sábado, 15 de febrero de 2014

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La madre de Jose es obesa. Siempre le dice mami, desde chiquita, pero ahora queda mal, Jose la nombra y se escucha ridícula.
“Siempre fue una gorda vaga, escondió con la obesidad la falta de ganas de hacer cosas, porque estaba él que lo hacía todo. Todos en la familia tenemos problemas con la comida. Sin embargo, mi viejo, no. Él siempre fue delgado, trabajador y generoso con nosotros. Ella, una vaca".
La vaca lo dominaba desde la imposibilidad, incapacidad del cuerpo mórbido y enajenado en su propia masa amorfa de tejidos y grasa. “Mirá que no me siento bien, mejor hacélo vos…” “Si llegás tarde, yo no voy a poder hacer las compras". “No puedo ir…” “No vayas de tu hermana, te preciso en casa.” “Te necesito…” “Cerrá que tengo frío". “Abrí que empezó el calor y me estoy asando…”
Cuando él murió, las cosas cambiaron. Parecía que iba a resolverlas ella misma. Creyeron que la mami cambiaría de actitud y resolvería los problemas cotidianos “vivir exige esfuerzo, mami". Al principio, le tuvieron paciencia. “Somos tres, soy la mayor, estoy en casa siempre con mami. Mi hermana se ocupa menos que yo, porque ella siempre hizo su vida, ella tiene vida-marido-hijos-casa, no tiene que vivir con la madre". La menor, se fue y casi no las ve.
Al principio, desde la viudez, dio muestras de vitalidad. Daba la impresión de estar mejor, a pesar del dolor. Recobró fuerzas, se entonó para seguir. La vida en común amarga, desgasta. Convivir cuarenta y tantos años con alguien hace que, además de amarse menos que en la juventud y de odiarse silenciosamente, se necesiten el uno al otro, estén imbricados, amarrados, entretejidos. Cuando uno se muere, se acaba el odio. Y surge la primavera tardía, florecen recuerdos agradables, nostalgia por los tiempos idos. Pero eso también pasó como de refilón.
Un día, le dijo a Jose que no siguiera con el trabajo… que ella la necesitaba. Y dejó el trabajo. “Sus problemas de salud me obligaron, aunque la plata nos hace falta, la obesidad genera graves trastornos, médicos, tratamientos, farmacia, todos sabemos cuánto cuesta, pero las chicas me ayudan con la plata".
No hace mucho, le pidió que le llevara la comida a la cama. No se sentía bien. Jose hacía las compras y la madre cocinaba. “Empecé a cocinar también". De vez en cuando (dos o tres días a la semana) se quedaba en la cama. Las piernas no la sostenían más.
“Cuando se puso violenta porque llegué tarde un viernes, le chanté las cuarenta; los viernes jugamos cartas con las chicas, somos todas de treinta y pico, solteras o separadas, pero solas, no aguanté más y le dije todo lo que tenía atragantado. No me habló ni me cocinó por una semana. Aflojé cuando tuvimos que llamar al médico, porque le había subido la presión. Ahora tampoco me habla. Creo que ya no me hablará más en la vida. Mi hermana no puede salir del asombro. Nadie me creía capaz de semejante cosa. Pero lo hice".
Después de seis años de haber estado prisionera en su propia casa, Jose dejó a la mami en un geriátrico “no es por vieja, entiendan mi situación…” y recobró el antiguo trabajo.
“Ella no quiere recibirme, aunque la visito los sábados de tres a cuatro. Le llevo las masas que tanto le gustan, pero no me recibe ni las masas siquiera y me las como sola en el jardincito, mientras leo alguna revista. Lindo jardín. El único problema hoy es la comida".

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