COMO
EN LOS TIEMPOS VIEJOS
Han
pasado dos años desde que tu hija vino a verme por primera vez. Qué
increíble que haya pasado tanto tiempo. La segunda vez que vino al
pueblo llegó hasta mi casa y me contó que estabas muy complicada
por la enfermedad de tu padre, la pequeña Lucía tenía casi un año.
Imagino que no ha sido fácil para vos, pero un padre siempre debe
ser respetado, aunque no hayan tenido una buena relación. A los
pocos meses regresó, me contó que había fallecido. Yo no dije más
que: Lo siento mucho, ¿cúando murió? Si bien hubiera deseado estar
allí con vos.
La
chica se acostumbró a venir de vez en cuando, como si fuéramos de
la familia, viene con José, el marido, me han contado que ellos
tienen ganas de mudarse a esta villa. Qué alegría pensé, porque
así podría verte. Hasta que la última vez me trajo un recado tuyo:
que fuera a Villa Las Palmas el sábado por la mañana, que nos
veríamos en tu casa para darme noticias de unos amigos en común y,
de paso, me invitarías a comer chivito y empanadas. Y hoy es sábado,
no he dormido en toda la noche pensando en nuestro encuentro.
Ha
dicho Marianne que tienen una casa bonita en villa Las Palmas, que en
la capilla del lugar parece que se casaron tus padres y que, en
recuerdo de la boda, tu padre compró una casa colonial que luego
fue acondicionando, y ahora es de la familia; dijo además que cuando
cumplieron un aniversario, no sé cual, (tanto habla tu niña, que no
termino de escucharla) llevó a tu madre al lugar y que la señora se
desplomó de un soponcio en la galería, cuando le entregó la llave,
ante el asombroso hecho, al parecer el primer gesto romántico.
Ya
no sé qué hacer hasta la hora del encuentro. Le he pedido el coche
a Serafín, mi amigo de toda la vida, no sé si lo recuerdas, el del
hotel Bilbao, el que pretendía a la hija de Florián. Sí que te
acuerdas, hemos ido de paseo los cuatro al campo dos o tres veces. No
se casaron, ella se fue a la capital y él sigue soltero dirige el
único hotel del pueblo. Como sea, en unas horas nos veremos.
No
sé si estaremos solos, seguro que no. Alguien asará el chivo, tal
vez tu madre comparta el almuerzo con nosotros, tendré que
disimular. Diremos que hemos sido amigos, recordaremos los viejos
tiempos con tu abuelo en el laboratorio. Contaremos anécdotas, como
cuando casi quemamos la casa o como cuando creímos que habíamos
descubierto oro en el río.
Te
veré, Lila, como antes, otra vez en tu casa. Han pasado veintidós
años desde el día en que nos despedimos en el andén y me quedé
diciendo no te vayas, Lila, no te vayas.
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