viernes, 17 de marzo de 2017

Capítulo 2 de 82/ 79 Los diarios del alquimista


Dos
OPUS MAGNUM


La alquimia es un proceso que transforma lo ordinario, aquello de baja calidad, en oro, decía el viejo profesor de la escuela de Oro Sacro, Obdulio Quesada, y nosotros lo escuchábamos asombrados. Pato y Angelito se reían, nunca lo escuchaban ni lo tenían en cuenta. Es viejo, qué sabe él, decían, es un dinosaurio. Pero Corcho, Lucía y yo le creíamos, por qué no, si desde la antigüedad los hombres habían buscado transformar los metales en oro.
En realidad, él no sólo hablaba de procesos químicos y de experimentos, le gustaba hacernos pensar en otras cosas. ¿Acaso piensan que siempre van a ser los mismos?, decía. Hoy son estos. ¿Quiénes serán después, cuando no puedan detenerse ni detener el tiempo?
Nosotros no teníamos respuestas. Nunca. Nos sentíamos confundidos y avergonzados, cómo era eso de no ser quienes éramos. Le gustaba dejarnos alguna duda prendida por un rato y, cuando se daba cuenta del efecto de sus palabras, sonreía maliciosamente y nos explicaba sus ideas.
Don Obdulio Quesada no era profesor de física y química, pero había trabajado en la secundaria durante años, hasta que el director reconoció con pena que sufría algunos problemas mentales y le sugirió el retiro. De ningún modo, soy capaz de servir a mi país educando a los muchachos, dijo él. Sin embrago, sus muchachos le decían Neurus, como el personaje de los dibujos animados, le escribían carteles que pegaban en el saco y él se paseaba por toda la escuela, ajeno a las bromas.
En poco tiempo, fue barranca abajo por sus discursos delirantes, por las burlas y las faltas de respeto de sus discípulos, hasta de los más chicos. La que había sido una carrera digna como educador se transformó en un calvario para el pobre hombre que sí estaba medio loco, pero él amaba su trabajo.
Don Quesada, el profesor Neurus, tenía fe en la superación del hombre. Creía que era posible transformarse, si uno lo deseaba y se esforzaba para lograrlo. La educación es el motor, nos decía. Volvió una mañana de la secundaria a su casa del centro y nunca más pisó la escuela, ni habló de ello. Dedicó su tiempo y conocimientos a buscar mil cosas en su laboratorio y fuera de él. Tenía un taller estrafalario con alambiques, pipetas, envases de vidrio y muchas sustancias en frascos etiquetados.
Una vez a la semana íbamos a visitarlo y no le decíamos Neurus porque se enfurecía, prefería que lo llamáramos “profesor”. Él nos contaba historias, nos escuchaba si le hacíamos preguntas. Era un buen hombre, aunque se perdía en sus enunciados, iba y venía sin cesar por los carriles de la razón, que algunas veces se atascaban y no podía encontrar el paso. En esas ocasiones, se quedaba en silencio hasta que volvía a arrancar. Tal vez por eso tenía la costumbre de anotar todo en libretas y cuadernos que identificaba con etiquetas grandes pegadas en la tapa con un número y el año, iba por el cuaderno ciento cincuenta en esa época. Había empezado en 1940, nos dijo con orgullo. A simple vista era todo cuanto tenía en la vida.
Don Obdulio no tenía familia, su madre había vivido muchos años y la había acompañado en la casa familiar, cubriendo sus necesidades. Nunca se había casado y entre los estudiantes se corría la voz de que era virgen. Todos querían saber si era cierto, aunque de eso no hablamos nunca.
Don Obdulio decía que era alquimista y nos fue transmitiendo sus conocimientos, los secretos de la antigua ciencia: “Buscar el secreto de la eterna juventud, crear vida, transformar los metales en oro y lo más inquietante, trascender el propio ser, la búsqueda de un nuevo plano espiritual para hallar la Piedra filosofal y el Elixir de la vida”.
Nosotros no entendíamos nada, pero lo escuchábamos fascinados, sobre todo Lucía y yo. No había nada que hacer, estaba loco.
La madre de Lucía nos prevenía:
-Un día va a pasar una desgracia con tantos experimentos.
-Nadie puede transformar el plomo en oro.
-No hay tal piedra filosofal.
-La inmortalidad no existe. Un día nos vamos a morir.
-El profesor está chiflado, nadie hace un ser humano en un laboratorio, ¿qué, quiere crear un Frankenstein? Y, cuando nos íbamos y creía que ya no la escuchábamos, le decía riendo, en voz baja a Carmen, su cuñada: Sí, se puede hacer un ser humano en el laboratorio, si te acostás con un señor allí.


El profesor Quesada nos reveló algunos misterios, pero guardaba secretos, al menos uno y no hubo manera de arrancárselo. Después supimos la verdad, estaba en sus cuadernos y en las cartas que había escrito.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario