Diez
EL
BESO
La
vez que fuimos todos al río y se largó a llover, terminamos en la
copa de un árbol de molle. Es común que se armen las tormentas, se
descuelgue el cielo y el agua de las sierras baje haciendo escándalo.
Nada hacía sospechar que iba a pasar algo así.
Habíamos
salido el Gato, Angelito, Juanjo que se había incorporado al grupo
ese verano y yo, las pasamos a buscar a Mina y a Lucía. Los otros
vendrían más tarde, también se agregaron las melli Rosini, que
iban con nosotros a tercero. Nos habían dado permiso para hacer un
picnic en el río. Llevábamos todo lo necesario para pasar buena
parte del día y no tener que ir y volver buscando cosas. El Gato
hizo de las suyas, nos reímos de lo lindo, hasta que se vino la
tormenta y corrimos a refugiarnos.
Lucía
y yo quedamos solos, teníamos que bajar un poco más para llegar al
camino que lleva al puente. Nos protegimos entre las ramas del árbol
que nos quedaba de paso, sobre el sendero; había crecido medio en el
aire, a unos tres metros de altura y la copa estaba a los pies del
caminante. Siempre me sorprendieron algunos hechos de la naturaleza,
los caprichos de la vida que cuando quiere ser, es, aún en las
condiciones más extrañas o complejas. Eso le pasaba al árbol,
existía a pesar de todo. Recordé al profesor Neurus que a veces
decía cosas así.
Estar
tan cerca, con el viento que balanceaba las ramas, temerosos de irnos
a pique hizo que nos acercáramos más de la cuenta y nos besamos.
-¿No
te vas a enojar como el otro día, no?
-No,
estúpido.
-¿No
les vas a decir a tus hermanitos que me caguen a trompadas, entonces?
Cuando
pasó la tormenta, bajamos, nos reunimos en el puente con los chicos,
pero no dijimos nada. Era nuestro secreto.
Ese
verano del 74 fuimos novios y soñamos con estudiar, tener nuestro
laboratorio y vivir juntos. Faltaban dos años para todo eso. Una
eternidad.
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