lunes, 28 de mayo de 2018

ANTOLOGÍA “MUJERES DE MI TIERRA”
La Subsecretaría de Políticas de Género ha presentado en Santa Fe la Antología “Mujeres de mi tierra”, integrada por los relatos seleccionados en el 1° Concurso literario 'Emma de la Barra'. El evento se llevó a cabo el 7 de mayo pasado. 
La Subsecretaría de Políticas de Género de la Provincia de Santa Fe impulsó el concurso entre julio y septiembre de 2017 en todo el territorio provincial.






Les presento uno de los relatos seleccionados: 

María Robotti de Bulzani



Relato de  Adriana Tuffo


  En la Comuna de mi pueblo hay una galería de retratos, son los hombres que se destacaron en la vida política de Alcorta, pero sólo una mujer, María Robotti de Bulzani.
María era extranjera, nació en Italia, los recuerdos del viaje habían sido narrados tantas veces. Sus padres hablaban en otra lengua del pueblo lejano, de los días en el barco que los trajo a América -como a una tierra irreal- de los mareos y la ansiedad por llegar a ver el nuevo país. Ellos habían venido de Italia y Francisco, su compañero, había nacido en las costas de Brasil. Las historias tal vez se hayan ido borrando por lejanas.
Ella es María de Alcorta, la mujer celebrada por los versos de José Pedroni, una protagonista del Grito de Alcorta. La huelga que nos puso en la historia.
Durante décadas no se habló ni se investigó el proceso histórico que desembocó en la huelga de 1912. En el sur santafesino los agricultores arrendatarios realizaron la primera huelga agraria, el movimiento se expandió en la zona maicera, pusieron en jaque el modelo agroexportador implantado por el Régimen Oligárquico que integraba a la Argentina en el mercado mundial como proveedora de materias primas.
Fue en las chacras como la de los Bulzani, en los almacenes y en las iglesias, después de una cosecha pobre, que comenzaron a reunirse los arrendatarios. El hambre los tenía acorralados, bullía la desesperanza por el aumento de los alquileres y las deudas que los ataban de un año al otro. Los dueños de las tierras apretaban con los contratos para doblegarlos. La indignación sacudía los ánimos. El desalojo era el final más temido por los chacareros.
Las mujeres han sido personajes activos del Grito de Alcorta, aunque no se las reconociera como sujetos sociales poseedores de derechos civiles y políticos. Las campesinas, en su mayoría inmigrantes, ocuparon un lugar importante en la economía rural de fines del Siglo XIX y principios del XX. Mujeres y varones han estado marcados por relaciones jerárquicas y desiguales entre los géneros, el tiempo transcurrido y la militancia han ido cambiando algunas cosas.
En aquel tiempo, la mujer tenía el deber natural de ser madre, se ocupaba de las tareas del hogar, del cuidado de los hijos, de los enfermos y ancianos, además, en las chacras desempeñaban tareas rurales; trabajaba toda la familia, los niños también. Ellas parían, criaban, debían atender a los animales, cosechar y llevar la comida a la mesa o al campo, a pesar de las inclemencias del tiempo. La economía se sostuvo con la actividad familiar y decir esto es hablar de mujeres que se multiplicaban todos los días para hacer más, para dar más. Hicieron la huelga pero no dejaron de amasar el pan, ordeñar la vaca, cocinar o cuidar a sus hijos.
Los milagros son poco frecuentes a la hora de conciliar los intereses de los poderosos y los derechos de los trabajadores. Los propietarios no respondieron a los reclamos de los arrendatarios. La huelga fue una salida compleja, sin embargo no podían seguir esperando, se avecinaban épocas duras de trabajo en el campo, era invierno. Algunos inmigrantes regresaban a Europa; otros se quedaron para pelear con la vida inmerecida.
La huelga era inminente, María se levantó frente a todos. Dicen que dejó el mate y se desató el delantal. Quién sabe si aquella vez habló iracunda, como dicen, para exigirle a los hombres que declararan la huelga.
La historia recoge el nombre de los hombres y se olvida de las mujeres, pero quién puede decir que mujeres bravas como María no fueran capaces de empujar a la lucha a un hombre, o a muchos. Era joven, estaban reunidos en la chacra que alquilaban. Tiró el delantal y las palabras que se agolparon en su garganta las arrojó también sobre los hombres en la penumbra de la cocina ahumada.
La noche fría, ellos se ocultaban de los ojos vigilantes en aquel invierno húmedo de 1912. Agricultores, anarquistas, socialistas, desarrapados, corajudos, ateos, religiosos, mujeres y hombres, todos juntos se escabullían de la policía en la precariedad de la pampa.
La huelga venía rodando por los caminos, de chacra en chacra, saltaba los pequeños hilos de agua del Pago de los Arroyos, cruzando alambrados retozaba en la hierba antes de levantar vuelo por los pueblos del sur. “Hay que ir a la huelga... ¡Antes de morirme de hambre trabajando, prefiero morirme sin trabajar!”, dicen que les dijo.
La mujer habló ante la mirada de hombres duros. Los vemos en las fotografías, ellos tienen rostros impenetrables, como la tierra que por fuera es dura, se resiste al pico o a la  azada y cuando la reja del arado la rompe, se deshace en toscos gajos primero y luego en briznas suaves, tierra húmeda y negra, dispuesta a recibir la semilla. Ella los empujaba a tomar la decisión, tenían que declarar la huelga.

Cuántos años pasaron hasta visibilizar los hechos de los que estamos orgullosos. No se hablaba. “¿La huelga de 1912, qué huelga?”. “En mi casa nunca se habló de la huelga”, me dijo una de las hijas de María. El silencio fue medrando y se convirtió en olvido.
Todos callaron después de la represión, la cárcel, los desalojos y los asesinatos de algunos hombres destacados como el abogado Francisco Netri o los dirigentes agrarios anarquistas Francisco Mena y Eduardo Barros.
Después de tanto esfuerzo estéril, la familia Bulzani se fue de Alcorta. Francisco le dijo que se irían a vivir a Córdoba. “No podemos seguir viviendo acá -le habrá dicho él- nos van a matar de a uno, si no, la cárcel y qué van a comer los chicos...”
Él se fue solo y los esperó.
Ella recogió lo que les quedaba y se llevó a sus hijos. Dejaron el pueblo, fue una especie de exilio.
Con los años, María volvió a Alcorta donde -después de un abismo de silencio- se los recuerda con admiración, a Francisco Bulzani, su compañero, y a un puñado más.
Los héroes poseen rasgos que sobresalen. En la mitología enfrentan a los contrarios, a una persona o a un conjunto de individuos que dañan a los más indefensos, el héroe después de confrontar con el mal y triunfar, adquiere la gloria y sirve de ejemplo a su pueblo o a la humanidad. A partir de sus rasgos de carácter y de sus acciones, nuestros héroes serían aquellos agricultores del Grito de Alcorta, y claro, no son como Ulises, Agamenón o el Cid, tampoco son superhéroes. Sin embargo, son un ejemplo de lucha enorme y de trabajo en medio de las dificultades.
María Robotti está entre ellos y también las otras mujeres que enfrentaron con sus compañeros a quienes dañaban por mezquinos a las comunidades. Enfrentaron la avaricia de los subarrendatarios y de los propietarios de las tierras que, habiendo subdividido en pequeñas chacras sus campos, obtenían grandes rentas con el trabajo de los colonos y sus familias. Eran campesinos pobres que tenían el sueño de trabajar y de vivir en paz, lo hacían por ellos, para asegurar el futuro de sus hijos y de las generaciones posteriores. Algo que parece insuficiente cuando recordamos las gestas de los grandes hombres de la historia, sin embargo no creo que lo sea.
María y Francisco, como miles de arrendatarios, creyeron posible la transformación. Debían abandonar las tareas en las chacras, parar para quebrar el orden que los oprimía, modificar las condiciones abusivas de los contratos de arrendamiento, conseguir rebajas en los alquileres y terminar con los desalojos injustos. Decidieron hacer una huelga para cambiar los abusos por un trabajo más justo, querían barajar y dar de nuevo, de modo de no perder siempre.
Hay seres que iluminan, son luz entre los demás. Otros recogen el fuego y lo multiplican, también están los que animan, esperanzan y los que colorean la existencia con sus acciones. Ante todo ello nos emocionamos. El espíritu humano se conmociona, tiembla, se rebela y nos conmovemos.
Conmueve la fortaleza de las mujeres que se la jugaron, aún conociendo las consecuencias que tendrían que soportar, cuando los resultados fueran adversos. Ellas lucharon como guerreras en los distintos momentos de esta historia, porque llevaron a cabo esas pequeñas batallas cotidianas que juntas arman un mosaico narrativo.
A la distancia, podrá decirse que hacer una huelga no es lo más importante, aunque fuese la primera huelga agraria (tantos paros hemos visto ya en el Siglo XX y en lo que va de este siglo). No más que amasar el pan, que cosechar y criar a los hijos en el medio del campo, sin una escuela próxima, sin recursos, alejadas de sus familias de origen, en la mayoría de los casos. No puede ser lo más importante pero ellas hicieron todo eso, para seguir haciéndolo; porque era la vida, sus vidas, lo que habían elegido y deseaban que fuera bajo otras condiciones, por eso pelearon.
Mujeres. Migrantes. Extranjeras. Campesinas. Pobres. Fueron luchadoras que aún sometidas a las convenciones sociales y a la discriminación desafiaron los poderes establecidos. Y sus hombres estaban con ellas, eso cae bien.
No votaban, no tenían derechos. No fueron invitadas a las reuniones con los propietarios o con los representantes de la ley. No fueron ellas quienes tuvieron la palabra para defender la causa que era de todos. No les daban la palabra en las asambleas, sin embargo en cada rancho hablaban, sí, por ellas y por sus hijos, y fuera del rancho pusieron el cuerpo reafirmando las demandas junto a sus compañeros.
María brilla, enciende. Es signo, un referente social, forma parte de toda una situación histórica que condensa deseos, descontento, intereses opuestos, lucha de poderes, acciones felices y fracasos. Hemos visto que con el tiempo ha crecido su figura, se elevó entre las demás, desconocemos los motivos, pero es merecido el reconocimiento a una mujer, al menos a una. Ella tiene rostro, voz propia y representa, como ejemplo de esfuerzo y coraje, a muchas mujeres que entraron en la historia sin ser conscientes de su protagonismo.
Tal vez no sabremos nunca cuál fue la talla de su espíritu, el tamaño de su valor, porque hoy, a diferencia de los tiempos oscuros, María Robotti de Bulzani tiene el ropaje que transfigura a quienes forman parte de una mitología.
A ella la conocí en la casa de uno de sus hijos (¡Y no sabía quién era esa mujer!), llevaba puesto un delantal claro sobre el vestido, tenía el cabello blanco. Caminaba despacio. Guardo en la memoria a María en su vejez, en Alcorta, despojada de ornamentos épicos. Y este recuerdo afectuoso no se parece a ninguna página de cualquier libro de historia que haya leído.




martes, 23 de enero de 2018

Capítulo Veintinueve



MI HORIZONTE


Tu cuerpo es mi horizonte. Cuando me acerco, te alejás, pero mirándote me siento contenido. Sos la bahía donde se mecen los sueños abandonados. Te miro dormida, muy cerca de mi cuerpo. Ay Lila, siempre que te veo dormir miro mis manos y trato de contenerlas para no acariciarte y sacarte de ese mundo. Después, al despertar me sonreís y yo me hago el dormido, juego a imaginar tu mirada, siento tu respiración. Me abrazás, te hacés chiquita, acomodás tus piernas debajo de las mías, te haces rollito que me empuja y te abrazo.
Al despertar, veo vacío tu lado de la cama, no está tu olor, ni tu sexo, no estás como creía dormido hace instantes, no estás conmigo, ni siquiera puedo levantarme a cerrar las cortinas. Dejo que entre la luz y te recuerdo. Me abrazo por un instante más a la emoción de estar juntos.
En estos años no me he sentido tan solo como hoy. Hasta este amanecer, cuando sentí que desaparecía el horizonte. Como si te hubieras ido ayer.
Sé que estás lejos, no digo perdida. Eso lo sé, sin embargo, este sueño ha sido una revelación. Cuántos años he recordado cada día que pasamos juntos, minuto a minuto. En realidad, he tratado de revivir esos momentos con el margen de falsedad que les imprime la memoria. Nunca un hecho se rememora con fidelidad, porque el tiempo lo esconde en la niebla; al recordar uno es benévolo, oculta los malos momentos, las accidentadas mañanas, el malhumor, los caprichos, empequeñece lo que molesta o aflige, a menos que el enojo y la rabia sean muy grandes.
¿Te acordás, Lila, del día en que te empeñaste en que fuéramos al río? Vos irías sola, después yo debía ir a buscarte como a un amor furtivo, dijiste. Y es que no éramos más que eso, dos locos enamorados que se ocultaban de los demás. Entonces dije que sí, como siempre. Caminé hasta mi casa, después de cambiarme los calzones por otros para nadar, recorrí las cuadras que me separaban del puente, lo crucé tratando de recordar en qué lugar me habías dicho.
A veces, debo confesarte que no te escuchaba, tu parloteo me cae mal. “Lila, basta de hablar, hay que concentrarse, hagamos las recetas que nos pidió el boticario, basta de bla bla”. No sabía si debía cruzar el río hacia el norte, allí donde se angosta y nos mojamos apenas los tobillos o subir por la ladera, trepando justo donde están las piedras que son como sapos gigantes. Entonces dije, pensé más bien, que me busque ella. Y me tiré debajo de un sauce, tomé un baño, fumé un par de cigarros y dormí la siesta. ¡Ay mamita, qué enojo! Nunca te vi tan furiosa. Eras una chiquilla, no era para tanto. Decías que te habías quedado sola, que es peligroso para una chica, que el río es profundo y hay animales salvajes. No exageres, que no estamos en África, te dije, si vos tuviste la idea, yo no te encontré, eso es todo. Que no te molestaste en buscarme, que si hubieras caminado en lugar de dormir, habríamos pasado un lindo momento, que sos un viejo aburrido, dijiste. Diez años te llevo, no son tantos. Te miré sin comprender, por qué un día maravilloso se había transformado en una tragedia. No lo entendía.
No alcanza con que diga “son cosas de mujeres”, porque es como decir que todas son inconstantes, difíciles o incomprensibles, no. Aunque andan investigando que las hormonas femeninas tienen algo que ver en los cambios de humor. No lo sé, quizás sea cierto.
Vuelvo al sueño, sos mi horizonte, tu cuerpo es la línea que separa el cielo y la tierra. Ahora recuerdo también qué pasó después, cuando te fuiste me dijiste no te quiero más. No te quiero, me dijiste y caminaste sola los últimos cincuenta metros hasta tu casa. Al día siguiente, fui a trabajar como si no hubiera pasado nada.
Vos también hiciste como si no te hubieras enojado, nos pusimos a verificar unas notas. Como al pasar dijiste que no habías dormido en toda la noche y que leíste sobre los trabajos de un alemán o austríaco antes de que empezara la guerra. Yo también te conté que no había pegado un ojo y que había estado leyendo. En el transcurso del día, apenas nos miramos, hasta que en un momento rozaste mi mano izquierda y yo, con la excusa de buscar unos tubos, rodeé tu cintura con mi brazo. Se había calmado la tormenta, volvimos a la rutina de querernos así, sin hacer otra cosa que estar juntos y respirar.
Tu cuerpo ausente es una línea borrosa, pienso, es el horizonte en la niebla.