miércoles, 20 de enero de 2016

Primer amor, en EL JUEGO DE CONTAR HISTORIAS




Una mañana de diciembre vino un circo al pueblo y todos  corrimos a ver llegar a los gitanos. Era el primer encuentro, el descubrimiento de los húngaros como  les decían los más viejos, eran individuos distintos aún cuando compartían nuestro territorio, ellos no formaban parte de las comunidades que visitaban. Eran los otros. Salimos a la puerta de casa para ver cómo eran esos de los que siempre nos habían hablado. Desde ese día y todas las otras veces se instalaron a la vuelta de casa, en la manzana siguiente, en un terreno baldío que ocupaban los parques ambulantes. Después del almuerzo, cruzamos la calle de la mano con mis hermanos y nos paramos frente a los carromatos recién llegados y cerca de  las jaulas de los animales.
Nunca había estado en un lugar como el circo de los gitanos, me asustó un poco el rugido del león viejo, un poco flaco y despeinado, pero me atrajeron los personajes que ensayaban sus juegos habituales, los payasos, los malabaristas y la mujer que adivinaba la suerte. Las visitas se hicieron frecuentes. A la mañana siguiente, mi hermana y yo fuimos a verlos sin pedir permiso a mi madre que estaba dando de comer a las gallinas. Cuando nos acercamos a las jaulas, quedamos boquiabiertas. El oso estaba atado a una cadena, una mona daba de mamar a un tigre de pocos meses de vida y, para calmar los celos de su hijo, le rascaba la cabeza.  Caminamos entre las jaulas malolientes y llegamos adonde estaban unos hombres jóvenes que  armaban la carpa. Entonces lo vi a Tas, jugaba con los tigres, del otro lado de  las rejas yo sólo veía una parte de su rostro y el pelo negro. Por mirarlo, me tropecé no sé con qué y Azuleima me sostuvo para que no me cayera;  la gitana se reía, él era su hermano. Era una mujer  hermosa, tenía el cabello largo atado en dos trenzas, la falda de color amarillo y un pañuelo  medio caído en la cabeza. Nos preguntó nuestros nombres y desde aquel día nos hicimos amigas. No fue  fácil para mí tener una amiga diez años más grande  y,  además,  gitana.
La caravana de gitanos comenzó a venir al pueblo dos veces al año. En el verano, cuando terminaban las clases y en la primavera. Nunca supe por dónde andaban mientras transcurría el invierno frío y húmedo de la pampa. La primera vez que llegaron yo había terminado la primaria, cumplía trece años por aquellos días y, de algún modo, esos nómadas cambiaron mi vida. La gitana  Azuleima era adivina, leía las manos y tiraba las cartas; ella me enseñó a tejer, también me leyó las manos y predijo algo que sucedería  tiempo después.
La adolescencia en esa época  no existía tal como la conocemos hoy; con trece años me ocupaba de la limpieza de la casa, del lavado y planchado de las camisas de mi padre que era telegrafista en el ferrocarril  que fue inglés hasta que llegó Perón, me encargaba también del cuidado de mi hermana menor; esas tareas me alejaban de la lectura y  de las labores con lanas e hilos de seda que era lo que más me gustaba hacer. Sólo algunas chicas estudiaban,  las demás íbamos a corte y confección, tejíamos  o bordábamos en casa. Los chicos a esa edad se iniciaban en los trabajos rurales o  en los oficios, los que no iban a juntar maíz con toda la familia. Azuleima me regaló un tesoro cuando me enseñó a tejer  “si no tienes agujas toma dos ramitas… yo te voy a enseñar”. Tejí con ramas, con dos agujas, con los días y las noches, los afectos,  los recuerdos, el rencor y también el perdón.  Azuleima era  madre,  llevaba siempre con ella a su niña, la caravana iba de pueblo en pueblo, como una gran familia,  hijos, padres, abuelos, el clan completo. Todos compartían satisfechos esa vida de errantes atávicos. En mi familia odiaban que fuera al circo a ver a mi amiga gitana, mucho más que ella pasara por mi casa.
- Cómo una niña iba a tratar a una mujer de ésas. Una bruja que ofende al Señor. Nada de juntarse con los húngaros. Cómo es posible que una señorita se pase las horas en un carromato o entre la mugre de los animales.
A veces me veían niña,  otras, señorita. No era chica para enamorarme de Tas,  un gitano cautivador de ojos marrones y piel oscura. A pesar de los sermones de mi madre, jugábamos con los gitanos  en el arroyo o en el parque, corríamos o saltábamos a la soga con mis hermanos menores; me gustaba pasear de la mano de él. En aquel tiempo, tuve  que  cuidar a mi madre enferma de tifus, no era una nena, no. Ellos eran gitanos, trotamundos, libres, alegres. Nosotros, una buena  familia, religiosos, nómades también, porque vivíamos en las estaciones del ferrocarril, aunque no recuerdo que fuéramos tan  felices.
La  cuarta visita de los gitanos  se adelantó, era  sábado, fines de noviembre, y fuimos a verlos. Tres cosas inolvidables pasaron durante aquel verano.  Empecé a tejer con lanas de colores y dos agujas con la gitana  Azuleima;  se cumplió lo que ella me había augurado, que algo maravilloso iba a ocurrir en mi vida  y, la tercera,  me enamoré de Tas, el domador del circo. Fue después de que atrapó a un puma suelto entre los carromatos. Éste es uno de esos hechos inesperados que,  aún desconociendo lo que sobrevendrá, intuimos que pueden modificar nuestra manera de ver el mundo.
Los animales del circo  no tenían  libertad,  los sacaban a caminar, paseaban por las calles de tierra mientras hacían publicidad y volvían al encierro. Una tarde, cuando la madre del mono de poco más  de un año, empezó a gritar y a saltar dentro de la jaula, todos salieron a ver qué pasaba. El travieso monito se había escapado y ella lo reclamaba a gritos. Azuleima había perdido de vista a Zaira, su hija, pues en ese momento estaba dándome consejos; decía con suavidad: “Una lazada, que no se te escape el punto, tira  de la lana  parejito, que si no,  te quedan agujeros,  tranquila,  que cada vez te va a salir mejor y verás, hija,  cuántas cosas podrás hacer”. Mientras yo hacía mis primeras lazadas con las dos agujas, entre las jaulas caminaba un puma. Después  supimos que  había huído del patio de don Otto, un   cazador que no siempre mataba  a los animales y, por cariño o por empecinamiento,   traía algunos al pueblo y los tenía enjaulados o sueltos en su parque. El animal era esbelto y ágil; el gitano Tas, lo recuerdo bien, lo enfrentó con coraje. El puma que tenía  casi dos metros de largo de la nariz a la cola se paseaba determinado a cazar. Azuleima estaba tan entretenida en la tarea  de enseñarme a tejer,  que olvidó a su pequeña hija.  El felino, aunque ajeno  al lugar,  sorteaba seguro las estacas donde  habían atado las sogas que sostenían la carpa; se dirigía  a los corrales,  donde había caballos, mulas, camellos y ponis. Los caniches   hacían piruetas, andaban en bicicleta o pasaban a través de los aros, a ellos se les habían unido varios perros de la calle que iban a buscar algunos desperdicios, cuando  olfatearon el peligro, comenzaron a ladrar y ante el peligro, todos  huyeron.  En la corrida, llevaron por delante a Zaira. El llanto nos sacó del tejido, corrimos las dos  y nos quedamos paralizadas. La nena estaba muy cerca del puma. El animal caminaba  hacia ella, se detuvo, la olfateó y ronroneando  continuó con determinación hacia los corrales.

Zaira no dejaba de llorar. Muchos días después se siguió comentando lo increíble del hecho.  La mona Hilda, enloquecida porque había perdido a su hijo,  cuando oyó el llanto de la chiquita se escapó de la jaula. El monito jugaba  haciendo piruetas   en lo alto de la carpa, sin  luces ni  música,  se comportaba como si hubiera estado en medio de una función. Zaira apenas caminaba, iba hacia el carromato con pasos inseguros, tambaleándose como el  payaso cuando finge una borrachera, ella pasó muy cerca del puma y todos pensamos  en ese momento que podía ser presa del animal. Azuleima gritó espantada; todas  llorábamos. Fue entonces cuando Tas tomó el látigo para reducir a la fiera.
Algunos  acontecimientos resultan inolvidables en la historia de cada persona, por lo singulares. Los recuerdos de la infancia y de la  adolescencia se van atando a ratos felices, pactos familiares, mandatos paternos,   culpa,  miedo y hasta   mitos religiosos. En la vida adulta  quedan dentro de un universo ficticio donde uno recuerda u olvida lo conveniente; sin embargo,  las emociones son las que  dejan huellas,  los sentimientos, el amor, la pasión  nos marcan, pero suelen pasar desapercibidos porque nos empeñamos en esconderlos, quizás sea  pudor o tal vez uno quiera ocultar la pena. Hay historias que  guardamos celosamente, y entran en la categoría de lo mágico o milagroso. Historias entrañables se reservan íntimamente, como el primer amor. Lo que queda de ese instante del pasado  arrinconado es una especie de  folletín, que sigue allí, y podemos encontrarlo donde menos se espera. Recuerdo ahora que el cabello largo del gitano, suelto sobre sus hombros, caía sobre mi cara. Recuerdo los brazos morenos, la sonrisa blanca, perfecta. Pensé que el puma se habría dejado  seducir también. Cuando comenzó a llover, me sentí segura, abrigada en su abrazo. Nos refugiamos en una tapera, los dos solos por primera vez; escuché la música de su guitarra conmovida y su voz áspera. Yo amé a Tas desde ese día. Él también me amó, es mentira todo lo que me dijeron después.
Decían las señoras  entre mates y los hombres  en el Club Unión que las chicas de buena familia no andan por la calle a la hora de la siesta. Que sólo las chicas malas van al arroyo a bañarse. Que los viajantes y los gitanos les roban la inocencia a las pibas  fáciles y las abandonan. Que las malas lenguas hablan de  esas chicas.
Alguien había dejado la puerta de la jaula abierta, ese hecho casual hizo que  la mona escapara  y se interpusiera  entre la niña y el puma que,  para nuestra sorpresa,  no demostró interés en la pequeña. Saltó sobre Hilda  que fue más ágil  y  desde el mástil mayor  ella comenzó a arrojarle  una lluvia de orines. En medio de la confusión, algunos empezaron a reírse. La mona se creyó la estrella del circo e hizo gala de   una fuerza fenomenal, arrancó un caño  de la estructura para aporrear  a la fiera,  el puma se enfureció. Y  apareció él. Tas lo sometió con el látigo, lo llevó hasta la jaula más próxima y allí quedó encerrado en medio de los aplausos. El animal hambriento  no había visto nunca un domador,  sin embargo quedó inmóvil  mientras   él se   acercaba. Tas lo enfrentó resuelto y nos devolvió la tranquilidad. Aún lo puedo ver, tan hermoso el gitano.
Después de la captura,  llegó don Otto, el puma se entregó manso al viejo.  Pasado el susto, el monito bajó del poste y se abrazó  a la mona Hilda;   Azuleima  lloraba de alegría. Tas vino a mi encuentro. Yo no olvido su gesto resuelto, ni su sonrisa. Entre aplausos, caminó hasta mí  con el látigo enroscado en el antebrazo,  cuando estuvo cerca, me miró a los ojos y me llamó por mi nombre. Ese verano fuimos tan felices, como lo había anticipado la gitana. Al año siguiente, cuando llegó el circo al pueblo,  mis padres  decidieron mandarme a la casa de mis tíos que vivían en Santa Eulalia. Él ya no regresó con la caravana. De aquella época feliz tengo muchos recuerdos y la costumbre de  tejer una lazada y otra lazada  para cerrar los huecos que  va dejando la vida.

                         



domingo, 17 de enero de 2016

Un clavelito rojo

Mi niño                      
Me  ha ofrecido  su corazón  de néctar.
Lleva  unas pocas monedas   (Sólo tiene seis años),
Compraría una golosina,
Pero elige la ternura.
El niño  trae el amor (Sola, 
Me trajiste el amor)
En un clavelito  falso.
Me guardo la mirada
De tus ojos intensos cuando miras tan hondo.

El niño  tiene una semilla en  el corazón
Que  ha germinado. (No toques las espinas,
No salgas a enfrentar los jinetes del odio).
El niño
Y el dolor que no cesa.
Adoro la sonrisa que amanece en tu cara
Cuando te ves feliz.


Llega solo,
Sus  manos pequeñas  me regalan una flor
De pétalos encarnados, de  material etéreo,
Y aroma esquivo. 
La falsificación de esa flor
No  es otra cosa que puro amor.



martes, 5 de enero de 2016

Vuelo, las referencias históricas corresponden a los Juicios por delitos de Lesa Humanidad


Reescritura de la crónica

Argentina, 1977
Atada,  embotada se asomó al abismo y  vio el río en sombras.
No podía ser cierto. Los seres humanos no vuelan. A menos que fuera pájaro ahora, canario o colibrí por lo pequeña. No podía mover las alas atadas con una soga. Duelen.
Bajaba muy lentamente, agitando las aletas crecidas en el calabozo. Pez, entonces debería nadar. De pronto supo quién era, no era pájaro ni pez, recordó una capucha, los grilletes, susurró Patricia, hermana de Pedro y de Carlitos, buscaba a Pedro, en la Santa Cruz. 
La buscaron por cielo y tierra.

Los casos de Pedro y Patricia Oviedo (nro. 738 y 493)

Megacausa ESMA, día 81,  21  de agosto de 2013, Espacio Memoria y Derechos Humanos

lunes, 4 de enero de 2016

SEGUNDO ANIVERSARIO DEL BLOG


¡SALUTE! 


Elegí estas tres imágenes porque hay algo de ellas en mí y en este blog; en el silencio, sigo buscando palabras nuevas.

domingo, 3 de enero de 2016

El cazador

Me miro, no soy yo

Es otra la que habita este territorio

Mío,  viene de lejos, desde la arcaica sombra

De aquellos que anduvieron por desiertos,

De los que se refugiaron en cavernas.

No soy yo, son ellos

Los que hambrientos persiguieron

A la presa.

Yo recojí la obstinación y el cansancio

De esos hombres hoscos y desgreñadas mujeres,

Primeras madres nuestras.

No soy yo, son ellos.

Sus ojos brillaban en las sombras;

Yo también me escondí y huí,

Feroces garras,  sed de sangre.

El animal y el hombre.

El hambre y el terror.

Son ellos

Los que recogieron frutos,

Vieron la  creación completa en la semilla

Y enterraron para que brotara el mínimo universo,

Una y otra  vez.

Ahora, de mí brota la palabra secuestrada,

Enterrada,

Viva.

Son ellos, no yo,

Me habitan,

Estremecen sus voces,

Escucho  lenguas oscuras, vienen desde el fondo de la tierra,

De un tiempo desvaído.

Escribo.

Después del silencio.

Escribo.

El cazador no está. No volverá.

Ahora, puedo descansar en mí.

Ahora, escribo la palabra liberada.