Siete
LA
JABONERÍA
De
paso por Buenos Aires, Obdulio se quedó unos días en un hotel de
Almagro, recorrió perfumerías y llegó hasta una fábrica en la que
pudo ver el diseño de máquinas destinadas a la elaboración de
perfumes y a la producción de jabones exclusivos. Había aprendido
a reconocer las fragancias junto a Lila, en su laboratorio, y allí
también se dedicaban a la destilación de esencias naturales, pero
las máquinas eran una novedad. El dueño de la fábrica era un
mallorquín que se dedicaba a trabajar en su pequeño negocio y a la
vez vendía máquinas para otros que se iniciaban. Fueron muchos los
inmigrantes españoles que después de la Guerra Civil se instalaron,
encontraron y dieron oportunidades a otros recién llegados.
Obdulio
conoció también a un gallego que se dedicaba a fabricar jabones y
aguas de colonia y que, en su opinión, era un poco audaz. Se llamaba
Arquímedes Souto y le tomó afecto porque no era nada mezquino y
compartía sus conocimientos.
Al
gallego Souto lo volvió a encontrar por casualidad una mañana en el
Correo de Oro Sacro y se alegró de verlo. Le contó que andaba
buscando un socio, que la venta por catálogo era un éxito en
Estados Unidos y que necesitaba contactos en la villa. Le explicó
cómo funcionaba el negocio:
-
Envío los catálogos por correo, mi socio los distribuye, presenta
las muestras de las fragancias, el cliente elige perfumes o jabones
de tocador y los encarga. Remiten el formulario con el pedido y un
giro postal para el pago. Al contado, señor. Al contado.
-
¿Y los productos?
-
Los envíos se hacen por encomienda.
Habían
pasado dos años sin verse, conversaron un buen rato. Souto le dijo
que iría a Colonia Caroya a comprar grasa y fiambres, que allí
había unos italianos del Friuli que facturaban como los dioses, de
paso quedaría bien con unos amigos de la colonia que lo esperaban
para cenar. Él se hizo el desentendido, agregó que sabía de la
fama que tenían los productos caroyenses, le pidió el nombre y la
dirección de los italianos, porque pensaba ir a comprar para guardar
en la despensa, como acostumbraba su madre.
Fue
casualidad o el destino, pero el apellido de la familia de Lila
apareció en el aire como una flecha y Obdulio se atragantó. Tosió,
hizo ademanes de ahogo. El gallego no sabía qué hacer. Le dieron
agua, lo abanicaron con las carpetas que estaban sobre el mostrador,
lo sentaron, sufría una especie de síncope repentino. Pasado el mal
momento, dijo como disculpa que solía tener esos episodios y que los
venía padeciendo después de una gripe fuerte que le había dado.
Mintió, para no decir que estaba a punto de reventar de alegría.
Pasado
el mal momento, Don Souto habló de su promisorio negocio, le entregó
una tarjeta para que pasara a verlo cuando viajara a Buenos Aires,
deseaba mostrarle su colección de jabones y además le ofreció que
vendiera jabones marca Maja
para él. Obdulio no aceptó porque el trabajo en la escuela le
demandaba mucho tiempo y se despidieron.
El
señor Souto había elaborado un mercado paralelo a la venta del
afamado producto español, Maja
España de Myrurgia,
que
tienen perfumes evocadores de la tierra peninsular: clavel, lavanda,
rosa, geranio, jazmín y cítricos, decía a modo de publicidad.
Había replicado las recetas de algunos jabones, del talco y del agua
de colonia. Se ufanaba: “Alterando las fórmulas, abarato costos y
se venden igual que los auténticos. La clientela ni se entera”.
-Los
Maja,
los
de creación nacional,
siguen
teniendo notas orientales a pachulí, nuez moscada o ámbar, pero en
distintas proporciones. Un acierto, decía feliz Souto.
-¿Y
los clientes, de verdad no se dan cuenta?, preguntaba Obdulio. ¿No
irá usted a perder el negocio? ¿No lo pueden denunciar por fraude?
-Para
nada y gano el triple, amigo. Una ganga.
En
el cuaderno veinticuatro, Obdulio, anotó las fórmulas que le había
pasado el gallego Souto. Pero como no podía con el genio de
transformar las cosas para mejorarlas, él pensaba agregar a los
jabones notas de azahar y de ciruelo. Un hallazgo, un éxito de
Obdulio, aunque no vendió sus productos ni los del gallego, porque
eran una falsificación y podían terminar enfrentando un juicio.
Después
del enredo con la Coca Cola y la Refrescola, no quiero correr
riesgos, decía en el mismo cuaderno. Ahora sí, escribía, con los
datos del jabonero Souto, viajaré a Colonia Caroya a buscar a Lila.
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