EL
ENCUENTRO
Marianne
vivió poco tiempo con la madre y los abuelos, porque se enamoró de
un viudo, José, que tenía tres hijos y vivía en las sierras. Se
embarazó en un abrir y cerrar de ojos, dijo la abuela, y se fueron
juntos, a cincuenta kilómetros de Córdoba.
-Estás
loca, ni lo conocés… Y tiene tres hijos varones… Embarazada,
dios mío, dónde tenés la cabeza, le dijo la madre.
Entonces,
se desató la tormenta que se había armado en la cabeza de
Marianne en los dos últimos años. Después de oír una conversación
entre la abuela Gardenia y la tía Rosita sobre su padre, un día,
decidió terminar con la duda que la estaba matando. Fue a visitar a
las tías Rosita, Nelita y Donatella.
Las
primas de Mariagrazia le contaron la verdad, había ido a visitarlas
con armamento pesado, les llevó masas y bombones de regalo. Mucho no
tuvo que insistir. Ellas largaron una bocanada de estiércol y se
quedaron tranquilas. El francés no era su padre. Toda su vida la
habían engañado.
Por
eso, cuando le escuchó decir a su madre que era una irresponsable,
una descerebrada, pudo gritar. Desahogarse.
-Vos,
quién sos para decirme eso... Vos, una mentirosa... Vos, la viuda
triste, la intocable, tu vida es una farsa. Una farsa, te casaste
para salvar las apariencias, me lo contaron las tías, qué te creés,
que no lo sé, no tengo padre por tu culpa.
-
¡Basta! Yo te di todo lo que pude, tuve que criarte sola... ¿Y me
odiás? ¿Cómo vas a a irte así... a vivir con un hombre que
conociste hace unos meses? ¡Y con hijos, estás loca de remate!
-¿Y
qué te preocupa? Vos hiciste eso, pero él se murió, si no yo le
hubiera dicho papá... Vos me dijiste: “Papá está muerto “ “
Mi papá es un héroe de guerra”, me hiciste decir en la escuela...
¡Mentirosa, lo voy a gritar a los cuatro vientos, no te interpongas
porque se lo cuento a todo el mundo!
-Me
hicieron casar con él, cómo no entendés, te tenía que dejar en
un convento con las monjas, hubieras sido una huérfana... ¿Qué iba
a hacer? ¡Sos injusta... pero ya vas a ser madre!
-Madre
y mejor que vos, seguro... Es imperdonable... ¡Te odio, no te voy a
perdonar nunca, nunca, en la putísima vida!... Mi hijo sí tiene
padre. No como yo que ni sé si vive o está muerto. ¿Quién es, es
buen tipo o un delincuente?
-Bueno...
No nos peleemos, me hace mal todo esto... Hacé como quieras... Pero
quiero volver a verte. ¿Vas a venir a casa? ¿Me vas a dejar conocer
a mi nieto?
-Yo
no soy como vos...
Ese
día Marianne se fue de la casa, con unas pocas cosas, dando un
portazo. José la esperaba en el auto.
Tres
generaciones de mujeres descarriadas, pensó Gardenia ante las
noticias. Yo me escapé a caballo con el italiano, sin decirle nada
a nadie, por miedo a mi padre; Mariagrazia se casó con alguien que
no era ni siquiera el novio, por obligación, estaba preñada de un
muerto de hambre, y Marianne se va de la casa con un viudo que nadie
conoce para criar tres hijos ajenos. En esas cosas pensaba Gardenia,
aunque no las decía.
Las
tías no le habían dicho a Marianne quién era su padre, pero le
contaron que Mariagrazia había tenido una empleada que vivía con
ella en Oro Sacro, algo podía saber. Si es que no espichó la
pobre... Y que en el laboratorio siempre tuvo algunos ayudantes, que
buscara por allí, le aconsejaron. Sólo le quedaba averiguar. Por
eso, fue a la villa a pasear con José, con la excusa de ver la
antigua propiedad de los Aguirre y hablar con alguien que los
recordara.
Preguntó
por Mariagrazia Delapietra, pero nadie la conocía. Al final del
recorrido, se acercó al puente, le pareció una buena vista para
pintar. Vio a un hombre que estaba pescando y que le sonreía.
Entonces se acercó y le preguntó si conocía a su familia.
-Sí,
los recuerdo a los Aguirre, la mujer que yo conocí debe tener mi
edad ahora, le dijo, usted es la hija... Son igualitas. Y la mandó a
casa de Obdulio Quesada, él había sido el último asistente.
Cuando
llamó, Obdulio se asomó por la ventana y no pudo creer lo que veía.
Era Lila, otra vez. Ella le gritó que lo buscaba. Obdulio les dijo
que pasaran y Marianne caminó seguida por su marido, entre las
flores del jardín.
Cuando
estuvieron cerca, ella le explicó que andaba buscando a conocidos de
su familia. Después de las dudas planteadas por el nombre, si
Mariagrazia podía ser la mujer a quien él le decía Lila, Marianne
y Obdulio conversaron sobre los viejos tiempos de la familia Aguirre
en Oro Sacro.
Obdulio
ya había dejado de buscar a Lila hacía años. Pensaba en ella, en
el parecido que tenía con la hija, cuando escuchó que la chica
decía: En realidad busco a mi padre, porque el que se casó con mi
mamá no es mi papá, pero él me dio el apellido.
Los
invitó a pasar a su casa, les mostró el laboratorio que había sido
primero de su bisabuelo y después de Lila, él lo había adquirido
por intermedio de un amigo en un remate. Les sirvió agua con limón
mientras hablaban, durante largo rato detalló sus recetas e
inventos. A Lila apenas la mencionó. Tuvo cuidado para no revelar
sus sentimientos. Sí les contó que habían trabajado juntos poco
más de un año y que no sabía nada de ella hacía tiempo. Marianne
tampoco mostró su enojo con ella, para qué si lo que necesitaba era
tener noticias sobre el padre.
Lo
que conoció Obdulio lo dejó sin aliento. Lila estaba sola y en
Córdoba. Con timidez, le pidió la dirección para consultarle por
unas fórmulas que estaba probando, necesitaba el asesoramiento de un
profesional, dijo.
Marianne
le dio los datos de quien Obdulio insistía en llamar Lila y se
despidieron, con la recomendación de que buscara a Mariagrazia
Delapietra o Mariagrazia de Baux, que era indistinto, no a Lila.
-Lila
no existe más, dijo Marianne al despedirse.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario