OPUS MAGNUM
La
alquimia es un proceso que transforma lo ordinario, aquello de baja
calidad, en oro, decía el viejo profesor de la escuela de Oro
Sacro, Obdulio Quesada, y nosotros lo escuchábamos asombrados. Pato
y Angelito se reían, nunca lo escuchaban ni lo tenían en cuenta. Es
viejo, qué sabe él, decían, es un dinosaurio. Pero Corcho, Lucía
y yo le creíamos, por qué no, si desde la antigüedad los hombres
habían buscado transformar los metales en oro.
En
realidad, él no sólo hablaba de procesos químicos y de
experimentos, le gustaba hacernos pensar en otras cosas. ¿Acaso
piensan que siempre van a ser los mismos?, decía. Hoy son estos.
¿Quiénes serán después, cuando no puedan detenerse ni detener el
tiempo?
Nosotros
no teníamos respuestas. Nunca. Nos sentíamos confundidos y
avergonzados, cómo era eso de no ser quienes éramos. Le gustaba
dejarnos alguna duda prendida por un rato y, cuando se daba cuenta
del efecto de sus palabras, sonreía maliciosamente y nos explicaba
sus ideas.
Don
Obdulio Quesada no era profesor de física y química, pero había
trabajado en la secundaria durante años, hasta que el director
reconoció con pena que sufría algunos problemas mentales y le
sugirió el retiro. De ningún modo, soy capaz de servir a mi país
educando a los muchachos, dijo él. Sin embrago, sus muchachos le
decían Neurus, como el personaje de los dibujos animados, le
escribían carteles que pegaban en el saco y él se paseaba por toda
la escuela, ajeno a las bromas.
En
poco tiempo, fue barranca abajo por sus discursos delirantes, por las
burlas y las faltas de respeto de sus discípulos, hasta de los más
chicos. La que había sido una carrera digna como educador se
transformó en un calvario para el pobre hombre que sí estaba medio
loco, pero él amaba su trabajo.
Don
Quesada, el profesor Neurus, tenía fe en la superación del hombre.
Creía que era posible transformarse, si uno lo deseaba y se
esforzaba para lograrlo. La educación es el motor, nos decía.
Volvió una mañana de la secundaria a su casa del centro y nunca más
pisó la escuela, ni habló de ello. Dedicó su tiempo y
conocimientos a buscar mil cosas en su laboratorio y fuera de él.
Tenía un taller estrafalario con alambiques, pipetas, envases de
vidrio y muchas sustancias en frascos etiquetados.
Una
vez a la semana íbamos a visitarlo y no le decíamos Neurus porque
se enfurecía, prefería que lo llamáramos “profesor”. Él nos
contaba historias, nos escuchaba si le hacíamos preguntas. Era un
buen hombre, aunque se perdía en sus enunciados, iba y venía sin
cesar por los carriles de la razón, que algunas veces se atascaban y
no podía encontrar el paso. En esas ocasiones, se quedaba en
silencio hasta que volvía a arrancar. Tal vez por eso tenía la
costumbre de anotar todo en libretas y cuadernos que identificaba con
etiquetas grandes pegadas en la tapa con un número y el año, iba
por el cuaderno ciento cincuenta en esa época. Había empezado en
1940, nos dijo con orgullo. A simple vista era todo cuanto tenía en
la vida.
Don
Obdulio no tenía familia, su madre había vivido muchos años y la
había acompañado en la casa familiar, cubriendo sus necesidades.
Nunca se había casado y entre los estudiantes se corría la voz de
que era virgen. Todos querían saber si era cierto, aunque de eso no
hablamos nunca.
Don
Obdulio decía que era alquimista y nos fue transmitiendo sus
conocimientos, los secretos de la antigua ciencia: “Buscar el
secreto de la eterna juventud, crear vida, transformar los metales
en oro y lo más inquietante, trascender el propio ser, la búsqueda
de un nuevo plano espiritual para hallar la Piedra filosofal y el
Elixir de la vida”.
Nosotros
no entendíamos nada, pero lo escuchábamos fascinados, sobre todo
Lucía y yo. No había nada que hacer, estaba loco.
La
madre de Lucía nos prevenía:
-Un
día va a pasar una desgracia con tantos experimentos.
-Nadie
puede transformar el plomo en oro.
-No
hay tal piedra filosofal.
-La
inmortalidad no existe. Un día nos vamos a morir.
-El
profesor está chiflado, nadie hace un ser humano en un laboratorio,
¿qué, quiere crear un Frankenstein? Y, cuando nos íbamos y creía
que ya no la escuchábamos, le decía riendo, en voz baja a Carmen,
su cuñada: Sí, se puede hacer un ser humano en el laboratorio, si
te acostás con un señor allí.
El
profesor Quesada nos reveló algunos misterios, pero guardaba
secretos, al menos uno y no hubo manera de arrancárselo. Después
supimos la verdad, estaba en sus cuadernos y en las cartas que había
escrito.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario