jueves, 15 de junio de 2017

Capítulo 18, 82/79 Los diarios del alquimista

Dieciocho

SOLA


La viudez le trajo soledad y calma. Mientras Marianne crecía, debía hacer frente a los negocios de Hugues en el país, su cuñada se había hecho cargo de la bodega en Burdeos; más tarde, prefirió dejar los asuntos comerciales en manos de los socios de Hugues. Transitaba por un terreno desconocido de vinos, aceites de oliva, aceites naturales importados, quería continuar sus estudios. El mundo real la recuperaba, aunque se abstraía en el estudio.
A pesar del tiempo transcurrido, el amor no se iba. No es cosa fácil dejarlo ir, pensaba. Había hecho todo lo posible por arrancarlo, pero Obdulio volvía a ella una y otra vez. Eran como soplos de vida que se iban con cada pensamiento. Llegaban para irse.
Cada noche, durante unos minutos recordaba algo, las caminatas, el río, las noches y las escapadas de amor, después la atrapaba el sueño o el llanto de su hija. Esos instantes eran pequeñas fugas. Fugaba hacia el pasado feliz para seguir. Hubo días en los que la confusión la paralizaba; otros, salía a pelear con alegría. Así fue tejiendo la vida.
Ya no se sacrificaba para responder a las peticiones de Hugues, de algún modo le resultaba más fácil sobrellevar la situación, le producía alivio la pérdida.
-En qué me he transformado, en una malvada sin corazón, se horrorizaba por sus sentimientos.
Cuando la culpa la ahogaba, se aferraba al luto, lloraba por el hombre muerto. Morir por su patria, nada menos, se muere la gente de tuberculosis, del corazón o de tifus, pero por la patria, no cualquiera m'hija, le decía Gardenia, que elogiaba al difunto. Debía demostrar respeto y dolor. Vestir de negro riguroso al menos por un año, si no dos.
Ella lloraba cuando una situación la superaba, se tiraba en la cama y daba unos alaridos sanadores, después se componía; también lo hacía por Obdulio, porque lo había abandonado para ser infeliz con otro.
Las amistades la visitaron, poco a poco, fue recuperando la vida social, si bien la hija consumía su tiempo y energías.
Recobró la paz por aquellos días, hasta que uno de sus primos, Anselmo Moroni, le propuso casamiento. Había comenzado a frecuentarla en el verano, una vez por semana la invitaba a cenar, iban a La Florida, la estancia de la familia, donde le enseñó a cabalgar, llevaban a Marianne. Disfrutaba de la vida otra vez.
Anselmo un día se atrevió y le propuso un trato. Yo sé bien que no me querés, le dijo. Unirían sus propiedades y fortunas, podrían vivir en Buenos Aires o en la estancia, donde ella quisiera. Pero prefería desprenderse de los vinos y de los negocios del finado.
-Eso te da pérdidas, mientras que tus socios se hacen ricos.
Marianne debía ir a estudiar a otro colegio, uno de monjas, donde estuviera todo el día entre religiosas. Eso dijo Anselmo.
-Es una chica muy caprichosa, necesita rigor, con las monjas aprenderá a ser una buena chica, es lo mejor para todos.
Mariagrazia, enmudeció; después de la muerte de Hugues, sus parientes la llamaron otra vez tal como la habían bautizado sus padres. Pensó en reírse a carcajadas, luego decidió hablar con tranquilidad. Le dijo que lo había aceptado en su casa porque eran parientes.
-Somos de la familia, Anselmo, cómo se te ocurre.
-Vos me diste calce, ahora te hacés la virgencita...
-Anselmo, no te enojés, yo estoy criando a la nena, no me interesa tener ninguna relación... Menos casarme...
-Si nos casamos, nos conviene a los dos, así te dejás de hacer la loca por la calle, qué tenés que ir a la escuela, para qué, cuando seas mi mujer, la vas a dejar.
-Anselmo, no quiero ser la mujer de alguien. No quiero tener nada con nadie, no es algo en contra tuyo, sabés. Quiero estudiar y educar a mi hija en casa.
Cuando él se acercó y la apretó contra su cuerpo, trató de alejarlo. Pudo sentir su aliento Estaba acostumbrada a percibir aromas frescos, florales o frutales, el olor fétido de su boca le dio asco, sintió el cuerpo prepotente que la enlazaba y el sexo apoyado a su pierna; entonces, se deshizo de él como si hubiera sido una alimaña, lo empujó con fuerza. Él trastabilló sorprendido. Desarticulado, Anselmo pensó que era parte de un juego. Ella le recordó que era una mujer y que le debía respeto.
-Sí, seguro que andás viendo a alguno. ¿Quién es, qué, es más que yo?… Un medicucho es más que yo, no me hagás reír...
-¡No quiero casarme. Y basta!
-Como si yo no supiera que te casaste preñada y lo embaucaste al francés con una piba que no era de él. Todos lo sabemos y vos te hacés la santa…
¡Disgraziato! La mujer se ahogaba en su rabia, las palabras la cruzaron como un rayo, pero no las dijo: Que yo voy a casarme y a dejar a mi hija pupila con las monjas. No, sin el padre y sin la madre… Este infeliz se la quiere sacar de encima, como si mi hija fuera la empresa... Por qué me casaría… un matrimonio por interés. ¡Maledetto!
No dijo lo que pensaba, sólo pudo articular unas pocas palabras: ¡Andate, Anselmo y no se te ocurra volver!.
-¡Vaffanculo!
Anselmo no volvió a hablarle. Los tíos Rosita y Alfredo Moroni, tampoco. Se habían perdido un buen negocio.
Después de ese hecho tan desagradable, dejó de salir. Aceptó que lo suyo no era el comercio de importación. Así que vendió la empresa a los socios y, en poco tiempo, estuvo en la ruina. Algo sabía Anselmo, la había prevenido y ella no lo escuchó.
Para terminar la carrera universitaria y no pedirle nada su familia, despidió al personal de servicio, se mudó a una casa más austera y entró a trabajar en una droguería.
Chela se quedó con ellas, la mujer había estado desde el nacimiento de Marianne, iba a cuidarla y además se ocuparía de las tareas de la casa. No la despidió, tampoco le pagó salario. Era una mujer joven, servicial y afectuosa. Se ayudaron, Mariagrazia trabajaba para resolver las cuestiones domésticas y vivían en una casona de Palermo como hermanas. Ese sentimiento ella no lo había conocido. Con esfuerzo, crió a Marianne y terminó la carrera en la Universidad de Buenos Aires. No aceptó ayuda de sus padres, ni sus consejos, sí los de Chela, su única amiga.
Como empleada de la droguería, comprendió que el trabajo no era jugar a ser alquimista, era algo más serio que fantasear creando fragancias y cremas. Dejó de lado los sueños para poder salir adelante. Las utopías se suicidan cuando uno tiene que llevar el pan a la mesa, le decía irónica a Chela.
Ya no existía Lila, ahora era una mujer madura y escéptica.
-En la juventud uno se ilusiona, vive en la luna de Valencia y si se tiene algo de suerte, sobrevive.
La herencia de Hugues de Baux modificó de nuevo el estado de Mariagrazia, clausuró una etapa de su vida y dejaron de llamarla “la viuda”.
La noticia de que habían finalizado la sucesión de los Baux, hizo que Mariagrazia, Chela y la niña viajaran por primera vez a París, fue decidida a vender todo. Visitó a la familia en el châteuax de Burdeos y las tres juntas pasearon unos días. Cuando regresaron Marianne cumplió diez años.
En general, el agradecimiento no sigue al amor, sin embargo, ella se lo debía a los dos hombres que la habían amado, a Obdulio por el amor honesto y a Hugues por su generosidad.


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