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Antonina Rzhevskaya (1861-1934)-una chica en la ventana (óleo sobre lienzo-75cm x 58cm) |
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Patrón, lo que mande, decía la Tata. Entonces,
como siempre, se me mojaban las piernas, me pasó desde chica y
el Patrón venía a la casa a visitar a mis dos hermanas mayores, a mí me vio
después, cuando él llegaba me hacía
encima, me hablaba la Tata y le decía
que sí, que no lo iba a hacer más, pero no podía, él se bajaba del auto, saludaba,
le daba algo a la Tata, lo veía ahí en
el patio de la casa y, al mismo tiempo
que sonreía, sus ojos me recorrían, empezaba a sentir que se me mojaban las
piernas, primero caía despacio un chorrito caliente, me dolía, me daba
vergüenza, es por el miedo, me decía tengo que hacer fuerza, no respirar porque si
respiro y me muevo se va a mojar el piso,
la Tata me repetía siempre “cochina mirá lo que hacés andá a lavarte que
al Patrón no le gusta que estés sucia”.
Corría a lavarme, me echaba agua de la
canilla del baño, saltaban las lágrimas por las palabras de la Tata, por la
vergüenza, por la mirada del Patrón, antes, cuando tenía seis o siete, no entendía bien
por qué las caricias y las sonrisas del patrón terminaban en sacudones y ruidos
de chancho que me lastimaban, y en esa
época me empezó a pasar lo de los orines. La Tata no quiso mandarme más a la
escuela, “para qué si no hacés más que mearte encima estúpida de mierda qué
vamos a hacer con vos si no fuera por el Patrón ya te hubiera dejado en el
hogarcito es el destino éstas inútiles no sirven para nada”.
Desde
aquel día estoy siempre en la casa, no soy
como las otras chicas que juegan en el patio de la escuela, que es
lo que más me gustaría hacer, juego con
los perros o le tiro maíz a las
gallinas, barro la galería todas las mañanas, junto los huevos cuando avisan
que han puesto, corto las verduras y, en
el verano, me la paso en el monte comiendo frutas, ayudo cuando carnean, pero no
me gusta tanto andar con la sangre de los animales y las tripas y todo eso que
está lleno de grasa y de mierda; me gusta más andar por la chacra, seguir el
rastro que dejan las hormigas para desarmar los hormigueros con agua, los inundo hasta que se derrumban y salen desesperadas, son más vivas que yo, porque corren cuando ven
el peligro.
Pero
lo que más me gusta es el día domingo,
cuando vienen las vecinas a visitarnos y la Rubi, que es tan buena, me
enseña a leer un librito que trae junto con
papeles en blanco arrancados de sus cuadernos viejos, dice que le viene el apuro por empezar uno nuevo y entonces deja
algunas hojas sin escribir, pero a mí se me hace que las deja para traérmelas y trae lápices
también, me presta tres o cuatro, el negro es para escribr mi nombre y
apellido, Esperanza Aguirre, así me puso mi mamá que se murió cuando yo llegué
a este mundo, no sé por qué no habrá podido quedarse un poquito más conmigo.
Esperanza,
inútil, estúpida, meona me dicen. Esperanza, sí Patrón, lo que usted mande, me
acostumbró a decir la Tata para que no
se enojara. La Rubi me presta el lápiz rojo
y el verde, me los va a regalar cuando pase Navidad
y a ella le regalen una caja nueva para
colorear, entonces voy a tener lápices yo también, más gastados, pero igual
pintan o dibujan, que es lo que más me gusta, porque yo tengo uno solo, que se
le cayó al Patrón del bolsillo cuando se
puso la camisa, aquel día que yo ya no lloré, que hice mucha
fuerza para no pegarle y sacármelo de encima como me dijo la Rubi, porque si le hacía caso a ella, capaz que en serio la
Tata se enojaba y me dejaba en el hogarcito de las monjas y no salgo de ahí
hasta los dieciocho y no puedo ver más a
mis hermanas ni a la Rubi. Yo tomé el lápiz,
pero nada más; él dio vuelta la cabeza rápido para ver qué agarraba, por si le
robaba algo y me dijo “quedátelo para qué querés eso vos que sos un animalito” y me lo quedé. Yo de lo demás no sé nada.
Entonces
cuando voy a cuidar las ovejas y
descanso en el sauce llorón, mi sauce, saco los papelitos que me dio la Rubi o que
la Tata tira, antes de que vayan a parar a la basura, y dibujo las nubes, sobre todo las que tienen formas raras, dibujo vacas y cabras y chanchitos y palomas y gorriones
y calandrias, lástima que no pueda pintar mis animalitos de mentira, para mí tienen
vida, aunque sean defectuosos. Eso sí, los
sonidos del campo los tengo en la cabeza
y silbo bonito, las calandrias me contestan, con ellas me entretengo todas las mañanas,
cuando vienen al árbol a darle de comer a sus pichones; ellas cantan, yo les
respondo, me debe salir bien, porque me siguen un rato largo. Al Patrón lo
carnearon como a un chancho, yo lo encontré, pero no sé quién lo hizo, lo habían
despanzurrado en el galpón, lo vi cuando fui a buscar maíz para la bataraza y sus
pollitos. Yo no sé nada, señor, le juro.
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