martes, 16 de mayo de 2017

Capítulo 15, 82/79 Los diarios del alquimista

Quince
EL ORO


Sobre la ambición desmedida
Los usos y costumbres hacen que consideremos importantes muchas cosas que no tienen sentido, algunas ofenden nuestra inteligencia o los más puros sentimientos de los seres sensibles.
Hablaremos del oro. Está claro que cuando nos referimos al oro, queremos discurrir también sobre el valor de la riqueza.
Decir que en gustos no hay nada escrito, es obvio, como que el oro es signo de opulencia y que ha sido el metal elegido en todos los tiempos. Por él se han esclavizado pueblos y hoy parece tan lejano, sin embargo, hay padres ambiciosos que entregan a sus hijas a los hombres ricos, las casan y con el matrimonio también las esclavizan.
¿Por qué no considerar la relación entre valor y precio? ¿Es lo mismo acaso?
El oro es más costoso que otros metales. ¿Sin embargo, hay algún material superior a otro, quién lo ha dicho?
Por ejemplo, ¿habrá quien piense que el oro nace noble, distinguido, aguerrido y el plomo o el bronce, por caso, son debiluchos, pobretones, tan feos que nadie los quiere?
¿Quién determinó y en qué momento que era mejor usar el oro en los atuendos reales o en los decorados suntuosos de casas y palacios?
Sabemos que reyes, faraones y sultanes lo apreciaron en Oriente, en América y en todo el mundo. Entonces, algo más representa este material: La opulencia, la soberbia, el poder. Es ése su valor simbólico.
Si un hombre, por ejemplo, es rico y otro es pobre, ¿el primero vale más que el segundo?
Si una mujer elige a un hombre rico y reniega del pobre, ¿qué, no es buena? Otra se casará con el pobre. ¿Una de las dos estará equivocada?
¿Por qué la riqueza -el oro- hace valiosos a unos hombres y miserables a otros?
¿Por qué el interés por el oro hace malvada o infiel a una mujer?
El anillo de bodas es de oro. ¿Tendría valor para la joven desposada llevar una corona de pimpollos blancos perfumados o un ramillete de flores silvestres de las sierras? Pues no, es oro lo que cierra la alianza matrimonial.
El oro tiene el poder de transformar la naturaleza de los seres, aunque sea inalterable. Corrompe, aunque es incorruptible.
Es el oro, señores, el que gana en cualquier comparación; aunque el oro destruye lo que toca, el ambicioso no lo percibe.
Estas consideraciones que exceden la química, se entiende. Hablamos de los seres humanos, claro, en relación con el material que los corrompe.
Si me dieran a elegir, prefiero el plomo, porque se ha empleado en la construcción desde la antigüedad, existen millones de kilómetros de cañerías de ese material, la tierra está conectada por tuberías de plomo. Sirve desde la época de los romanos, es útil al hombre, es barato y cumple la función que le ha tocado en la vida con humildad.
El oro ha desatado guerras, impulsado matanzas, despertó la codicia de los reyes y la fatuidad de las cortesanas.
El oro corrompe el espíritu de las mujeres que ambicionan riqueza y tienen sueños de reina, de las que desprecian el corazón de un hombre pobre, aunque sea noble.
En cambio, el plomo sirve. Quizás no sea tan malo, después de todo, que no se llegue a transformar el plomo en oro, como soñaron los alquimistas.



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