Estar allí, en el centro del mundo,
Caminando por las calles estrechas, empinadas;
Sentados en una taberna
Sentados en una taberna
Deseábamos abandonarnos
al sol,
Dudando de la circularidad de la vida,
Vivir el momento
Vivir el momento
Como si antes hubiéramos
recorrido esos caminos
Y bebido el mismo vino. Estar allí,
Presagiar el aliento de
los dioses,
Invocar la historia de
los que nos precedieron
Al borde de un
acantilado en el Oráculo de Delfos,
Dejarse estar a la
sombra alargada de los cipreses
Recostados en montes
escarpados,
Recorrer con la vista
los desfiladeros imposibles, descubrir
Laureles olvidados
En el mármol eterno que
esculpió el artesano,
Un anónimo perpetuo,
(Capitel, columna, brazo,
torso)
Trozos de belleza
arcaica,
Segmentos de alguna forma
primitiva,
Sangre que no fue;
Perdidos en un laberinto
Seguimos los hilos
invisibles
Que anudan el presente
al pasado.
El templo de Apolo
No es un templo.
Es la memoria,
Escenas que fugaron,
Sucesos heroicos, cotidianos
o míticos se esconden
Entre las ruinas, en el
canto de los pájaros,
Entre los vahos que adormecen a las pitonisas.
Tantos augurios revelados,
Tanta flor seca y
renacida entre las mismas piedras,
Pasos de valientes
púgiles, de músicos y atletas,
De hombres que
entonaban canciones y mujeres bellas
Que coronaban con
laureles a los vencedores de los juegos.
Un templo, una flor,
Un hombre,
Son en un momento (una
e infinitas veces).
Tantos hombres, en uno,
En el albañil que
levantó las columnas enhiestas,
Hoy tumbadas junto al sendero, entre la hierba.
Tantos hombres, en el
poeta
Que escribió los versos
para cantar un día,
El hombre
Es (uno y todos)
En un momento,
Una vez y para siempre.
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