viernes, 7 de febrero de 2014

Deidades

La historia de la humanidad está poblada de infinitas imágenes de dioses y diosas construidos por el temor humano y de íconos olvidados. Energías. Representaciones. Algunos conviven con nosotros.
Esta es la historia de la mujercita que soñó con ser una deidad. Tenía grandes sueños. ¿Era lo suyo complejo de inferioridad? ¿Narcisismo? No lo supimos. Sí, más tarde, después de la caída; se ponía verde de envidia, sufría ante la alegría ajena; el corazón le dolía de orgullo; el amor y la generosidad escondían conveniencia y ambición.
Poco a poco, se fue ganando una parcela en el paraíso. Trabó alianzas. Tejió y entretejió tramas envenenadas. Tuvo el poder, como corresponde a cualquier dios. Armó guerras internas, que luego apaciguó. Se ganó el respeto de algunos y la admiración de muchos. Los fieles más débiles, los desposeídos, la necesitaron. Fue feliz. ¿Qué otra cosa puede desear un dios que ser adorado, recibir pedidos, responder a las demandas de los sufrientes o, por el contrario, castigar a los pecadores, los desertores, los desconfiados, los remisos a rendir culto?. ¿Nadie advirtió que era una puesta en escena? Bebió -como todos los dioses- del néctar que le ofrecieron los fieles devotos. Se emborrachó de vanidad. Celebró rituales, casi ajena –en apariencia- al poder que había ido ganando. Pero su pobre humanidad la traicionó y se creyó imprescindible.
Un día, un opaco día, se desvaneció en el panteón de las divinidades. Se develó el misterio. Cayeron las máscaras. Algunos ni lo notaron. La masa de acólitos experimentó el pánico de la orfandad. El reinado de la pequeña diosa madre había terminado.

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