martes, 11 de febrero de 2014

La mujer invisible



Siempre es igual. Uno piensa que tiene todo resuelto y no. No. Los hijos te dan vuelta con una nueva historia. A la de la esquina la hija se le embarazó. Yo, por mí que tenga el chico y le vaya bien. Pero decíme, si no está arruinándole la vida a los padres. Ellos le dieron todo y mirá cómo les paga. A mí no me lo hacen. Dice que el mayor quería conocer el mundo. Quién sabe por dónde anda. Si sabemos es porque ella de tanto en tanto cuenta, pobre tiene que descargarse. “No tenemos paz…” “Nos mandó a pedir plata…” a veces el pibe trabaja y se tira unos meses más porque “América latina hay que conocerla y vivirla a full…”. A mí no me lo hacen.
Cuando el mío, el Gordo, vino con que la chica estaba de dos meses, lo mandamos de vuelta a la casa de ella. “Mirá, decíle a la piola de la madre que arregle el asunto como dios manda”. Mirá si se iban a casar. ¿Adónde iban a vivir? En mi casa, no. Ya bastante tenemos con Luisito. Él quiere ser músico y está dale que dale con la guitarra. Dice que en cualquier momento lo llaman Los Piojosos o algo así. El padre le dice que él es un piojoso y empiezan a pelear y yo prefiero quedarme callada. Si hablo, es peor.
Ninguno me habla. Y yo no sé por qué no me hablan. Bah, en realidad, sí. Uno está con la novia o escribe mensajes en el celular o en la nobuk; el otro está con la guitarra o con los aparatos en las orejas, esos que no sé cómo se llaman, pero no escucha ni ve a nadie. Y mi marido ve fútbol, escucha fútbol o juega al fútbol con los muchachos, un día lo van a traer con las patas para adelante, está muy gordo.
Yo estoy bien. No me pasa como a la vecina. Casi bien estoy. Si tengo algo, no digo nada y nadie se da cuenta.


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