lunes, 7 de julio de 2014

TE PUEDEN MATAR




No puedo narrar el dolor puro, por eso la metáfora florece donde hubo llagas.
El peso de las generaciones ha sostenido como mandato imperativo una educación basada en los castigos y la represión. Los padres nos castigaban cuando éramos chicos, como antes los habían castigado a ellos, a quién no le ha sucedido de mi generación; nos daban algún tortazo para aleccionarnos, para que no olvidáramos esas lecciones, para sacarse el gusto o la angustia, para volcar todas las frustraciones en otros seres más débiles, sus hijos. Bonita forma de educar. Aunque no todos tienen los mismos  recuerdos  que nosotros tres -eso de convivir con la locura y el miedo, de espiar por si llega el golpe aleccionador o vengativo, de taparse hasta la cabeza en la cama, por si viboreaba un cinto- imagino que no, no todos lo experimentaron afortunadamente.
Una noche, (no puedo narrar lo sucedido) más que en otros momentos, sentí miedo, mucho miedo, hasta orinarme como un animal, como un perro castigado, asaltado por la brutalidad, la ira, la sorpresa, todo al mismo tiempo. ¿Qué habría de distinto en aquella noche?, ¿qué hizo que fuera determinante en nuestras vidas?, no lo supimos. El que ha sido golpeado brutalmente sabe que no es sólo dolor lo que se experimenta, sino la conciencia de que  pueden matarte si quisieran, que la vida no vale nada, que el cuerpo es un despojo mojado por orines, que los gemidos y súplicas no son oídos y que después de ese hecho que humilla a todos los seres humanos por uno mismo y por el otro, por su falta de amor y su crueldad; después de eso, nada cambiará la historia.
No bastan las lágrimas derramadas para sacudirse el dolor y  el miedo es la única certeza de estar vivo. Sin embargo, la proximidad de la muerte no siempre es el fin, será entonces la constante agonía disimulada tras máscaras y gestos lo que permitirá ser uno más entre tantos. El disimulo de la muerte, la farsa de la vida.

Entró enceguecido  no estaba en casa    ella lo había llamado por teléfono para decirle que nosotras dos le llenábamos la cabeza   que debían separarse que no fuera tan tonta   que se terminara de una vez   que dejara de sufrir que nada iba a cambiar   que de una vez por todas tomara la decisión o que no hablara más del tema y no se quejara con nosotras   que no podíamos hacer nada más que escucharla.
Entró y me tiró de la silla que estaba frente al televisor   no eran más de las 12 de la noche un poco más   me había quedado levantada por miedo   no quería estar en la cama y esperar a que me pegara como cuando éramos chicos    cuando  entraba como loco porque no podía dormir y nos daba una paliza a cada uno y esperábamos sin movernos el turno   éramos tres y no nos escapábamos porque podía ser peor.
Aquella noche me pateó la cabeza   dijo “qué le dijiste a tu madre”   que sos un hijo de puta debí decir pero no   sólo suplicaba que me dejara   y mi hermana corrió y le pegó a ella tan pequeña en la boca del estómago   y se dobló   le dio un puñetazo y la dobló como junco frágil   uno y otro más   la cara sangraba   mi hermana estaba sangrando    todavía hoy sangra.
Corrí hasta la casa de al lado la casa de su hermano y me dijeron que ellos no se metían.
Esa noche nos fuimos para siempre   aunque volvimos a ver a mi madre hasta que murió   nunca le preguntamos por qué nos había hecho eso  por qué ella hizo que nos castigara así.
 Nunca jamás le reprochamos lo ocurrido  el amor nos hizo comprender y perdonarla.
Nunca  hasta que ella murió lo hablamos con mi hermana.
Y con él nunca más,  claro.

Fue ver a otro en mi lugar, en espejo, verme a mí misma golpeada, orinada, fue  la sangre  de mi hermana lo que marcó la diferencia  entre esa paliza y otras, para siempre. Ahora lo sé.
Aquella noche no fue el fin, pero lo que se quebró jamás volvió a unirse, ni las heridas han cicatrizado. En un minuto, supe lo que era estar suspendida en un hilo, colgada entre nubes de dolor, como las que dibujan los niños en los primeros años, pude  ver el centro de las flores efímeras y dentro de corazones rotos, flechados por amores olvidados. Acaso fue el devenir trabajoso, la lucha permanente lo que hizo diferente y posible  mi existencia (mi hermana, no pudo), además están los libros, las palabras, escribir, haber leído tanto y comprender al ser humano vulnerable que soy y que son los demás. Y el perdón.




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