Henri Matisse: Lydia |
En algunas fotografías se la ve menuda,
en los ’60 con pescadores ajustados, anteojos de sol oscuros, pañuelo en la
cabeza para sujetar los rulos negros y largos, sonriente en las típicas fotos
del verano. Las vacaciones en familia, los chicos sobre los burritos, ella en
una roca apoyando el codo en la rodilla y la mano en la cara, el laberinto de
Los Cocos, la calle techada. Las tardes en los ríos de Cosquín y Capilla del
Monte o de La Falda. Caminatas en los cerros, la cosecha de berros en las orillas,
entre las piedras y el agua clara. Es fácil ver las fotos, recordar y asociarla
con los motivos más ricos de la infancia. El río, las sierras, el olor a menta
o a peperina. Las mañanas amasando
pastas y el olor a salsa de tomates y cebollas, el estofado de los domingos, la
radio dando canciones a todo volumen.
En un momento, algo se rompió en su
matrimonio y en la vida, no pudo separar una cosa de la otra. Después, quedó
tan vulnerable que se hizo trizas cuando también perdió la fantasía que la
había sostenido. No supo vivir con el dolor a cuestas. Tuvo años sumida en los sentimientos de fracaso y en los recuerdos de
la juventud. Hasta que un día se encontró en la calle con una amiga con quien
solía ir a los bailes del club; después de casadas dejaron de verse, sobre todo, porque la otra
se había ido a vivir a Santa Fe con el marido. Ahora era viuda, alegre, vital,
a pesar de sus setenta años, andaba
paseando y visitaba a la familia.
En ese encuentro descubrió que su primer amor había sido un engaño, puras mentiras, él me quería a mí, pero
yo lo dejé, decía una y otra vez. Que ella había sido la mujer de su vida, que no
lo había elegido, pero siempre la había estado esperando, aunque ella se hubiera casado con otro. Frases
tranquilizadoras, palabras como sones repetidos, recuerdos de la juventud. Fugaba
hacia el pasado.
Siempre dijo con sinceridad que podría
haberse casado con Juan Carlos y hasta que hubiera sido mejor eso que lo que le
había tocado en suerte, que hubiera tenido una vida más fácil, que él la
quería, que siempre la buscaba cuando volvía de Córdoba, donde estudiaba medicina,
que la familia era muy buena y la aceptaban, sobre todo Clarita porque eran
amigas. Pero no se dio. Ella quiso a otro y se casó con el otro.
Todas las veces que era traicionada,
cuando rumiaba penas por el marido, pensaba que casarse había sido un error, lo
recordaba a Juan Carlos, él sí era el hombre que ella merecía. Era doctor. Se
había quedado soltero. Creía que por ella había elegido la soledad, ella o
ninguna otra. Era un raro privilegio que le daba felicidad, pero era también una dualidad, se sentía feliz
porque él no la había olvidado, porque no pudo reemplazarla con otra mujer, no
hay otra, se decía, pero es triste que pase la vida en soledad. Eso la consolaba, sin embargo no se animó a
buscarlo en tantos años, para sacudir un poco su vida o para dejar al marido. Las
dos se encontraron casualmente, ya había pasado tanto tiempo y se pusieron a
contar historias, a recordar, a compartir cómo les había ido a cada una, después
de un rato largo llegaron a nombrar al hermano de Clara, Juan Carlos, yo estaba
presente y pude ver el vendaval que produjo la verdad revelada.
“Te acordás, dijo Zulema, está en
Córdoba, es un doctor muy conocido, nosotros fuimos novios, antes de que yo me
casara él quería que yo me fuera para allá, siempre que venía iba a casa a
visitarme, mis padres estaban felices, casi me caso con él, por esas cosas de
la vida José apareció un día que había venido de Santa Fe a pasear de sus tíos
y me enganchó, chau Juan Carlos, pobre, yo sé que sufrió mucho, me quería, pero
nunca más lo vi, creo que no se casó. Él estaba loco por mí. ¿Vos te acordás,
no? Si íbamos juntas a los bailes, vos sos más chica, pero igual como yo me
casé de grande, bah, no tanto, igual pude tener a las chicas y ver a mis
nietos. Vos cómo estás que no me decís nada”.
Un puntazo le rozó el corazón (las
coronarias, el ventrículo izquierdo, una isquemia de amor).
De a poco se fue apagando. Yo la vi
con menos luz. No sabría decir si era por la vida que llevaba siempre amarga o
bien por lo que había soñado tanto tiempo. Entendía tarde que tampoco el
sueño habría podido ser. Ahora, ni la vida que le había tocado, ni lo que había construido en su fantasía con
el primer amor le daban felicidad.
Hay un destino para cada uno de nosotros
y, como en la tómbola, te toca el número y ¡bingo! Ella pensaba así, que era
cuestión de suerte, que la vida no le pertenecía, sino que te toca o no te toca
y a mí me tocó esta vida, decía a veces con resignación, cansada.
El encuentro con Zulema produjo un cambio. Comprendió que no era
afortunada, eso era evidente, que al fin de cuentas no había sido su decisión
dejar a Juan Carlos, ponerse de novia y casarse con otro, sino la traición (triste
es la verdad y más cuando es demasiado tarde). Él le había mentido siempre, las
veía a las dos cuando venía al pueblo o quizás habría otras. Se desplomó el
sueño romántico.
Allí estaba maltrecha su pobre fantasía,
algún día tal vez con suerte me pueda ir mejor y hasta volver a verlo y
preguntarle, si todavía no se casó por algo fue, aunque ya somos grandes, pero
era tan bueno, siempre me trató tan bien, era fino y educado, ni me tocaba, era
todo un señor, Juan Carlos. Eso de la Zulema es un cuento de ella, si siempre
fue mentirosa, como cuando le dijo a la Negrita Lezama que el novio le había
tirado los galgos y los hizo pelear, después se amigaron y la Zulema, no nos saludó más, claro, fue por
eso que no fuimos más a los bailes con
ella, por eso, no por Juan Carlos, cuentera, siempre armó líos, si él estaba
en Córdoba y estudiaba de doctor y se recibió y no se casó nunca, prefirió
quedarse soltero, porque yo lo rechacé, ese domingo vino a casa y yo le dije que no me tocara, que
así no quería estar con él, que nos van a escuchar mi mamá o mi hermano que
están en la cocina y se escucha todo, porque dejan la puerta abierta del
comedor para ver qué pasa y te enojás, nunca te había visto así, tan enojado, Juan
Carlos, no parecés un doctor. No lo vi más, aunque después yo sé que le preguntaba a Clarita por mí y pasó
el tiempo, no venía o no se hacía ver, porque yo sabía que le duraba el enojo,
pobre, y, claro, me puse de novia y me casé; un poco antes, la Zulema se había
casado y se fue a vivir a Santa Fe, pero Juan Carlos no se casó nunca, nunca
que yo sepa y Clarita no me contó nada más
sobre su hermano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario