Después de los ’90, Argentina.
Algunas veces hay que escuchar y acompañar. En un bar, dos mujeres, dos tazas de café, cigarrillos y un monólogo:
Algunas veces hay que escuchar y acompañar. En un bar, dos mujeres, dos tazas de café, cigarrillos y un monólogo:
"Pobre Juan, hace tres años y veinte días que perdió el trabajo. Primero creyó que lo tomarían de nuevo. Ya se sabe, te llaman para ocupar otro puesto y no tener que pagar todo lo que te corresponde, te pagan menos por la antigüedad, te borran la antigüedad, claro, te contratan por dos o tres meses y no te aportan nada… en negro estás si te gusta, si no, otro toma el laburo…
Se quedó
sin trabajo por no ser el alcahuete del gerente, dice, pero hoy estaríamos
mejor. En realidad, si hubiera hecho los cursos del banco y me hubiera hecho
caso…
Ahora, Juan ya
no es el mismo y yo tampoco. La casa no es la misma, las paredes están sucias,
habría que pintar, hay humedad por las filtraciones, las cortinas son viejas,
lo que se rompe no se repone. Vivimos con lo justo. Eso sí, él sale todos los
días, recorre dos o tres bares del centro, lee los diarios buscando trabajo y a
la noche me cuenta las noticias más importantes, lo peor es que yo hago un
esfuerzo grande para prestarle atención, pero el cansancio me gana y antes del
segundo comentario, estoy dormida.
Cuando
alguien le pregunta por el trabajo, dice siempre lo mismo: “Ese hijo de puta de
Salcedo me jodió”; yo ya no lo escucho, porque la historia de Salcedo, al que
sí ascendieron por “chupamedias”, dice mi marido y se le hincha la vena, “Por
soplón” él, Salcedo, Alfredito, antes lo llamábamos Alfredito, se quedó con el
puesto que le correspondía a mi marido.
“Subgerente de la Sucursal del centro”. Salcedo había hecho un trabajo
fino y este boludo de Juan picó.
“No te podés perder la guita del retiro
voluntario”… “yo ni loco me quedo, acá
nos están chupando la sangre”… “Se nos va la vida en estos papeles, Juancito”. “Acá te vuelven loco y después te echan con dos
pesos, ya pasó en otros bancos”. Y Juan, mi marido, el pelotudo éste,
renunció. Aceptó la plata del retiro voluntario.
Le pagaron
en seis cuotas, seis meses mientras se cerraban fábricas, mientras crecía la
desocupación y la gente iba al laburo por monedas. Las cuotas, la inflación
creciente, la huida del presidente De la Rúa de Casa
de Gobierno a finales de 2001, los cinco presidentes que siguieron
después, la salida de la convertibilidad (un peso/ un dólar), todo eso hizo que se esfumaran los
únicos pesos que teníamos para poner un negocio. Nos comimos todo sin darnos
cuenta. Ah, me olvidaba, parte del dinero se lo dio a González, el dueño de la
remisería, para invertirla y ser socios,
así saldríamos adelante. El tipo, un vecino de toda la vida, cerró el negocio, se fue a vivir a Necochea y no lo
volvimos a ver; qué querés que te diga nos robó más el banco que González.
Ahora
trabajo en dos escuelas, atiendo alumnos particulares, cocino los fines de
semana para cumpleaños o fiestas en el barrio y espero que Juan se reponga de
la depresión, que consiga trabajo, algo que le guste, que traiga un peso a
casa, que se ocupe un poco de los chicos, porque está siempre ausente o triste.
Los chicos lo necesitan y yo también".
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