domingo, 14 de septiembre de 2014

La ventana rota



  Me cubro con la sábana y ese acto insignificante me devuelve  la tranquilidad; no me ven, es mejor no ser visto. Custodio la propiedad desde  mi cama de diseño antiguo a la que debí quitarle  el dosel, porque me causaba una extraña impresión  que minúsculos ojos  me miraran entre los pliegues de las telas de damasco. Deseché el armazón y a quienes lo habitaban. Hoy vuelvo a estar vigilante, insomne ante las dudas que  no me permiten dormir. No es posible que hubieran entrado, me pregunto cuándo habrá sido. Comienzo  a dirigir mis pensamientos hacia el reducido espacio  en el que estoy, a ordenarlos, a encarrilar el tiempo que empleo minuto a minuto en el plan de descubrir  la verdad, aunque no lo consiga.
  Me enfrasco en  la tarea febril de reconstruir los últimos hechos con la mayor precisión y detalle. Ya ha sucedido antes. Ahora está  pasando lo mismo. Primero me agita la sospecha, algún ruido me pone en alerta, sigilosamente los acecho, recorro la sala, el altillo, el cuarto de huéspedes, sin que se dejen ver, claro. Entonces, decido  acostarme aunque no pueda dormir. El dormitorio es una fortaleza, ya llevo tres noches así.
  La puerta está cerrada, me digo, las ventanas también. Mentalmente voy y vengo hasta la puerta de entrada  para revisar el momento en que la he cerrado. Entré, dejé el maletín en la mesa  tratando de no  rayar el vidrio; el bolso, sobre el sillón de pana gris;  la chaqueta en el respaldo de la silla, sin que alcance a tocar el suelo. Cerrada. La puerta está cerrada. Ahora, la ventana  de la cocina que tiene una hoja entreabierta,  porque se le ha roto una bisagra  y está así  desde hace tres días. El portero no pudo encontrar al carpintero para que la arregle, entonces la até con hilos de algodón y cables; al día siguiente,  reforcé las ataduras con alambres que encontré en la obra en construcción de al lado; lo  insólito es que se rompió de un momento para otro, sin que yo la haya abierto o quizás alguien o algunos trataron de forzarla, si bien  mi departamento está en un sexto piso y sería muy difícil acceder a él desde la construcción lindera. No se puede cerrar, pero tampoco abrir, eso me tranquiliza un poco.
  En el ascensor no vi nada extraño, pero  debo reconocer  que tuvo una falla. Se había detenido en el segundo piso, luego arrancó solo y se volvió a detener. No  es posible que sucediera  allí. Si hubieran estado en el ascensor lo habría advertido. Éramos sólo tres personas. La señora del cuarto que  saca al caniche a la misma hora, un señor  de traje oscuro, que no es del edificio, no  lo he visto antes  como a otros que traen  ropa de la tintorería o los pedidos del supermercado de la esquina,  el último en ascender  al pequeño cubículo de acero fui yo. Pensándolo bien, qué hace ese sujeto en el edificio, quién es. Tal vez sería mejor preguntarse quién diablos entra a la casa de uno sin ser visto y sin invitación. Ésa es la pregunta. Quiénes son y por qué me atormentan desde hace setenta y dos horas.
  En la cama, espero que salgan.  Fui minucioso al revisar  mentalmente cada rincón, las cajas están alineadas como las he dejado, los zapatos, también; al armario no he llegado aún, me intimidan las siluetas vacías que cuelgan de las perchas. Sólo algo ha cambiado, hay una puerta entreabierta, observo cuántos milímetros avanzan abriéndola, veo que  asoma una manga o es mi idea, no lo sé.
  Escucho ruidos confusos, aunque suene el timbre o los vecinos griten, no abriré, nada ni nadie puede hacer que deje  de cuidar mi territorio, debo velar la noche entera. Necesito saber si ellos se mostrarán para verlos al fin. Me desespera ignorar  cuándo lo harán. De golpe, advierto que me llaman por mi nombre, me sacuden, algo ciñe mis brazos,  no puedo hablar, ni gritar. Quiero escapar, decirles que no me voy a ir de  mi casa, que no pueden usurparla, no está en venta. No se alquila. Que me dejen, que no se metan en mi vida. Mis cosas no se tocan, grito enfurecido, no me oyen. Ya es tarde,  la ventana está abierta, la puerta también. Ellos se salieron con la suya esta vez.
                

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