Teníamos la costumbre de
jugar a inventar historias. Éramos niñas, pasábamos muchas horas en la única
habitación que constituía toda la casa y cuando estábamos aburridas o cansadas
mamá nos hacía jugar al veo - veo o a contar: números o historias. A mí siempre
me gustó narrar. Mi hermana se cansaba y me dejaba sola, hasta que volvía para
ver y contar o escuchar mis relatos.
Las dos hermanas de Pierre Auguste Renoir |
Era una mujer joven y
agradable, aunque no podíamos definir su edad, siempre andaba con gesto adusto,
no se la veía feliz. En cambio, el muchacho de la bicicleta negra, sí.
A él lo imaginábamos
enamorado de una linda chica, era dichoso con ella. Delgado, usaba pantalones
oscuros planchados con rayas impecables, camisa de mangas largas también
planchada con pulcritud y una corbata gris; cuando refrescaba, agregaba al
atuendo un chaleco tejido de color café o el gabán azul con botones dorados, en
el invierno. Pasaba todas las mañanas puntualmente a las siete menos diez, lo
veíamos ágil como si pedaleara en una competencia,
tal vez, decíamos, piensa que corre una carrera, pudo despegarse del pelotón,
es el ganador, por eso va feliz. Al mediodía regresaba con ánimo diferente y a
la tarde corría algo sudado nuevamente al trabajo; algunas veces hacía piruetas
en la bicicleta al ritmo de la canción que iba silbando o cantaba. Sin duda iba
al trabajo -el banco o una oficina- era bachiller
o perito mercantil no cualquiera
tiene un trabajo de oficinista en esta época en este pueblo si no lo cuidás te van a echar mejor dejá de salir con esa chica te estás acostando muy tarde qué clase de chica es no le dicen nada los padres a ésa nada bueno te va a pasar no le digas a tu padre que estás enamorado
de ésa parecés un idiota últimamente no sé qué le viste no vale nada no es de buena familia no tienen dónde caerse muertos todos se criaron juntando maíz en la estancia
de los Vanoni lo sé muy bien por tu
abuelo mirá no sé si no es hija del patrón ésta había una historia media rara entre esta
gente.
Inventar historias nos
entretenía. Teníamos la mirada puesta en el otro, creíamos adivinar qué le podía
suceder en ese momento, sentíamos ternura por nuestros personajes, creábamos la
vida que vivían o el conflicto que llevaban a cuestas, era una mirada que construía identidades ficticias,
aunque supe después, por circunstancias casuales, o no tanto, que algunas veces habíamos acertado con los
relatos imaginados.
Jugábamos con la
imaginación en tiempos en que no existía la televisión y no sabíamos leer muy
bien, aunque el de construir historias es un vicio que no me ha dejado nunca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario