Cinco
LA
CARTA DE RECOMENDACIÓN
Mientras
el peronismo estaba en su apogeo Obdulio Quesada estuvo a punto de
hacerse rico. Inventó un jarabe que diluido con soda sabía a un
producto que llevaba poco tiempo en el país, la Coca-Cola.
Después
de buscar a Lila en la capital de la provincia y de trabajar más de
la cuenta para sobrevivir, regresó a Oro Sacro, su madre estaba
delicada de salud. No había tenido suerte con Lila, se la había
tragado la tierra.
Al
poco tiempo, comenzó a cambiar su destino. Lo contrataron unos
inmigrantes italianos para trabajar en una fábrica de bebidas que
producían desde principios de siglo. Era catador y creador de
recetas, en aquel tiempo alternó esas actividades con las clases en
la escuela y otros trabajos temporarios. Se atiborraba de bebidas
para aprender, degustaba frutas, olía especias y yuyos de todo
tipo. Las sierras eran un catálogo, por eso salía a caminar, oler
la tierra, reconocer el poleo o la menta, la peperina o la valeriana,
eran sus prácticas habituales, tenía olfato y paladar exquisitos.
Siempre se lo había dicho su querida Lila.
Se
hizo fama de buen catador. Tenía atributos, sensibilidad para
percibir gustos y aromas, y poseía los conocimientos. Fue reconocido
por eso. El tema es que de tanto experimentar, inventó una bebida
que ya estaba patentada, hasta pensaron que él era un espía y había
robado la fórmula secreta. El mismísimo General Perón lo convocó
a una reunión, lo mandó a llamar con el secretario del gobernador
en persona, y él asistió. Estaba sorprendido y temeroso.
Sucedía
que otro químico de profesión estaba produciendo la Refrescola, un
jarabe que replicaba la fórmula de la cola más famosa del mundo, se
dijo que lo hacía a instancias del Presidente.
-Cómo
me dice usted que ha inventado algo que ya está inventado hace
tiempo, m’hijo. Mire no es que quiera desalentarlo, pero acá en
Devoto un jovencito llamado Saúl Patrich está haciendo lo mismo y
ya lo patentó. Vino a que el secretario de comercio lo avalara y le
dimos el visto bueno. Esto ha desatado una tormenta allá en el
Norte. Se dará cuenta de que no podemos pelearnos con la Coca Cola y
con usted al mismo tiempo, con el imperialismo yanki vaya y pase,
pero amigo, usted es un compatriota. Vea, por qué no me hace otra
receta
y listo, lanzamos
la novedad al mundo. Se imagina, dos argentinos creando bebidas
originales, las podríamos exportar. Venga a verme cuando tenga otra
buena fórmula.
Perón
le dio un abrazo y una carta para cuando tuviera el otro invento
listo, en ella lo recomendaba ante el secretario del área. Él se
fue contento, con el abrazo del presidente, su carta de recomendación
y el saludo de Eva a la distancia, le recordó a Lila, tan delgada.
La propuesta era como buscar oro. Él no le había copiado a nadie,
pero había llegado tarde.
La
bebida en cuestión era una mezcla de azúcar, aceites frutales de
limón, naranja y vainilla, aunque no contenía las mismas
proporciones de cafeína que la otra, él la había mejorado, según
dejó constancia en su cuaderno número veinte. No fue sencillo que
le creyeran que la había fabricado en su casa, en cubas de madera de
cien litros, y que hacía todo el procedimiento solo, de modo
artesanal.
El
producto duplicado casualmente era la Refrescola que Saúl Patrich,
el joven de Devoto, ya había patentado y, más tarde, le ganó un
juicio a la empresa norteamericana por el uso de la palabra cola.
Durante años Patrich produjo la bebida que había conseguido crear
de tanto probar recetas en el patio de su casa de Devoto. El
producto
dejó de venderse años más tarde, después de la Revolución
Libertadora, cuando decayó la industria nacional.
-Quién
la inventó, le preguntaron los abogados que habían viajado desde
Buenos Aires para verlo.
-Yo
descubrí la fórmula y la mejoré cuando el creador de la Refrescola
que ustedes representan estaba en la escuela secundaria.
-Y
díganos, ¿cómo lo piensa demostrar?.
Obdulio
recordaba bien la fecha de su descubrimiento; había viajado a Villa
Giardino, pueblo del Valle de Punilla, para encontrarse con un amigo
del boticario quien tenía pistas sobre Lila. Sentado en un bar,
mientras esperaba al hombre, tomó un refresco que lo desconcertó
por lo original y se propuso reproducirlo en su casa. Era la Coca
Cola. Tres meses más tarde había logrado la fórmula, pero no
satisfecho, pensó que sería bueno mejorarla. Y lo consiguió.
Al
final, aunque disconforme, acató la recomendación de no volver a
elaborar el jarabe, de romper la receta, aunque la sabía de memoria,
y de que jamás se lo diría a otra persona.
-A
menos que quiera que le hagan un juicio que perderá y que le
costará millones.
La
dirección que le dio el tipo en Villa Giardino no lo llevó hasta
Lila. Tampoco la receta lo hizo rico, pero lo había conocido al
General Perón y siguió sus consejos durante toda la vida:
-Trabaje
mucho, amigo, sea constante; tarde o temprano va a conseguir lo que
se proponga.
Atesoró
la carta de recomendación de Perón como un objeto precioso. Y
cuando tuvo una bebida nueva pensó que como no se parecía a ninguna
otra, él se salvaría. Lástima que ya no estaban ni el presidente,
ni el secretario para entregarle la carta de recomendación. La
receta la guardó para cuando volviera la bonanza.
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