domingo, 14 de septiembre de 2014

Lluvia


Hace días que llueve. No podemos salir porque el canal que corre por la calle nos  deja de un lado o de otro. Los que estamos  en las quintas hemos quedado aislados. El barrio no queda muy lejos del centro de la ciudad, pero parece otro país, otro mundo. Por las dudas siempre tenemos provisiones, el botiquín por si alguien se accidenta, analgésicos para mitigar los dolores de cabeza que tiene mi madre frecuentemente, aunque hace un tiempo que no la atacan.
Llueve  de modo lento y persistente, más que agua pareciera que algún líquido viscoso cae desde los  techos que nos cubren. Sólo nos asomamos por las ventanas o las puertas entreabiertas para ver si deja de caer agua o si alguien de la municipalidad llega a rescatarnos.  Esto no sucedía antes, en algún momento el agua se adueñó de la calle y aquí quedamos atascados.
Estamos insensibles al amor, al sexo y al hambre desde que nos cerraron la calle y no pudimos cruzar. La atmósfera pesada y gris nos produce sueño, no hacemos más que dormir, casi no comemos, nos hemos olvidado del hambre aquí abajo, con este sopor de siesta húmeda. Para sorpresa de todos, las mujeres han estado muy calladas, los más jóvenes se ven inquietos. El perro ladra cada vez que nos movemos, le inspiramos miedo, está claro, porque se le erizan los pelos, nos olisquea y sale corriendo. Algo debe haber en el ambiente en estos días.
Al fin, de a poco dejó de llover, el cielo se aclaró, sin embargo nosotros seguimos detenidos aquí abajo, cerca del centro de la ciudad pero lejos del mundo de los vivos.

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