viernes, 27 de junio de 2014

En Delfos

Estar allí, en el centro del mundo,
En  un pueblo griego, 

Caminando por las calles estrechas, empinadas;
Sentados en una taberna
Deseábamos abandonarnos al sol, 
Dudando de la circularidad de la vida,
Vivir el momento
Como si antes hubiéramos recorrido esos caminos
Y  bebido el mismo vino. Estar allí,
Presagiar el aliento de los dioses,
Invocar la historia de los que nos precedieron
Al borde de un acantilado en el Oráculo de Delfos,
Dejarse estar a la sombra alargada de los cipreses
Recostados en montes escarpados,
Recorrer con la vista los desfiladeros imposibles, descubrir
Laureles olvidados
En el mármol eterno que esculpió  el artesano,
Un anónimo perpetuo,
(Capitel, columna, brazo, torso)
Trozos de belleza arcaica,
Segmentos de alguna forma primitiva,
Sangre que no fue;
Perdidos en un  laberinto
Seguimos los hilos invisibles
Que anudan el presente al pasado.
El templo de Apolo
No es un templo.
Es  la memoria,
Escenas que fugaron,
Sucesos heroicos, cotidianos o míticos se esconden
Entre las ruinas, en el canto de los pájaros,
Entre los vahos  que adormecen a las pitonisas.
Tantos augurios revelados,
Tanta flor seca y renacida entre las mismas piedras,
Pasos de valientes púgiles, de músicos y atletas,
De hombres que entonaban canciones y mujeres bellas
Que coronaban con laureles a los vencedores de los juegos.
Un templo, una flor,
Un hombre,
Son en un momento (una e infinitas veces).
Tantos hombres, en uno,
En el albañil que levantó las columnas enhiestas,
Hoy tumbadas junto al  sendero, entre la hierba.
Tantos hombres, en el poeta
Que escribió los versos para cantar un día,
El hombre
Es (uno y todos)
En un momento,
Una vez y para siempre.


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