jueves, 23 de marzo de 2017

Capítulo 7 de la novela 82/ 79 Los diarios del alquimista

Siete


LA JABONERÍA



De paso por Buenos Aires, Obdulio se quedó unos días en un hotel de Almagro, recorrió perfumerías y llegó hasta una fábrica en la que pudo ver el diseño de máquinas destinadas a la elaboración de perfumes y a la producción de jabones exclusivos. Había aprendido a reconocer las fragancias junto a Lila, en su laboratorio, y allí también se dedicaban a la destilación de esencias naturales, pero las máquinas eran una novedad. El dueño de la fábrica era un mallorquín que se dedicaba a trabajar en su pequeño negocio y a la vez vendía máquinas para otros que se iniciaban. Fueron muchos los inmigrantes españoles que después de la Guerra Civil se instalaron, encontraron y dieron oportunidades a otros recién llegados.
Obdulio conoció también a un gallego que se dedicaba a fabricar jabones y aguas de colonia y que, en su opinión, era un poco audaz. Se llamaba Arquímedes Souto y le tomó afecto porque no era nada mezquino y compartía sus conocimientos.
Al gallego Souto lo volvió a encontrar por casualidad una mañana en el Correo de Oro Sacro y se alegró de verlo. Le contó que andaba buscando un socio, que la venta por catálogo era un éxito en Estados Unidos y que necesitaba contactos en la villa. Le explicó cómo funcionaba el negocio:
- Envío los catálogos por correo, mi socio los distribuye, presenta las muestras de las fragancias, el cliente elige perfumes o jabones de tocador y los encarga. Remiten el formulario con el pedido y un giro postal para el pago. Al contado, señor. Al contado.
- ¿Y los productos?
- Los envíos se hacen por encomienda.
Habían pasado dos años sin verse, conversaron un buen rato. Souto le dijo que iría a Colonia Caroya a comprar grasa y fiambres, que allí había unos italianos del Friuli que facturaban como los dioses, de paso quedaría bien con unos amigos de la colonia que lo esperaban para cenar. Él se hizo el desentendido, agregó que sabía de la fama que tenían los productos caroyenses, le pidió el nombre y la dirección de los italianos, porque pensaba ir a comprar para guardar en la despensa, como acostumbraba su madre.
Fue casualidad o el destino, pero el apellido de la familia de Lila apareció en el aire como una flecha y Obdulio se atragantó. Tosió, hizo ademanes de ahogo. El gallego no sabía qué hacer. Le dieron agua, lo abanicaron con las carpetas que estaban sobre el mostrador, lo sentaron, sufría una especie de síncope repentino. Pasado el mal momento, dijo como disculpa que solía tener esos episodios y que los venía padeciendo después de una gripe fuerte que le había dado. Mintió, para no decir que estaba a punto de reventar de alegría.
Pasado el mal momento, Don Souto habló de su promisorio negocio, le entregó una tarjeta para que pasara a verlo cuando viajara a Buenos Aires, deseaba mostrarle su colección de jabones y además le ofreció que vendiera jabones marca Maja para él. Obdulio no aceptó porque el trabajo en la escuela le demandaba mucho tiempo y se despidieron.
El señor Souto había elaborado un mercado paralelo a la venta del afamado producto español, Maja España de Myrurgia, que tienen perfumes evocadores de la tierra peninsular: clavel, lavanda, rosa, geranio, jazmín y cítricos, decía a modo de publicidad. Había replicado las recetas de algunos jabones, del talco y del agua de colonia. Se ufanaba: “Alterando las fórmulas, abarato costos y se venden igual que los auténticos. La clientela ni se entera”.
-Los Maja, los de creación nacional, siguen teniendo notas orientales a pachulí, nuez moscada o ámbar, pero en distintas proporciones. Un acierto, decía feliz Souto.
-¿Y los clientes, de verdad no se dan cuenta?, preguntaba Obdulio. ¿No irá usted a perder el negocio? ¿No lo pueden denunciar por fraude?
-Para nada y gano el triple, amigo. Una ganga.
En el cuaderno veinticuatro, Obdulio, anotó las fórmulas que le había pasado el gallego Souto. Pero como no podía con el genio de transformar las cosas para mejorarlas, él pensaba agregar a los jabones notas de azahar y de ciruelo. Un hallazgo, un éxito de Obdulio, aunque no vendió sus productos ni los del gallego, porque eran una falsificación y podían terminar enfrentando un juicio.
Después del enredo con la Coca Cola y la Refrescola, no quiero correr riesgos, decía en el mismo cuaderno. Ahora sí, escribía, con los datos del jabonero Souto, viajaré a Colonia Caroya a buscar a Lila.




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