La
casa donde se pierden los niños está muy cerca de la mía. Ahora está cerrada.
Queda en un barrio de clase media, de trabajadores y empleados, edificaciones bajas, o chalet de tejas con moho. En una ciudad tranquila, donde
nunca pasa nada, desaparecieron tres
chicos en su propia casa: la Gorda, la Flaca
y el Nene.
El
más chico, el Nene, era fatal, a mí me acompañó en cien travesuras, íbamos a
cazar pajaritos, a pescar mojarritas en el puente, donde el arroyo hace la Y,
lo que más nos gustaba era entrar a alguna tapera a buscar alguna cosa que
despertara nuestra fantasía o robar frutas; íbamos los cinco: Cacho, el Nene,
el Tito, Carlitos y yo, fuimos inseparables hasta los doce o trece años.
Todos sabíamos lo que pasaba en la casa del Nene. A veces lo miraba desde mi ventana, cuando me agarraba el asma y no podía ir a jugar. Si no salíamos por el barrio o no íbamos al arroyo, el Nene se entretenía cortando tiras de telas para hacer las colas de los barriletes de papel de diario, a veces usaba papel de barrilete suave, fino, de colores, de todos los colores, aunque prefería el rojo, porque era de los Diablos Rojos. Siempre ponía mucho empeño en atarlos, decía que los hacía fuertes para irse volando en uno, cuando se hinchara las bolas.
Todos sabíamos lo que pasaba en la casa del Nene. A veces lo miraba desde mi ventana, cuando me agarraba el asma y no podía ir a jugar. Si no salíamos por el barrio o no íbamos al arroyo, el Nene se entretenía cortando tiras de telas para hacer las colas de los barriletes de papel de diario, a veces usaba papel de barrilete suave, fino, de colores, de todos los colores, aunque prefería el rojo, porque era de los Diablos Rojos. Siempre ponía mucho empeño en atarlos, decía que los hacía fuertes para irse volando en uno, cuando se hinchara las bolas.
La Flaca, mientras tanto, lloraba lágrimas de sangre, se escondía
debajo de la cama o detrás de las puertas, todos le decíamos la Flaca; la mayor era la
Gorda, un tanque que arrasaba con todo,
con su risa, su voz chillona, o con los pataleos cuando se encaprichaba. Era la
más alegre. Los tres se la pasaban intentando escapar de la vida. Fugarse.
Cuando
el Nene nos contó, no le creímos, cómo que se esfumaban sin que nadie los viera. La nuestra es una
casa con agujeros, nos dijo, son como túneles que nos conectan a otra
dimensión, otros mundos. En el dormitorio había tres huecos en los que solían
esconderse los chicos, si los buscaban allí, sólo se veían las camas bien hechas, como quería la mamá.
Hay tres camas con cubrecamas estampados con flores y flecos de hilos de seda que se metían en la nariz de la Flaca cuando
se escondía debajo de la cama, sin moverse, para que el elástico de hierro no
le doliera en la espalda si se levantaba de golpe, o para que él no la encontrara, la sacara a la rastra y la levantara de los pelos como una cosa o un animalito
indefenso. Qué fuerza debe tener alguien para alzarla de los pelos con una mano
y pegarle con la otra. Pero, claro, la Flaca era flaquita. Por eso ella lloró
lágrimas de sangre, por lo de la cabeza me dijo mi tía, en voz baja, casi en
secreto, porque a la nena la tuvieron que llevar al médico, pero nadie de la
familia dijo nada, menos los vecinos. Quién se iba a meter. Ella estuvo unos
días sin ir a la escuela y con el ojito vendado. Total en primer grado mucho no hacen y así la maestra no pregunta.
Otro hueco grande estaba en la cocina, junto a la mesa donde comían, en un armario alto y angosto, detrás de unas escobas y trapos de piso, se sumergían allí para desaparecer, no siempre, sólo cuando se sentían amenazados, pero a la Gorda la agarraron un día, antes de esconderse, y le tuvieron que poner tres o cuatro puntos en la cabeza. Tampoco nadie dijo nada.
Otro hueco grande estaba en la cocina, junto a la mesa donde comían, en un armario alto y angosto, detrás de unas escobas y trapos de piso, se sumergían allí para desaparecer, no siempre, sólo cuando se sentían amenazados, pero a la Gorda la agarraron un día, antes de esconderse, y le tuvieron que poner tres o cuatro puntos en la cabeza. Tampoco nadie dijo nada.
Un
día el Nene se escondió en el techo de la casa, lo buscaron por las calles del
vecindario, gritaron NeneNeneNene, no aparecía porque sabía que lo iban a
fajar. Si un vecino se quejaba porque le
robaban las monedas de los sifones, si a otro
le habían roto las macetas o los vidrios, o le rayaban el coche, iban a
tocar timbre a la casa del Nene, a la mía o a la de los otros pibes no, caía él
fija aunque no fuera el autor de la fechoría. Cada vez que alguien se quejaba,
le daban una biaba que diomio. En mi casa también, pero menos, era mi vieja la
que me daba unos chancletazos; mi viejo que dios lo tenga en la gloria nunca me
tocó. Qué grande mi viejo. El Nene estuvo en el techo de la casa hasta la
noche, él dijo que se había ido por el
aire, pero yo no le creí.
Mis
vecinos, si estaban solos en el parque o en la calle, parecían
pibes como nosotros, cuando nos juntábamos en la esquina, de noche en
verano y atrapábamos luciérnagas, les
decíamos bichos de luz, éramos todos dichosos, como se es antes de los
trece años. Ellos también se sentían felices, y no se
hacían humo ni nada de eso, me acuerdo bien.
La
Flaca se escapó, anduvo por desiertos. De vez en cuando, se le caía una lágrima
roja, como pétalo que cae y se deshace. Pero ella no quiere ver los botones
rojos. Sigue porque tiene los libros. La
fantasía la lleva por ciudades y aldeas, se aleja del desierto, se
acerca. Viene y va con su cabeza de nido, le crecen alas. Niega los manchones rojos que la empujan a irse. Sangra, pero no
alcanza para perder la vida. Lleva un libro en su bolsa, siempre. Regresó por
el padre cuando tuvo que cuidarlo. Una mañana me la crucé en la vereda, no era
más la flaquita que yo conocía. Estoy sola, me dijo. De lo que pasó acá no
puedo olvidarme, vos sabés bien, me dijo ese día en la puerta de su casa.
Ellos
desafiaban la autoridad, jugar a la hora de la siesta en la casa de al lado era
como orillar un precipicio; luchaban con las almohadas, saltaban de una a otra
cama, rompían el silencio a esa hora con
sus risas, sus gritos, sus acusaciones. La paliza era parte del destino. Uno de
esos días desmesurados, los chicos decidieron escabullirse y no regresar. Ya
conocían bien los caminos del ocultamiento. Se fugarían. Primero quisieron probar cómo ir desapareciendo. Fue de a poco, un día
unos minutos, después algunas horas. Cuando la madre salía a buscarlos, gritaba
en el patio NeneNene y reaparecían.
Cuando
no pudieron más, los tres se fueron, dijeron que se habían ido a trabajar a la
ciudad, porque ya tenían edad para ganarse la vida y aquí no tenían trabajo. Yo
conozco otra historia. El día en que el infierno se duplicó en la casa, y la
madre se fue a la cama a llorar como siempre, y el padre vociferaba, como de
costumbre, ese día los tres dijeron:
Chau. Los chicos se fueron por los huecos que habían ido quedando después de
tanto infortunio, de tanta injuria; cada
uno había sacado algo quebrado de adentro y
el hueco había crecido; así fabricaron los túneles.
Una noche en que el viejo les puso la mano
encima y la Gorda quiso llamar a la policía, ellas se fueron por el hueco. No
volvieron más, porque las que regresaron a ver a la madre una tarde de verano
ya no eran ellas. Más tarde, se fue el Nene, tampoco regresó. Volvió un hombre oscuro, no era él, no se parecía a
mi amigo de la infancia. Yo sabía que
los tres se habían ido por los huecos, aunque dijeran que estaban trabajando en
alguna parte del mundo.
El
Nene fue el peor de todos, como estaba escrito, como siempre le habían dicho,
como le hicieron creer, y todos lo vimos. Conoció los caminos peligrosos de la calle. Cuando se
llevó el 38 que estaba escondido en el cajón del ropero, sabía muy bien qué
hacer, motivos no le faltaban. Y no lo hizo. Porque la vida tiene esas cosas.
Cuando el viejo se enfermó, el Nene regresó y lo cuidó, le dio de comer, lo
acompañó, llamó al médico, hasta le limpió el culo. Todo eso hizo. No usó el 38
como había imaginado.
Nadie
usó el 38, los años hicieron su tarea,
no las balas. La Flaca también tuvo el
38 un día entre sus manos. Ese día decidió rajarse un tiro, volarse la cabeza,
pero lo dejó donde estaba. La otra,
también se lo llevó para matarlo cuando estuviera durmiendo, lo pensó tanto
tiempo que desistió por el peso que tienen las horas y los días sobre las
emociones y, al final, abandonó la idea.
Entonces pensó en volver a la casa, lo perdonó. Pero él no había cambiado. A la
Gorda se le abrieron las cicatrices. Rebrotó el odio. Cuando le llegó
la hora sin embargo su corazón se ablandó
y se despojó de todo el dolor. Se fue en paz por el hueco. La buena
gente tiene el perdón a la mano.
El
viejo se fue solo, el 38 se quedó con
apetito justiciero, los chicos eran buenos de verdad; qué quieren que
les diga, se merecía un tiro en la
frente, pero no lo hicieron, a veces pienso que él quería ver si eran capaces
de hacerlo.
El
último día estuvo solo, dijeron; imagino que puteando, enojado con los hijos o
con alguien más, puteando a la vida
que despreció, o llamando NeneNene, vaya uno a saber cómo es el último
minuto de un hombre así. ¿Y si se arrepintió y quiso pedirle perdón a alguien?, decir te quiero mucho,
perdoname. Los vi a la Flaca y al Nene
en el entierro, y el Nene me dijo: Qué jodido irse sin que nadie te llore. Yo le dije que sí, nos
abrazamos y me fui caminando hasta mi casa, no quise volver en auto. Necesitaba
pensar en la vida, que a veces sale bien y
a veces mal, en que es improbable el olvido y que es
digno pero difícil, perdonar. Los chicos me dijeron mientras caminábamos los
tres muy juntos, con pasos lentos y la voz apagada: Pobre viejo, eso me
dijeron, pobre viejo.
Al
ver la casa cerrada, se me da por pensar
que la familia es una invención
hecha para estar con los otros y mitigar el desamparo, pero a veces no resulta de ese modo; pienso en el amor que
damos y en el que nos entregan, si la vida es lo que uno hace con uno mismo y con los demás, o es lo que
imaginamos; creo que somos la memoria
almacenada, las huellas que vamos
dejando unos en otros.
El viejo se fue por el hueco también, estaba solo una tarde de invierno, dormido en una de las camas donde antes se habían escabullido los hijos, y no supe nada más de ellos.
El viejo se fue por el hueco también, estaba solo una tarde de invierno, dormido en una de las camas donde antes se habían escabullido los hijos, y no supe nada más de ellos.
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