miércoles, 9 de abril de 2014

El juego de contar historias

Teníamos la costumbre de jugar a inventar historias. Éramos niñas, pasábamos muchas horas en la única habitación que constituía toda la casa y cuando estábamos aburridas o cansadas mamá nos hacía jugar al veo - veo o a contar: números o historias. A mí siempre me gustó narrar. Mi hermana se cansaba y me dejaba sola, hasta que volvía para ver y contar o escuchar mis relatos.
Las dos hermanas de Pierre Auguste Renoir
El juego consistía en esperar  que pasara alguien por la vereda, otro que viniera doblando la esquina en bicicleta o un auto, lo que era más raro en aquellos tiempos. La que lo veía primero, empezaba. Había algunas historias ya iniciadas, por ejemplo, la de la señora gorda que hacía las compras con una bolsa azul. Solía usar un vestido verde floreado en verano, con  pequeños ramos de violetas y un canesú con puntillas diminutas,  un pañuelo claro en la cabeza o el pelo recogido en un rodete muy apretado. En invierno,  un tapado beige de piel de camello con martingala, bolsillos interiores profundos con tapas pespunteadas y botones forrados. Cuando pasaba frente a nuestra casa, estudiábamos sus movimientos, sus gestos, el vestido. Si el cabello estaba más o  menos arreglado, los zapatos limpios, las medias de nylon con las costuras rectas, torcidas o corridas. Todo podía servir para empezar el relato: un marido enojado, los hijos enfermos (habíamos determinado arbitrariamente que tenía tres hijos), el cansancio por haber aseado la casa sola     con lo que eso me cuesta  cada vez es más difícil con estos chicos que se ensucian jugando a la pelota y una tiene que lavar a mano     digan que mi marido me regaló la tabla de lavar     en la tabla de madera es más fácil refregar hasta sacar la mugre que traen estos tres cuando vuelven de la canchita     tres varones     no es fácil, vea    todo tiene que estar impecable así cuando llega él no se enoja     eso de pasar el dedo por el aparador para ver si hay tierra  y mostrarlo como un trofeo es muy de la madre     pero yo no le voy a dar el gusto a esa vieja  que seguro le llena la cabeza     estoy segura  que nunca me quiso   desde que fui la primera vez a la casa     me sirvió unos fideos lavados y como le dije que mi mamá los hacía muy ricos  me hizo la cruz     y el Fernandito que siempre se me enferma     ya ni el tónico le sirve  por eso se lo llevo a doña Rina que me lo cura en un santiamén     así vuelve a la escuela     pero yo no le digo a él porque si  se lo cuenta a la madre empieza con que el cura dijo que son brujerías eso de la tira  en nombre del señor o  de la virgen es sacrilegio y que no tengo que ir más     no      mejor lo sigo llevando y le cura el empacho     o es por la envidia me dijo     debe ser la flacucha ésa mi vecina que me envidia la familia que tengo     y está vieja flaca y sola     se le nota la amargura     no como yo que cuido a mi familia y estoy feliz de la vida.
Era una mujer joven y agradable, aunque no podíamos definir su edad, siempre andaba con gesto adusto, no se la veía feliz. En cambio, el muchacho de la bicicleta negra, sí.
A él lo imaginábamos enamorado de una linda chica, era dichoso con ella. Delgado, usaba pantalones oscuros planchados con rayas impecables, camisa de mangas largas también planchada con pulcritud y una corbata gris; cuando refrescaba, agregaba al atuendo un chaleco tejido de color café o el gabán azul con botones dorados, en el invierno. Pasaba todas las mañanas puntualmente a las siete menos diez, lo veíamos  ágil como si pedaleara en una competencia, tal vez, decíamos, piensa que corre una carrera, pudo despegarse del pelotón, es el ganador, por eso va feliz. Al mediodía regresaba con ánimo diferente y a la tarde corría algo sudado nuevamente al trabajo; algunas veces hacía piruetas en la bicicleta al ritmo de la canción que iba silbando o cantaba. Sin duda iba al trabajo -el banco o una oficina-  era bachiller o perito mercantil     no cualquiera tiene un trabajo de oficinista en esta época en este pueblo     si no lo cuidás te van a echar     mejor dejá de salir con esa chica     te estás acostando muy tarde     qué clase de chica es     no le dicen nada los padres a ésa     nada bueno te va a pasar     no le digas a tu padre que estás enamorado de ésa     parecés un idiota últimamente     no sé qué le viste     no vale nada     no es de buena familia     no tienen dónde caerse muertos     todos se criaron juntando maíz en la estancia de los Vanoni     lo sé muy bien por tu abuelo     mirá  no sé si no es hija del patrón ésta     había una historia media rara entre esta gente.
Inventar historias nos entretenía. Teníamos la mirada puesta en  el otro, creíamos adivinar qué le podía suceder en ese momento, sentíamos ternura por nuestros personajes, creábamos la vida que vivían  o  el conflicto que llevaban a cuestas, era una  mirada que construía identidades ficticias, aunque supe después, por circunstancias casuales, o no tanto,  que algunas veces habíamos acertado con los relatos imaginados.
Jugábamos con la imaginación en tiempos en que no existía la televisión y no sabíamos leer muy bien, aunque el de construir historias es un vicio que no me ha dejado nunca.


                          

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