunas, podrían vivir
en Buenos Aires o en la estancia, donde ella quisiera. Pero prefería
desprenderse de los vinos y de los negocios del finado.
-Eso
te da pérdidas, mientras que tus socios se hacen ricos.
Marianne
debía ir a estudiar a otro colegio, uno de monjas, donde estuviera
todo el día entre religiosas. Eso dijo Anselmo.
-Es
una chica muy caprichosa, necesita rigor, con las monjas aprenderá a
ser una buena chica, es lo mejor para todos.
Mariagrazia,
enmudeció; después de la muerte de Hugues, sus parientes la
llamaron otra vez tal como la habían bautizado sus padres. Pensó en
reírse a carcajadas, luego decidió hablar con tranquilidad. Le dijo
que lo había aceptado en su casa porque eran parientes.
-Somos
de la familia, Anselmo, cómo se te ocurre.
-Vos
me diste calce, ahora te hacés la virgencita...
-Anselmo,
no te enojés, yo estoy criando a la nena, no me interesa tener
ninguna relación... Menos casarme...
-Si
nos casamos, nos conviene a los dos, así te dejás de hacer la loca
por la calle, qué tenés que ir a la escuela, para qué, cuando seas
mi mujer, la vas a dejar.
-Anselmo,
no quiero ser la mujer de alguien. No quiero tener nada con nadie, no
es algo en contra tuyo, sabés. Quiero estudiar y educar a mi hija en
casa.
Cuando
él se acercó y la apretó contra su cuerpo, trató de alejarlo.
Pudo sentir su aliento Estaba acostumbrada a percibir aromas frescos,
florales o frutales, el olor fétido de su boca le dio asco, sintió
el cuerpo prepotente que la enlazaba y el sexo apoyado a su pierna;
entonces, se deshizo de él como si hubiera sido una alimaña, lo
empujó con fuerza. Él trastabilló sorprendido. Desarticulado,
Anselmo pensó que era parte de un juego. Ella le recordó que era
una mujer y que le debía respeto.
-Sí,
seguro que andás viendo a alguno. ¿Quién es, qué, es más que
yo?… Un medicucho es más que yo, no me hagás reír...
-¡No
quiero casarme. Y basta!
-Como
si yo no supiera que te casaste preñada y lo embaucaste al francés
con una piba que no era de él. Todos lo sabemos y vos te hacés la
santa…
¡Disgraziato!
La mujer se ahogaba en su rabia, las palabras la cruzaron como un
rayo, pero no las dijo: Que yo voy a casarme y a dejar a mi hija
pupila con las monjas. No, sin el padre y sin la madre… Este
infeliz se la quiere sacar de encima, como si mi hija fuera la
empresa... Por qué me casaría… un matrimonio por interés.
¡Maledetto!
No
dijo lo que pensaba, sólo pudo articular unas pocas palabras:
¡Andate,
Anselmo
y no se te ocurra volver!.
-¡Vaffanculo!
Anselmo
no volvió a hablarle. Los tíos Rosita y Alfredo Moroni, tampoco. Se
habían perdido un buen negocio.
Después
de ese hecho tan desagradable, dejó de salir. Aceptó que lo suyo no
era el comercio de importación. Así que vendió la empresa a los
socios y, en poco tiempo, estuvo en la ruina. Algo sabía Anselmo, la
había prevenido y ella no lo escuchó.
Para
terminar la carrera universitaria y no pedirle nada su familia,
despidió al personal de servicio, se mudó a una casa más austera y
entró a trabajar en una droguería.
Chela
se quedó con ellas, la mujer había estado desde el nacimiento de
Marianne, iba a cuidarla y además se ocuparía de las tareas de la
casa. No la despidió, tampoco le pagó salario. Era una mujer joven,
servicial y afectuosa. Se ayudaron, Mariagrazia trabajaba para
resolver las cuestiones domésticas y vivían en una casona de
Palermo como hermanas. Ese sentimiento ella no lo había conocido.
Con esfuerzo, crió a Marianne y terminó la carrera en la
Universidad de Buenos Aires. No aceptó ayuda de sus padres, ni sus
consejos, sí los de Chela, su única amiga.
Como
empleada de la droguería, comprendió que el trabajo no era jugar a
ser alquimista, era algo más serio que fantasear creando fragancias
y cremas. Dejó de lado los sueños para poder salir adelante. Las
utopías se suicidan cuando uno tiene que llevar el pan a la mesa, le
decía irónica a Chela.
Ya
no existía Lila, ahora era una mujer madura y escéptica.
-En
la juventud uno se ilusiona, vive en la luna de Valencia y si se
tiene algo de suerte, sobrevive.
La
herencia de Hugues de Baux modificó de nuevo el estado de
Mariagrazia, clausuró una etapa de su vida y dejaron de llamarla “la
viuda”.
La
noticia de que habían finalizado la sucesión de los Baux, hizo que
Mariagrazia, Chela y la niña viajaran por primera vez a París, fue
decidida a vender todo. Visitó a la familia en el châteuax
de Burdeos y las tres juntas pasearon unos días. Cuando regresaron
Marianne cumplió diez años.
En
general, el agradecimiento no sigue al amor, sin embargo, ella se lo
debía a los dos hombres que la habían amado, a Obdulio por el amor
honesto y a Hugues por su generosidad.