Once
El
núcleo
Otras
anotaciones para la clase del viernes, segunda hora, cuarto año.
¿Quién
puede decir qué representan estos números? Ochenta y dos… setenta
y nueve…
Protones,
son protones. El plomo tiene en su composición química sólo tres
protones más que el oro, sí oro, el setenta y nueve representa los
protones que componen el núcleo del oro. ¿Podrá transformarse el
plomo, material pesado y tóxico empleado en cañerías, tubos y
otros menesteres menores en reluciente oro? ¿Es esto cierto?
La
verdadera obsesión de los alquimistas era hallar oro, pero no como
hicieron los hombres del far
west
que ven en las películas de Hollywood, no, descubrir oro a partir de
la piedra filosofal, creación que convertiría el plomo en oro. A
ellos les consumió la vida la pasión por obtener el secreto de la
transformación de las sustancias. Y a los químicos actuales, igual.
Deben examinar la estructura y composición de las sustancias.
Eran
pensadores, como los filósofos, empleaban su razón en conocer la
naturaleza de las cosas haciendo pruebas, por medio de la destilación
y la extracción desarrollaron técnicas en el laboratorio que les
permitieron descifrar o aproximarse a la composición de la materia.
¿Para qué se preguntarán? Querían alcanzar la gran obra, la
Piedra filosofal. Opus magnum.
Isaac
newton, Roger Bacon, Santo Tomás de Aquino se iniciaron en la
alquimia o se aproximaron a ella. Pero a ellos se los recuerda por
otros motivos, claro.
Muy
bien, cuál es ese material plateado, que se torna azulado y gris más
tarde, que está presente en la mayoría de los minerales. El plomo.
Escribir
en las carpetas y resolver el cuestionario:
¿Qué
procesos se emplean en la extracción del plomo y de otros metales?
¿Qué
metales se obtienen separados del plomo?
¿Es
posible obtener oro a partir del plomo como creían los alquimistas?
¿Se
ha logrado alguna vez?
Doce
HUGUES
DE BAUX
Srta.
Mariagrazia Delapietra:
Hugues
de Baux la invita a la celebración que se llevará a cabo en la
Embajada de Francia, en ocasión de la cena de gala que ofrecerá el
señor Embajador. H. B. espera contar con su grata compañía.
La
pasará a buscar el sábado a las veinte horas por la casa de sus
tíos.
H.B.
su fiel amigo, como siempre rendido a sus pies.
Lila
guardó la esquela y salió al patio de la casa de su tía.
Necesitaba aire, ése era el espacio de las criadas, del lavado y de
la limpieza. Quería estar sola para organizar sus ideas, era el
único lugar donde no estaban sus primas. Pensaba que, por darle el
gusto a su padre, perdería el año en la Escuela de Medicina y no
vería a Obdulio; sin embargo, ese tiempo en la ciudad le añadiría
otros conocimientos, nuevas relaciones. Aunque a él no lo puedo
reemplazar por este ganso. Si no fuera por hacer amigos, no iba a
soportar a este francés pedante que se rinde a mis pies, dijo en
voz alta.
-Señorita
Mariagrazia, el señor Hugues de Baux la espera en el hall.
Miró
su pequeño reloj, eran las veinte. Y él la esperaba sonriendo. La
vida es increíble, un misterio, pensó. Salí de Oro Sacro para
comenzar mis estudios, me traen a la capital por una semana y ahora
voy como invitada a una cena de gala nada menos que a la Embajada de
Francia. En esas cosas pensaba Lila, mientras se acercaba a Hugues;
pensaba que ya no era ella, sino la señorita Mariagrazia, como
querían sus parientes.
Desde
la villa serrana había viajado con sus padres a Buenos Aires. Los
Delapietra eran familiares de los Ricciardi, italianos ricos que
tenían buenas relaciones en la provincia y se emparentaban con
empresarios radicados en la capital y en el extranjero, sobre todo en
Italia. Antonio y Gardenia regresaron a Colonia Caroya al día
siguiente y ella se quedó con sus primos.
Lila
quería estudiar, pero también dedicarse a la creación de perfumes
y la producción artículos de tocador. Antonio la había sacado del
pueblo y de la casa de los Aguirre. Si bien ellos ya no estaban, le
decía a Gardenia que la hija seguía atada al pasado. Es joven,
hermosa y la podemos casar muy bien, afirmaba muy convencido. La
perfumería era el motivo perfecto.
Con
el francés se habían conocido un año antes, en una fiesta en la
casa de los Ricciardi, habían sido presentados por uno de sus primos
y desde ese día nació una relación que era más que amistad para
él, pero no para ella, Lila deseaba sacárselo de encima. Hugues no
se daba por aludido, seguía como un perro fiel a la joven dama. Esa
idea tenía del cortejo el hombre. Ella, no.
En
algunas oportunidades, Hugues había ido a visitarla a la villa
serrana en su Ford negro, la sorprendía con regalos y novedades del
mundo de los cosméticos. Ella pensaba que era un estúpido si creía
que de esa manera iba a conquistar su amor. No la conocía bien. La
trataba como a una mujer frívola y ella odiaba eso.
En
ciertas oportunidades, consideraba agradable su compañía; asistía
con él a conciertos, al teatro para ver ópera, había conocido el
Teatro Colón invitada a su palco. Tanto despliegue de belleza la
conmovía, pero eran las manifestaciones del arte las que hacían
estallar su espíritu. El afecto por Hugues no era amor. El amor
perfecto eran ella y Obdulio.
-No,
él, no, de ninguna manera, no mamá, le había dicho un día, no
quiero un hombre así, parece hecho de manteca de cerdo, tan
blanquito, tan arrogante y estúpido, el muy creído piensa que me
muero por la plata que tiene, por vivir en un palacio; ay mamá, ni
debe ser hombre…
-¿Y
desde cuándo usted sabe qué es un hombre?
-
¡Uf!. Cuántas explicaciones, ve, por eso no me gusta venir a
visitarlos, parecen de la gestapo ustedes dos.
La
estadía en Buenos Aires se prolongó más de la cuenta y los tíos
la invitaron a viajar por Europa con sus primos, así conocería
París, la Provenza, Roma, Venecia y cuanta ciudad quisiera, eso le
habían dicho.
Antes
de partir le escribió una carta muy larga a Obdulio explicándole
por qué no se verían en la ciudad de Córdoba, como habían
acordado.
Ese
último mes había sido extraño para Lila, por la compañía
permanente de sus primas ella no pudo escribir las cartas que le
había prometido a Obdulio. En realidad, le pedía disculpas porque
cada vez que lo intentaba, aparecían sus perros guardianes, como
llamaba a Rosita, Nelita y Donatella.
Las
primas sabían que ocultaba algo y actuaban como espías, entonces
les confesó que estaba enamorada, que por eso no le importaba
Hughes, y nada más.
-Guarden
el secreto, se dice el pecado pero no el pecador.
En
un mostrador del Correo Central, le estaba escribiendo a Obdulio para
explicar su silencio. Le decía que lo extrañaba y que se verían en
cuanto regresara del viaje a Europa. Estimaba que en un mes o en
cuarenta días estarían juntos otra vez en Oro Sacro. Que los
estudios quedarían postergados.
Los
jóvenes ricos fueron a Europa a pasear y a divertirse, como era
costumbre, pero había guerra. Las salidas turísticas de los primos
y primas estuvieron limitadas, pasaron más tiempo en casa de
parientes y amigos tratando de esquivar las zonas de conflicto.
-Ha
sido una locura viajar en este momento, decía Lila.
-Querida,
no seas desagradecida.
Sus
padres querían alejarla de las sierras a toda costa. Algo sabían.
Tanto que la guerra les parecía un mal menor.
Los
acontecimientos se precipitaron. De regreso del viaje a Europa, fue
a visitar a sus padres, en lugar de ir a las sierras como le había
prometido a Obdulio. En esos días, Lila supo que estaba embarazada.
Tenía un atraso de tres meses; tomó la infusión de peperina que
tantas veces había preparado para otras mujeres, aunque no le dio
resultado. Pensó que debía contarle a Obdulio con urgencia, viajar
para verlo, sin embargo no pudo. La encerraron en la casa, no la
dejaron sola ni un minuto, porque Gardenia lo había sabido antes de
hablar con Mariagrazia.
-Rosita,
¿qué tiene Grazieta? La noto rara.
-No
sé tía, no nos dijo, pero me parece que está gruesa.
-¿De
quién es?
-Del
francés, no… hay otro, nos dijo que está enamorada en secreto…
Los
Delapietra actuaron con celeridad. La reunión familiar se convocó
esa misma noche, ella no dijo quién era el padre. Lo llamaron a
Hugues, quien viajó desde la capital para estar con ella, arreglaron
el matrimonio y la casaron.
-No
se hable más del asunto, dijo Antonio Delapietra. El padre es el que
le da el apellido.
Lila
le mandó otra carta a Obdulio, diciéndole cuánto lo amaba, le
explicaba que se casaba por un acuerdo familiar, que lo había
decidido el padre, pero no le contó lo del embarazo. Para qué, se
va a volver loco, pensó Lila, mejor que no lo sepa. Los matrimonios
se arreglan así, por conveniencia, y él me va a comprender.
-Qué
amor ni qué ocho cuartos, ¿usted sabe si todos los que se casan
tienen amor? No, esto es otra cosa, acá hay que solucionar el
problema; usted no habla, entonces deje que decida su padre lo que le
conviene. Y mucho cuidado con andar escribiendo cartitas y esas
pavadas. Gardenia Aguirre tenía la costumbre de resolver los
problemas haciendo lo que decía Antonio. Y él había decidido que
se casara cuanto antes, que fuera con un buen partido y que no se
hablara más del tema.
Comprendió
en ese momento que había llegado el final para ella y Obdulio, se
quebró por dentro. El amor golpea y rompe. Cuando Mariagrazia estaba
con sus abuelos, ellos la llamaban Lila y siempre se había sentido
más cómoda y amada, ahora comprendía por qué, la dejaban ser ella
misma.
Mariagrazia
no estaba en situación de poner condiciones y sintió que no era una
mujer, sino un país arrasado por la guerra, devastado por el fuego.
Rendida y sometida, no podía pensar en el hijo, todo su ser estaba
ocupado por la pena. Había perdido a Obdulio. A pesar del dolor,
obtuvo consuelo en la promesa de su esposo: Le permitiría estudiar
en la Universidad. Y Hugues cumplió.
Las
dos cartas que ella le había escrito a Obdulio nunca le llegaron,
porque en el Correo de Oro Sacro don Antonio tenía un amigo que las
tomó y las reenvió a su fábrica, en Colonia Caroya.
¡Si
devi fare quello che dico!, decía Antonio Delapietra. O bien: ¡Stai
zitto!
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