viernes, 8 de septiembre de 2017

Capítulos 24 y 25 Los diarios del alquimista

Veinticuatro

I
Las cartas de Obdulio




Villa Oro Sacro, domingo 2 de Octubre de 1960

Sra. Mariagrazia:
He decidido escribir esta misiva para saludarla, después de que su hija visitara mi casa, en la villa. Señora, me ha sorprendido gratamente ver a esa criatura tan graciosa, llena de vida y alegría. Me ha parecido un buen hombre su yerno, conversamos durante dos horas y él estuvo acompañándola y cuidando con amor a su querida mujercita. Es casi una niña y será madre.
Señora, permíteme que deje de tratarla así, es extraño después de la confianza que hemos tenido mantener distancia, como si fuéramos desconocidos. Aunque es cierto, ha pasado el tiempo y debo ser caballero. Te decía, me permito el tuteo, debo confesarte que la presencia de la muchacha me trajo tantos recuerdos, se parece mucho a vos, sobre todo porque tiene una clara intención de llevarse el mundo por delante, pero no es soberbia y tiene voluntad, ya que me ha confesado que, a pesar de las dificultades para educar a cuatro niños, será pintora. Claro, tiene a quién salir, ¿verdad?
La niña me ha recomendado que no te llame Lila, pero no puedo llamarte por tu nombre de pila. Para mí, sigues siendo Lila. Espero que no te moleste que te envíe esta carta, han pasado muchos años. Mi vida sigue igual en todo, claro que te he echado de menos, fuiste el ángel que orientó mi camino, mi trabajo. No perdí nunca la voluntad de buscarte y de volver a verte. Te busqué, Lila, por toda la provinca. Recorrí la capital calle por calle, creyendo que estabas allí, como habías dicho; después viajé por los lugares posibles, fui a todas las direcciones que me dieron, llamé por teléfono y visité a todos los perfumistas de Córdoba, de San Luis y hasta del Norte. Como no te encontré, seguí aquí con mis recuerdos y el agujero en el pecho. El día que vino tu hija, el ángel perdido volvió a tener rostro.
Mi vida ha sido más o menos feliz, cristalizada en una noche y en mil días, sabes bien que te he amado como un loco y, aún cuando no has estado conmigo tal como lo planeamos, has sido lo más importante para mí. No quiero ser inoportuno al aparecer ahora en tu vida, no le he preguntado nada a ella, sólo dijo que has enviudado. Lo siento, de verdad. ¿Estará abierta la puerta de tu corazón esta vez para un viejo amor?
Espero que respondas a ésta, con ansiedad leeré tus palabras. Con todo respeto, de tu querido amigo.
Obdulio Quesada



Villa Oro Sacro, jueves 27 de Octubre de 1960

Mariagrazia:
Te envío esta carta saludándote con inmensa alegría y dicha por haberte encontrado, al fin. Espero que vos y tu familia gocen de buena salud y ánimo. No sé si te habrá llegado la misiva anterior, tal vez no, porque en vano he esperado tu respuesta.
Como suele andar mal el correo, te escribo nuevamente para informarte que ha venido a visitarme tu hija, bella muchacha. Se parece bastante a vos, hasta he creído verte otra vez caminando por mi jardín, como hace veinte años.
Te recuerdo Lila, no he podido olvidarte. Tu hija me ha roto el corazón también, pero de alegría, es tan bonita y graciosa. Las cosas de la vida, ella es madre y tú, abuela, tan jóvenes, ella es apenas una niña que criará a cuatro chicos.
Lila, ella me ha pedido que te llame Mariagrazia, como todo el mundo, pero no puedo, para mí nada ha cambiado. Un abrazo, espero tu respuesta. En otra carta te contaré más cosas y me contarás lo que has vivido.
Un amigo que te quiere siempre.
Obdulio




Oro Sacro, domingo 27 de noviembre de 1960

Lila:
Voy a dejarme de preámbulos y de saludos de cortesía, espero que estés bien. No creo que no hayas recibido mis cartas; entonces debo interpretar que no querés responderlas. Está bien, vos lo decidís, como antes decidiste hacer tu vida sin que te importara nada de mí.
Cuando te fuiste, no dijiste que me abandonarías, claro, nadie dice eso, sin embargo no tenías derecho a mentir, a engañarme como lo hiciste. Qué manera es ésa de jugar con los sentimientos de alguien que te amaba con total honestidad. Cómo has sido tan cruel. Supe que al poco tiempo de dejarme te casaste con un hombre rico, bien por vos, y a mí que me parta un rayo.
Eso no se hace, no se hace, dejar a alguien con semejante gesto de cobardía, qué te costaba afrontar los hechos, qué te costaba decir no te quiero más, sos un muerto de hambre, no te quiero, te dejo por alguien mejor, te dejo porque me gusta tener otra clase de vida. Fuiste un pasatiempo, te dejo por estúpido.
Sí, fui un idiota, te creí, creí todo cuanto decías sobre nuestro fututo, el trabajo y los hijos, de la vida en la villa tranquila, sin lujos, hasta creí que podíamos hallar oro. Oro, qué infeliz he sido; fuiste a buscar oro pero no en la alquimia, sino en las arcas de un millonario. Oro, no querías el prodigio del descubrimiento, el sabor del trabajo duro y el pan en la mesa, sino la fortuna de un extranjero. Mujer ambiciosa, creída, superficial. Sé por los chismosos que es el tipo del Ford negro que una noche casi me mata, debe ser cierto. Alguien más estaba en tu vida y yo no lo supe antes.
No te molestes en contestar esta carta, no querré saber nada de vos. Pasé los últimos veinte años buscándote. Y cuando no caminaba buscándote, te estaba esperando en casa. Ya no me importa nada. Mejor digo adiós. Me has ofendido, ahora sí.
Obdulio






Oro Sacro, domingo 18 de diciembre de 1960

Lila:
Ante todo deseo que vos y toda tu familia tengan la mejor Navidad y un próspero Año Nuevo, en estas fechas uno debe poner las cosas en orden y sobre todo debemos perdonar. Te pido disculpas, he sido grosero y vulgar en mi última carta, seguramente tendrás tus motivos para no escribirme.
Sabés, fui a verte el sábado pasado para saludarte por las fiestas, aproveché que iba para la capital don Cosme. ¿Te acordás de él? Es mi vecino, el que tenía un carro, con el tiempo, dejó el carro, alquiló el caballo y los burros para que saquen fotos los turistas y compró una chata vieja, hasta hoy es la misma, pero anda bastante bien. Te decía que fui con él, que tenía que hacer una diligencia, y me llegué hasta tu botica, o farmacia, como le dicen. Para mí el boticario tenía otro color, era un maestro, un alquimista, pero bueno, los tiempos cambian todas las cosas, incluso a vos, que sos doctora.
Entré a la botica esperando verte, me atendió un mozo de unos veinte años, como no estabas por ningún lado, me atreví a preguntarle. Me dijo que habías salido. Entonces compré una tableta de geniol, que siempre es bueno tener en el botiquín, y me fui. Me quedé sentado dos horas en el bar que está junto a tu casa y no llegaste. Después caminé por la cuadra unos minutos, debieron ser muchos, porque se acercó un policía y me preguntó qué buscaba por el barrio. Le dije que estaba haciendo tiempo hasta tomar el tren, me dijo: Circule, circule. Y me fui.
Después volví con don Cosme a la villa y llegamos cuando anochecía. Una pena no haberte visto, podríamos haber hablado como antes. Te debo una disculpa, no, mil disculpas por la otra carta. Me pone neurasténico, esta incertidumbre. Qué es lo que pasa, Lila, por qué este silencio, ahora que podemos encontrarnos e intentar ser felices.
Bueno, cuando te decidas, me escribís y listo. Yo te voy a esperar un poco más, pero no sé hasta cuándo. No, es broma. Me imagino que hablar conmigo, explicar lo que sucedió no debe ser fácil, si lo fuera, ya lo hubieras hecho. Una cosa me tiene mal, tu hija dice que busca al padre, cómo es ese asunto, de qué habla la muchacha. No es que debas darme explicaciones, no, a ella se las debés dar. Me parece lo más justo. En qué lío estás metida, Lila. Y si son chismes, con más razón, siempre hay una lengua larga que arruina la vida de los demás.
Y a mí qué me importa dirás, sí me importa, porque esa chica, tu hija, me cautivó con su simpatía, es bonita e inteligente y, por lo que vi, tiene a su lado un hombre que la ama.
Lila, ya no te pediré que me escribas, al menos pienso que me lees, y eso hoy es suficiente para mí. Un abrazo de quien no te olvida.
Obdulio




Veinticinco

Ella leía


Cada vez que llegaba una carta de la villa, la doctora corría a encerrarse en su dormitorio y allí, como una adolescente, leía las cartas que guardaba con todo su amor en un sobre que había usado en la Embajada de Francia hacía veinte años, justo cuando dejaba a Obdulio para casarse con Hugues. Leía cada carta pero no las contestaba. No quería ilusionarlo otra vez. Sin embargo, percibía que había algo mágico en toda la situación, todavía se amaban. De otro modo, pero era amor. Se preguntaba cómo hacer para expresar lo que pasaba por su cabeza, qué decirle a ese hombre, cómo enfrentar la situación con su hija y sobre todo con sus padres. Hasta que no resolviera esos interrogantes, pensaba que era mejor no contestarle.
Obdulio siguó escribiendo una carta por mes, a veces, dos. Eran largas conversaciones, daba por hecho las respuestas, como cuando uno se habla en el espejo. Había encontrado una nueva faceta de su amor. Al tiempo de búsqueda y espera, le sucedió este otro, hecho de palabras y silencios. ¿Acaso no son las palabras las que organizan el mundo?, decía Obdulio. ¿No son las palabras los símbolos que usamos para dar sentido a las cosas del mundo, para explicarlo, qué haría el hombre sin la palabra? Entonces, escribía, había renovado la conexión con el ser ausente, más presente cada día en su imaginación, tanto que cuando no escribía, hablaba con ella. La comunicación triunfaba sobre la indiferencia y el olvido. O quizás, sobre la muerte.
Así, la mente infatigable de Obdulio se ocupaba en retenerla. La escritura era una estrategia de supervivencia, él lo sabía bien, no era locura y en todo caso, si estaba loco era como siempre había sido, por ella.




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