domingo, 2 de marzo de 2014

Lucía tan callada

Algunas veces nosotras salimos en defensa de las otras mujeres por solidaridad, por convicción o piedad. A Lucía nadie la defendió. Lucía está sola en un cuarto de mala muerte. Se la ve como una mujercita frágil, pero  algunos dicen que es mala como una arpía. Otros, que fue el sufrimiento lo que la llevó a este desastre. Hay quien afirma que con la madre también era mala y esto algún día iba a suceder.
El marido era violento, usted sabe, uno de esos tipos que toman y hacen locuras, aunque en el fondo la quería…    él andaba con la otra, eso la volvió loca, pobre…   ésa se va a arrepentir toda la vida de haberle quitado el marido a Lucía. Juan, pongámosle un nombre, la maltrató al poco tiempo de conocerla, primero cuando no la dejaba salir con las chicas del taller,  se ponía como loco si hablaba con un compañero o   acusaba a su hermana, la Gladys, de llenarle la cabeza o a la madre de querer otro candidato para casarla. La humillaba frente a los hijos, usaba palabras degradantes que los hijos  repiten, aunque ahora menos, quizás porque la ven poco y también por miedo. Lucía tiene una mirada dura, un poco extraviada y eso y el hecho criminal la hacen temible.
Trabajó mucho. Durante años lo mantuvo  pese al descontento familiar. El comía, dormía, ordenaba qué había que hacer y  qué no, desde el principio. Decidió casarse con ella antes de que la suegra lo echara a la calle. Embarazo de por medio se casaron  y tuvo que buscar trabajo y  empezar a trabajar. “Boluda, no servís para nada”, “tarada, no ves lo que hacés”, “vos no hacés nada bien” “si me sirvieras en la cama”  “salí de acá dejáme de joder sos una vaca”.  Ella callaba y hacía todo lo que podía para conformarlo. No quería verlo enojado.
 Lucía  no hacía nada bien y eso se  lo recordaban a cada rato. No era como la otra en la cama y se lo decía, no cocinaba como su madre y le tiraba la comida al tacho de basura, no era prolija como la Gladys. “No hacés nada bien”, “estos se portan tan mal por tu culpa no sabés criarlos” cuando  les pegaba a los chicos,  se ponía en el medio, le pegaba a ella.  El día en que la vio hablando con el Sergio le dio la paliza de su vida. Después siguió como  acostumbrado. Fue un camino sin retorno y ella tuvo mucho miedo; espiaba sus gestos, esquivaba los ademanes, medía sus pasos, controlaba  las miradas,  se aflojaba para suavizar la intensidad de los golpes, lo dejaba hacer en la cama, se esforzaba para no llorar, no gritar de dolor cada vez que la sometía. Lucía no camina, vuela. Con  la velocidad de su andar se escapa de esta vida que le ha tocado, piensa.  Los pasos ligeros, el corazón en la boca siempre que llega él, dice en voz baja porque cree que la puede escuchar aún cuando no está en la casa. Esta Lucía es un animal en acecho, frágil y temeroso.
El dolor se transformó, se pudrió de a poco, la arrastró como un viento feroz, la degradó. Cada día, durante largas noches en las que no dormía por temor a que volviera  a pegarle, pensaba en morir o matarlo.
Un día, mientras  llovía  y los chicos estaban en la escuela, aprovechó el momento para hablar, para decirle que tenían que separarse, que la casa era de ella y que era lo mejor para los chicos, pero no pudo soportar  los golpes y se calló; otras veces se hubiera humillado y le hubiera pedido perdón por haberlo hecho enojar, hubiera suplicado de rodillas, lo hubiera dejado hacer lo que más le gustaba en la cama aunque la lastimara, qué te pasó quién te hizo esto qué animal, decíle a tu marido  que no te lastime más si no lo tengo que denunciar. Ese día fue hasta la pieza, lo llamó, escuchó una puteada por respuesta, escuchó los  gritos sin entender qué decía, lo vio levantarse como un loco, amenazarla con la mano derecha en alto, le oyó elevar la voz más y más sin comprender nada y salió de ella lo que  había estado sofocando, eso que  no quería sentir y que tenía adormecido, la ferocidad del animal herido,  maltratado, saltó sobre él con el odio reventando sus venas, atormentada, gritando con el cuchillo en alto.
Lucía ahora está sola, desde el día del crimen duerme en la celda de dos por dos sin compañía. Es peligrosa, dicen. Dicen que no se sabe con ella, que puede atacar así como así en cualquier momento. Casi no habla. Tiene mucho frío, sobre todo cuando llueve y extraña a sus hijos. Espera en silencio la decisión de un juez.

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