martes, 11 de abril de 2017

Capítulo 10, 82/79 Los diarios del alquimista

Diez


EL BESO

La vez que fuimos todos al río y se largó a llover, terminamos en la copa de un árbol de molle. Es común que se armen las tormentas, se descuelgue el cielo y el agua de las sierras baje haciendo escándalo. Nada hacía sospechar que iba a pasar algo así.
Habíamos salido el Gato, Angelito, Juanjo que se había incorporado al grupo ese verano y yo, las pasamos a buscar a Mina y a Lucía. Los otros vendrían más tarde, también se agregaron las melli Rosini, que iban con nosotros a tercero. Nos habían dado permiso para hacer un picnic en el río. Llevábamos todo lo necesario para pasar buena parte del día y no tener que ir y volver buscando cosas. El Gato hizo de las suyas, nos reímos de lo lindo, hasta que se vino la tormenta y corrimos a refugiarnos.
Lucía y yo quedamos solos, teníamos que bajar un poco más para llegar al camino que lleva al puente. Nos protegimos entre las ramas del árbol que nos quedaba de paso, sobre el sendero; había crecido medio en el aire, a unos tres metros de altura y la copa estaba a los pies del caminante. Siempre me sorprendieron algunos hechos de la naturaleza, los caprichos de la vida que cuando quiere ser, es, aún en las condiciones más extrañas o complejas. Eso le pasaba al árbol, existía a pesar de todo. Recordé al profesor Neurus que a veces decía cosas así.
Estar tan cerca, con el viento que balanceaba las ramas, temerosos de irnos a pique hizo que nos acercáramos más de la cuenta y nos besamos.
-¿No te vas a enojar como el otro día, no?
-No, estúpido.
-¿No les vas a decir a tus hermanitos que me caguen a trompadas, entonces?
Cuando pasó la tormenta, bajamos, nos reunimos en el puente con los chicos, pero no dijimos nada. Era nuestro secreto.

Ese verano del 74 fuimos novios y soñamos con estudiar, tener nuestro laboratorio y vivir juntos. Faltaban dos años para todo eso. Una eternidad.

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