domingo, 16 de abril de 2017

Capítulos 11 y 12 de 82/79 Los diarios del alquimista

Once


El núcleo



Otras anotaciones para la clase del viernes, segunda hora, cuarto año.

¿Quién puede decir qué representan estos números? Ochenta y dos… setenta y nueve…
Protones, son protones. El plomo tiene en su composición química sólo tres protones más que el oro, sí oro, el setenta y nueve representa los protones que componen el núcleo del oro. ¿Podrá transformarse el plomo, material pesado y tóxico empleado en cañerías, tubos y otros menesteres menores en reluciente oro? ¿Es esto cierto?
La verdadera obsesión de los alquimistas era hallar oro, pero no como hicieron los hombres del far west que ven en las películas de Hollywood, no, descubrir oro a partir de la piedra filosofal, creación que convertiría el plomo en oro. A ellos les consumió la vida la pasión por obtener el secreto de la transformación de las sustancias. Y a los químicos actuales, igual. Deben examinar la estructura y composición de las sustancias.
Eran pensadores, como los filósofos, empleaban su razón en conocer la naturaleza de las cosas haciendo pruebas, por medio de la destilación y la extracción desarrollaron técnicas en el laboratorio que les permitieron descifrar o aproximarse a la composición de la materia. ¿Para qué se preguntarán? Querían alcanzar la gran obra, la Piedra filosofal. Opus magnum.
Isaac newton, Roger Bacon, Santo Tomás de Aquino se iniciaron en la alquimia o se aproximaron a ella. Pero a ellos se los recuerda por otros motivos, claro.
Muy bien, cuál es ese material plateado, que se torna azulado y gris más tarde, que está presente en la mayoría de los minerales. El plomo.
Escribir en las carpetas y resolver el cuestionario:
¿Qué procesos se emplean en la extracción del plomo y de otros metales?
¿Qué metales se obtienen separados del plomo?
¿Es posible obtener oro a partir del plomo como creían los alquimistas?
¿Se ha logrado alguna vez?




Doce


HUGUES DE BAUX



Srta. Mariagrazia Delapietra:
Hugues de Baux la invita a la celebración que se llevará a cabo en la Embajada de Francia, en ocasión de la cena de gala que ofrecerá el señor Embajador. H. B. espera contar con su grata compañía.
La pasará a buscar el sábado a las veinte horas por la casa de sus tíos.
H.B. su fiel amigo, como siempre rendido a sus pies.


Lila guardó la esquela y salió al patio de la casa de su tía. Necesitaba aire, ése era el espacio de las criadas, del lavado y de la limpieza. Quería estar sola para organizar sus ideas, era el único lugar donde no estaban sus primas. Pensaba que, por darle el gusto a su padre, perdería el año en la Escuela de Medicina y no vería a Obdulio; sin embargo, ese tiempo en la ciudad le añadiría otros conocimientos, nuevas relaciones. Aunque a él no lo puedo reemplazar por este ganso. Si no fuera por hacer amigos, no iba a soportar a este francés pedante que se rinde a mis pies, dijo en voz alta.
-Señorita Mariagrazia, el señor Hugues de Baux la espera en el hall.
Miró su pequeño reloj, eran las veinte. Y él la esperaba sonriendo. La vida es increíble, un misterio, pensó. Salí de Oro Sacro para comenzar mis estudios, me traen a la capital por una semana y ahora voy como invitada a una cena de gala nada menos que a la Embajada de Francia. En esas cosas pensaba Lila, mientras se acercaba a Hugues; pensaba que ya no era ella, sino la señorita Mariagrazia, como querían sus parientes.
Desde la villa serrana había viajado con sus padres a Buenos Aires. Los Delapietra eran familiares de los Ricciardi, italianos ricos que tenían buenas relaciones en la provincia y se emparentaban con empresarios radicados en la capital y en el extranjero, sobre todo en Italia. Antonio y Gardenia regresaron a Colonia Caroya al día siguiente y ella se quedó con sus primos.
Lila quería estudiar, pero también dedicarse a la creación de perfumes y la producción artículos de tocador. Antonio la había sacado del pueblo y de la casa de los Aguirre. Si bien ellos ya no estaban, le decía a Gardenia que la hija seguía atada al pasado. Es joven, hermosa y la podemos casar muy bien, afirmaba muy convencido. La perfumería era el motivo perfecto.
Con el francés se habían conocido un año antes, en una fiesta en la casa de los Ricciardi, habían sido presentados por uno de sus primos y desde ese día nació una relación que era más que amistad para él, pero no para ella, Lila deseaba sacárselo de encima. Hugues no se daba por aludido, seguía como un perro fiel a la joven dama. Esa idea tenía del cortejo el hombre. Ella, no.
En algunas oportunidades, Hugues había ido a visitarla a la villa serrana en su Ford negro, la sorprendía con regalos y novedades del mundo de los cosméticos. Ella pensaba que era un estúpido si creía que de esa manera iba a conquistar su amor. No la conocía bien. La trataba como a una mujer frívola y ella odiaba eso.
En ciertas oportunidades, consideraba agradable su compañía; asistía con él a conciertos, al teatro para ver ópera, había conocido el Teatro Colón invitada a su palco. Tanto despliegue de belleza la conmovía, pero eran las manifestaciones del arte las que hacían estallar su espíritu. El afecto por Hugues no era amor. El amor perfecto eran ella y Obdulio.
-No, él, no, de ninguna manera, no mamá, le había dicho un día, no quiero un hombre así, parece hecho de manteca de cerdo, tan blanquito, tan arrogante y estúpido, el muy creído piensa que me muero por la plata que tiene, por vivir en un palacio; ay mamá, ni debe ser hombre…
-¿Y desde cuándo usted sabe qué es un hombre?
- ¡Uf!. Cuántas explicaciones, ve, por eso no me gusta venir a visitarlos, parecen de la gestapo ustedes dos.
La estadía en Buenos Aires se prolongó más de la cuenta y los tíos la invitaron a viajar por Europa con sus primos, así conocería París, la Provenza, Roma, Venecia y cuanta ciudad quisiera, eso le habían dicho.
Antes de partir le escribió una carta muy larga a Obdulio explicándole por qué no se verían en la ciudad de Córdoba, como habían acordado.
Ese último mes había sido extraño para Lila, por la compañía permanente de sus primas ella no pudo escribir las cartas que le había prometido a Obdulio. En realidad, le pedía disculpas porque cada vez que lo intentaba, aparecían sus perros guardianes, como llamaba a Rosita, Nelita y Donatella.
Las primas sabían que ocultaba algo y actuaban como espías, entonces les confesó que estaba enamorada, que por eso no le importaba Hughes, y nada más.
-Guarden el secreto, se dice el pecado pero no el pecador.
En un mostrador del Correo Central, le estaba escribiendo a Obdulio para explicar su silencio. Le decía que lo extrañaba y que se verían en cuanto regresara del viaje a Europa. Estimaba que en un mes o en cuarenta días estarían juntos otra vez en Oro Sacro. Que los estudios quedarían postergados.
Los jóvenes ricos fueron a Europa a pasear y a divertirse, como era costumbre, pero había guerra. Las salidas turísticas de los primos y primas estuvieron limitadas, pasaron más tiempo en casa de parientes y amigos tratando de esquivar las zonas de conflicto.
-Ha sido una locura viajar en este momento, decía Lila.
-Querida, no seas desagradecida.
Sus padres querían alejarla de las sierras a toda costa. Algo sabían. Tanto que la guerra les parecía un mal menor.
Los acontecimientos se precipitaron. De regreso del viaje a Europa, fue a visitar a sus padres, en lugar de ir a las sierras como le había prometido a Obdulio. En esos días, Lila supo que estaba embarazada. Tenía un atraso de tres meses; tomó la infusión de peperina que tantas veces había preparado para otras mujeres, aunque no le dio resultado. Pensó que debía contarle a Obdulio con urgencia, viajar para verlo, sin embargo no pudo. La encerraron en la casa, no la dejaron sola ni un minuto, porque Gardenia lo había sabido antes de hablar con Mariagrazia.
-Rosita, ¿qué tiene Grazieta? La noto rara.
-No sé tía, no nos dijo, pero me parece que está gruesa.
-¿De quién es?
-Del francés, no… hay otro, nos dijo que está enamorada en secreto…
Los Delapietra actuaron con celeridad. La reunión familiar se convocó esa misma noche, ella no dijo quién era el padre. Lo llamaron a Hugues, quien viajó desde la capital para estar con ella, arreglaron el matrimonio y la casaron.
-No se hable más del asunto, dijo Antonio Delapietra. El padre es el que le da el apellido.
Lila le mandó otra carta a Obdulio, diciéndole cuánto lo amaba, le explicaba que se casaba por un acuerdo familiar, que lo había decidido el padre, pero no le contó lo del embarazo. Para qué, se va a volver loco, pensó Lila, mejor que no lo sepa. Los matrimonios se arreglan así, por conveniencia, y él me va a comprender.
-Qué amor ni qué ocho cuartos, ¿usted sabe si todos los que se casan tienen amor? No, esto es otra cosa, acá hay que solucionar el problema; usted no habla, entonces deje que decida su padre lo que le conviene. Y mucho cuidado con andar escribiendo cartitas y esas pavadas. Gardenia Aguirre tenía la costumbre de resolver los problemas haciendo lo que decía Antonio. Y él había decidido que se casara cuanto antes, que fuera con un buen partido y que no se hablara más del tema.
Comprendió en ese momento que había llegado el final para ella y Obdulio, se quebró por dentro. El amor golpea y rompe. Cuando Mariagrazia estaba con sus abuelos, ellos la llamaban Lila y siempre se había sentido más cómoda y amada, ahora comprendía por qué, la dejaban ser ella misma.
Mariagrazia no estaba en situación de poner condiciones y sintió que no era una mujer, sino un país arrasado por la guerra, devastado por el fuego. Rendida y sometida, no podía pensar en el hijo, todo su ser estaba ocupado por la pena. Había perdido a Obdulio. A pesar del dolor, obtuvo consuelo en la promesa de su esposo: Le permitiría estudiar en la Universidad. Y Hugues cumplió.
Las dos cartas que ella le había escrito a Obdulio nunca le llegaron, porque en el Correo de Oro Sacro don Antonio tenía un amigo que las tomó y las reenvió a su fábrica, en Colonia Caroya.
¡Si devi fare quello che dico!, decía Antonio Delapietra. O bien: ¡Stai zitto!


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